En la cuarta semana de San Isidro, cuando ya se encara la recta final, llega la ciclogénesis explosiva. Sí, ese concepto raro que, a diario, repiten en televisión. Cuarto festejo en la cuarta semana, y cuarto petardo. Festejo muy condicionado por esa ciclogénesis explosiva. El viento campó a sus anchas por el ruedo. El platillo de Las Ventas parecía el ojo de un huracán. Desde el primer al sexto toro. Los pupilos de El Puerto de San Lorenzo decepcionaron en su juego, aunque pudieron parecer mucho peores por las condiciones climatológicas.

 

Volvió Antonio Ferrera a Madrid, tras su discutible y discutido, aunque menos que si se hubiera llamado de otra forma, triunfo del pasado sábado. En la tarde de ayer, dejó sensaciones muy distintas a su última comparecencia en Las Ventas. Mucho más similares a las de Sevilla. Cierto es que fue muy molestado por el viento. Quizá el que más. Su primer toro fue una locomotora: grande, fuerte, alto y largo. En el capote, se desplazó con más virtudes sobre el pitón izquierdo. Cumplió en el caballo y galopó en banderillas. La faena se desarrolló entre la primera ralla y las tablas. El toro se desplazaba rebrincado y defendiéndose. Siempre nos quedará la duda sobre cómo habría sido en otros terrenos. El cuarto permitió alguna verónica de estimable factura por parte del extremeño (de adopción). Cumplió en el caballo, como toda la corrida. La faena de muleta fue alargándose. Ferrera la inició en los terrenos del tendido 5, para quitar las querencias al toro. El viento era imposible. Finalmente, se acabó donde el toro quería: la puerta de chiqueros. Ahí tuvo buena condición por el izquierdo, cada vez más encerrado en tablas. Pero nada… Imposible.

 

También regresaba a Madrid Perera, tras su bochornosa salida a hombros. Devolvió las baratísimas orejas que lo encumbraron por la Calle Alcalá. Hizo el paseíllo vestido de blanco y plata. No estuvo cómodo en ningún momento de la tarde. Su primer toro también dejó la incógnita sobre su verdadera condición. En el quinto, un manso de carretas, le molestó menos el vendaval. En la muleta huía constantemente. Sin embargo, transmitía cierta transmisión y mostraba clase, cuando se le sujetaba en la pañosa. Solo lo logró una vez el pacense. En las demás tandas, los enganchones y las protestas del toro fueron una constante. Tarde aburrida de Perera, que aburre y mucho.

 

El tercero de cartel fue Alberto López Simón. Como en su primera tarde, lo vi distinto a temporadas anteriores: más derecho, con más ajuste y menos acelerado. Se llevó el mejor toro de la tarde: un animal (casi)prototípico del encaste. Tras su paso por el caballo la clase del “puerto” fue a más. Regaló embestidas categóricas por uno y otro pitón, para poner Madrid boca abajo. Para apostar y ganar. Sin embargo, López Simón no hizo nada de eso, pese a su mejoría. Por el pitón derecho citaba con el pico y se pasaba el toro a una distancia prudencial. Cambió de pitón y se ajustó más las embestidas, llegó incluso a rematarlas detrás de la cadera. Inexplicablemente, tras el momento más destacado de la faena, le acortó el terreno al toro y se echó encima de él. Ahí respondió peor el toro. Se lo cargó. Cerró con las soporíferas “bernardinas”, en las que fue feamente volteado. Mató de forma espantosa, con una forma de ejecución inexplicable. Del sexto poco se puede decir, toro muy manso, sin ningún tipo de casta. López Simón poco pudo hacer, claramente aturdido por la paliza de su primero.

 

Por Francisco Díaz.