La ruptura entre Tomás Campuzano y Alberto Lamelas ha sido una más de las muchas que se han producido en este final de temporada. No conozco el caso pero imagino que no cabe objeción alguna por parte de ambos.

Los contratos de apoderamiento, como cualquier otro en la vida, se firman con la ilusión a flor de piel de que ese «matrimonio» sea para toda la vida y, a poder ser, que tenga los frutos deseados. Cierto es que, los contratos entre torero y apoderado suelen ser muy breves porque el torero siempre acusa al apoderado de no saber firmar contratos, mientras que el apoderado acusa al torero de no ser capaz de conseguir el triunfo soñado.

Es difícil el dilema a debatir entre ambas partes, pero lo realmente cierto es que en la casa donde no hay pan, todos gritan y nadie tiene razón, es el caso de los «matrimonios» entre toreros y apoderados humildes.

Nada que achacar a Tomás Campuzano que, el hombre, a su manera, intenta vivir del mundo al que ama, sencillamente, al que entregó toda su vida. No ha tenido la suerte de su hermano que encontró un filón con la primera figura del toreo llamado Roca Rey.

De Alberto Lamelas solo podemos decir que es un torero honrado a carta cabal, un auténtico héroe en la más grande extensión de la palabra puesto que, como sabemos, sus actuaciones se cuentan por triunfos y cornadas, lo propio de cualquier torero cabal como es el jienense.

Confiemos que Alberto Lamelas encuentre, no ya un apoderado que mucha falta le hace, pero sí una auténtica oportunidad en Madrid de la que pudiera salir lanzado y, de tal modo, su panorama cambiaría por completo. Cuestión de suerte, más que de otra cosa.

En la foto, Alberto Lamelas, disfrutando de uno de sus muchos triunfos.