“Cuando se acaba un amor, y se ha entregado la vida, duele tanto el corazón y hasta el dolor se te olvida y no se olvida el amor”

Por Alexa Castillo

Las despedidas siempre son dolorosas. Deja uno muchas cosas atrás y a veces te retiras sin haber concluido lo que buscabas, en otras te vas satisfecho, en algunas tantas te vas por dolor, por evitar el sufrimiento o por tratar de aminorar la melancolía que sabes de sobra llegará en el momento menos pensado. Ese vacío que se siente en el pecho, que causa un revoloteo en el estómago, una sensación de angustia pero a la vez con la emoción de ese último minuto y lo que va a quedar en la retina, en el alma y en el corazón de los involucrados. Así fue ayer la despedida de un torero muy querido por la afición mexicana, que seguramente las empresas extrañarán en breve.

Toros de la ganadería de “La Estancia” disparejos en juego y en presentación destacando el primero de la tarde.

Ignacio Garibay decidió que era su momento de partir, y ha hecho una parada en su viaje para hacerlo en la plaza mas grande del mundo, la que le dio tardes de gloria y algunas otras de frustración. Y es que ayer esa nostalgia del eco del violín invadió los tendidos de la Monumental que hizo una sorprendente entrada que casi llegó a la mitad del aforo, considerando que en México el lunes es feriado y mucha gente decidió salir de viaje, así como la tan lograda mercadotecnia que vuelve loca a la población para arrastrarla a los centros comerciales a gastar los recién llegados aguinaldos.

Pues Nacho nos enseñó, el porqué de una carrera de casi 20 años. Y porqué irse en este momento de plenitud como hombre, padre e hijo, pero sobretodo torero. Un vino con tonos de picota madura con capa alta que en nariz tiene una intensidad media alta y gran finura, con recuerdos de frutos rojos especiados y notas de ebanistería, son la madurez que muestra en esta tarde en que contrasta inquietud y esa sobriedad en el ruedo. En boca, un vino amplio y estructurado, con entrada fácil pero potente, tanino muy pulido. Complejo y equilibrado entre notas frutales, clavo y pimienta negra con notas frescas como regaliz o eucalipto, es esa calidad en el bien hacer, cuando permite a un toro expresarse, y forma esa mancuerna que deja un sabor profundo en el paladar de los aficionados. En vino es el “Campo Eliseo” del 2006, de la región de Toro que recibió grandes galardones por esta cosecha, como galardonado fue el torero con una oreja de su primero . Criado en barricas de roble francés de grano fino durante 18 meses, es considerado un vino envejecido, sin embargo joven. Así pues Ignacio mostró ese conocimiento, templando las embestidas del primero de su lote, que le permitió recordarnos esos tonos con que el gusto se llena. Esas emociones y sensaciones que un buen catador disfruta con cada nota, al ir encontrando el sentido de lo que un vitivinicultor pone en cada momento de vida de la vid. El público se estremeció en cada muletazo que engarzado transmitió esa trayectoria con la plenitud de facultades y la capacidad artística de sus formas. Con temple, con entrega y con esa calidad superior de un hombre que ha dado lo que el toreo le pedía.

En su segundo, un toro que prácticamente decidió pasarlo sin picar y que mostraba mucha calidad, brincaron los duendes. Se volvió un holograma en el ambiente. Con la capa dejó que el tiempo se detuviera con unos lances ensoñadores, que embelesaron a la concurrencia. Variado y decidido, como el vino que deja en el fondo de la copa la esencia, el virtuosismo y el sedimento propio de una obra de arte, llevó a paso a paso al burel hacia lo que hubiera podido ser un estallido, sin embargo poco colaboró en último tercio y eso impidió que resonara mas alto el triunfo que después de un fallido intento con la toledana, llevó al Juez de Plaza a concederle un trofeo.

Sebastián Castella tiene la gran capacidad de templar a los toros de manera soberbia. Había comenzado a calentar el ambiente pese a que su primer enemigo no le permitió crear y es que después de la gran tarde que nos regaló el año pasado, había ansias de que la secundara el francés. En su segundo hubo grandes momentos, pero era mas la expectativa que lo que en el ruedo sucedía. Instantes fotográficos plasmados en las retinas pero en donde quedaba a deber. No se logró la fusión anhelada y hubo de regalar un séptimo, de la ganadería de Julián Hamdan que haría las delicias de público y torero.

Las condiciones fueron idóneas. NI una ráfaga de viento, era como si Eolo hubiera desde el cielo reservado su lugar para ver al galo. Como un Hechicero Castella hipnotizó hasta a las arenas del ruedo. El toro fijo, como si no existiera en el mundo mas que ese trozo de tela escarlata que dominara cada uno de sus movimientos, de sus sensaciones. Como en una danza perfecta, con las líneas óptimas, trazos de largueza, pureza, rítmica, generó la neurosis de los presentes, como si en ese pasmo que nos grabó lentamente danzara el Don Quijote de Nuréyev. Con mesura y dibujando a su paso los muletazos perfectos, en redondo y creando una obra que sin duda se manifestaría en los tendidos. Una oreja a su labor, una labor llena de arte, de casta y emoción.

Diego Silveti bailó con la mas fea. Tuvo momentos gratos, sin embargo las circunstancias no le permitieron emular a sus compañeros. Cómo en un vaivén en que el entusiasmo está llegando a tope y de pronto como si estuviéramos en un mundo paralelo, desaparecen. Es sin duda un torero con calidad y solera y está sin duda encontrando su centro en esta difícil carrera. Hoy vimos a un Silveti más desenvuelto, mas compenetrado, más auténtico, pero quizá es aún su búsqueda la que no lo deja terminar de romper. Dos toros con obvia debilidad que restaban el dramatismo de lo que debía haber sido una apoteótica tarde. Se fue entre ovaciones y quedando a deber al público de la monumental.