Una fría tarde vivimos en los tendidos de la Plaza más grande del mundo que anunciaba un cartel por demás atractivo, mismo que no tuvo suficiente eco, pues la gente brilló por su ausencia.

Toda la semana se habló de toros y de la ilusión de un cartel diferente y que atrapaba la atención de los aficionados pero pudo más el clima que la afición, lo cual nos regresa a pensar que si no hay interés, después de lo vivido, de verdad la fiesta está en grave peligro.

Se lidiaron 6 astados de la ganadería de Montecristo, que acometieron a los caballos de manera interesante pero desfondándose y mostrando esa falta de bravura. Denostable el primero que se rajó de manera inmediata y sobresaliendo el segundo de la tarde, digno de llamarse toro bravo. La presentación muy irregular con un par de ejemplares cuyo trapío decidió descansar en el campo.

Fermín Rivera venía de una gran tarde y ansiosos esperábamos verlo.

Y hubo de buscar todos los recursos en su haber para poder lidiar al descastado, sobando cada costilla, consintiéndolo en sus terrenos, mismos en los que se refugió desde la segunda tanda. Era el gallardo hombre acosando a la damicela, con flores, serenatas y regalos, buscando su aprobación y recibiendo limosnas. Pero siempre bien plantado y digno. Huía como si quisiera desaparecer de la presencia del diestro, acobardado y sin vergüenza. Y el potosino porfió para tratar de seducirlo, de conseguir el ansiado romance, que fracasó por la falta de interés del marrajo. Fallas con el acero los alejaron más aún.

Y seguramente el mal sabor de boca lo hizo regresar a lo que antes fue.

Frialdad del animal que no transmitía, y que contagió a su oponente, que lo hizo entrar en la monotonía, ofreciendo sólo detalles que el gélido viento se llevó. La sobriedad volvió a ser el eje que marcó el camino, y pese a las buenas maneras, nada pasó. Hubo un último intento que le fue agradecido, despertó del letargo e intentó cambiar la música pero ya era tarde. Faltó afilar los aceros y solo recibió las tibias palmas de un público ávido de triunfos.

José Mauricio venía a refrendar lo acontecido hace algunos días en esta misma arena. Tuvo la suerte de encontrarse con el único bravo de la tarde, un animal que transmitía y que además tuvo clase en su embestida. Lo primero que se agradece en un torero es la voluntad, y esa le sobra al diestro. Hubo momentos dramáticos que pudieron haber tenido consecuencias.

El diamante, del griego «adámas», significa invencible, inalterable, es un alótropo del carbono donde los átomos están dispuestos en una variante de la estructura cristalina, es un material con características físicas superlativas, y posee la más alta dureza y conductividad térmica entre los materiales conocidos por el hombre. La presión y la temperatura en la que puede nacer un diamante son inmensas, de ahí su valor comercial. Pero el simple carbono tiene que sufrir esa terrible transformación para poder brillar.

Quizá nos encontramos ante uno de ellos, que ha tenido que pasar por una tremenda transformación, que ha tenido una ardua lucha por sobrevivir en este difícil camino. Y aún hace mucha falta pulirlo, sobretodo considerando sus defectos técnicos, pero sin duda con el corazón que entrega en cada tarde ha de escribir una historia y brillar como una valiosa gema.

Logró acompañar las embestidas de su primero, entenderlo y ligarle los muletazos, siempre con ese sello artista, con esa empatía que genera inmediata resonancia en las alturas. La belleza generalmente no es subjetiva, se aprecia en cada trazo, en cada nota, en cada color, en cada paso. ¿Quien podría negarla? ¿Acaso habrá quien no pueda apreciar a la Venus de Milo y admirar la perfección? Un desdén de esos que viven en la mente, y se clavan en el alma recordándonos la excelencia del toreo.

Una faena entregada de Mauricio y una estocada caída que amorcilló al burel, le concedieron la primera oreja de la tarde.

Con su segundo, un toro complicado, ha estado por encima, variado de capa, incitando las embestidas para adornarse, llevándolo al caballo alegremente y acompasado.

La sinfonía tuvo sus cuatro movimientos en tiempo y forma, y entre sonata y rondó, habiendo pasado por el minué, la armonía resonó entre los parroquianos que atentos aprobaban lo acontecido. Una hermosa faena de pitón a pitón, algo que ha venido a rescatar después de muchos años. Y vino ese dulce momento, en que después de verse en los aires y entre los pitones, el toro le concediera la embestida perfecta para entregar su vida de una exquisita manera, misma que le otorgó la segunda oreja, y que le hiciera volver a abrir la puerta de los triunfadores.

Juan Pablo Sánchez. Su simple nombre me habla de un esplendor, su calidad es irrefutable y ese don, porque no puede negarse que la divinidad lo ha tocado con creces, es su fortuna y a la vez su perdición.

Si ya hablábamos de belleza, el hidrocálido la conoce bien. Y solo tiene que decidirse para impregnar el aire a su alrededor de los aromas más fragantes. Su bálsamo cautiva a propios y ajenos. Deja una estela a su paso que nos hace embelesarnos y hechizados sucumbir a los encantos de su muleta.

Pero… porqué tanta perfección puede ser su más grande enemigo.

Y que difícil es el toreo. Si Juan Pablo tuviera ese corazón de guerrero que ha diferenciado a los que llegan a la cima para quedarse, no habría en el mundo alguien que pudiera opacarlo. Y por más bellos momentos que nos regale, siempre queda a deber.

Ya en su primero, como en el que cerró plaza, despertó los sentidos para luego dejarlos ahí, sin sustento, sin alma. Como dejan las olas la orilla de la playa, alejándose sin marcar la huella de lo más grande qué hay en el Universo, el Toreo.

 

El domingo se celebra una corrida de rejones en la que partirán plaza Emiliano Gamero, Horacio Casas y Santiago Zendejas para despachar una corrida de Vistahermosa.

Por Alexa Castillo