El Parlamento de Cataluña, una vez más y son tantas ya, se ha vuelto a demostrar su talante dictatorial y excluyente. Se ha vuelto a pronunciar en esa deriva, tan fervientemente seguida, de construir una sociedad solo apta para su proyecto ideológico. Sigue construyendo, ladrillo a ladrillo, paso a paso, una sociedad, enferma y podrida, donde solo caben ellos. Erigiéndose en no se qué autoridad moral, nos dicen a todos los catalanes, y sobre todo a los que no formamos parte de su rebano, cómo nos tenemos que comportar. Qué nos tiene que gustar. A modo de líderes espirituales, como si de alguien superior intelectual y moralmente se tratara, velan por nuestra ética, por nuestro civismo y para hacernos partícipes de una sociedad supuestamente avanzada. Creer en el progreso. Yo, prefiero llamarlo, ingeniería social.

En el día de ayer, el Parlamento de Cataluña legisló nuevamente en contra de la tauromaquia. A la lejana prohibición de las corridas de toros, declarada inconstitucional por el Tribunal Constitucional, suman una nueva prohibición: esta vez, relativa a los festejos populares, a los llamados «correbous». En ese empeño de desinfectar el pueblo de Cataluña, como tanto les gusta apelar, de cualquier reminiscencia de españolidad siguen incurriendo en la vulneración de las libertades más básicas y esenciales de los ciudadanos. Curiosa paradoja de quien se erige en defensor de la democracia y la libertad. Ni la libertad ni la democracia son eso. Otra ocasión más en la que manifiestan su flagrante desconocimiento de la cultura catalana, como parte de la mediterránea. Es evidente que los juegos con toros son antiguos como la civilización del Mediterráneo, y Cataluña, no es una excepción. En otra ocasión, puesto que hoy no lo es, trataremos la tradición taurómaca de Cataluña.

Para entender esta decisión del Parlamento, hay que contextualizarla en la grave situación que vive Cataluña. Más allá de
permanecer incursa en un golpe de estado que se desató en octubre de 2017, desde la transición se está exponiendo a la sociedad catalana a un proceso de construcción social. Se ganan afines al proyecto secesionista no con la razón, sino con la manipulación,
la imposición y el adoctrinamiento. Este proceso que excluye a castellanoparlantes y a todo aquellos que no huela a butifarra y «barretina» llega al delirio de imponerse incluso a los mismos nacionalistas. Como ocurre en muchos otros sectores de nuestra sociedad, gravemente amenazada por las consecuencias de esta absurda lucha de identidades, no es suficiente ser, en este caso, independentista, sino serlo de una forma muy concreta. Prueba de esto que digo es el paradigmático caso de la localidad de Cardona. A principios de septiembre tienen lugar sus tradicionales capeas. La cultura popular, pues la taurina no es de otro modo, convive con el nacionalismo. El festejo lo preside una enorme estelada.

A todo esto, hay que sumarle la cobardía de los partidos que se autoproclaman como nacionales o liberales. Precisamente, la presión efectuada por otro de los frentes de la lucha de identidades crea, en esos falsos liberales, un fuerte complejo animalista. En el Parlamento de Cataluña, faltó ayer un discurso en defensa de libertad, de la tradición y de nuestra cultura por parte del partido que ganó las elecciones. No quedó como la lista más votada porque su programa político nos entusiasmara, sino por legítima defensa. Muchos catalanes nos echamos a los brazos de Ciudadanos como dique de contención a los delirios autoritarios del nacionalismo. Desde entonces, esta coalición no ha dejado de decepcionarnos. Y del PSC, qué voy a decir… el tonto útil del nacionalismo. De estos dos partidos, solo me queda recordar su marcado carácter urbanita. Desconocedor del campo y de los pueblos, que siguen siendo el alma de las culturas, como contrapeso de unas ciudades cada vez más castigadas por el globalismo.

Y permítame que, como catalán, muestre mi indignación por lo ocurrido ayer en el Parlamento, además de esta prohibición. En el día de ayer, se aprobaron mociones a favor del primer conato de terrorismo en Cataluña y en contra de la Guardia Civil y la Audiencia Provincial. Imponer la República nunca fue un proceso pacífico, y ahora claramente queda demostrado. Gran parte de los que votaron a favor de la prohibición para que supuestamente viviéramos en una sociedad mejor, hicieron lo propio en apoyo de quienes estaban dispuestos no a excluir, sino a eliminar directamente al diferente. Una vergüenza indigna de cualquier ser humano. Solamente se puede desprender una lectura de la sesión parlamentaria de ayer: viviremos en una sociedad mejor que no maltrata a animales, y con héroes encarcelados por recurrir a las bombas, a las alcantarillas regadas de sangre, para la libertad de la práctica. ¡Qué cosas!

 

Por Francisco Díaz.