Por Andres Oyola

Se recoge en un tratado de Medicina y Cirugía editado en Amberes en 1574. Lo escribieron al alimón los frexnenses y amigos Benito Arias Montano y el cirujano Francisco Arceo, en realidad, Francisco Vázquez de Arcos. Según se nos dice, el cuerno había entrado por debajo del mentón y había salido entre el ojo izquierdo y la nariz, dice el texto que diez dedos o pulgadas. Naturalmente había hecho un orificio de entrada bajo la barba y otro al atravesar el paladar que se manifestaba al exterior. En su trayectoria, el cuerno había desmenuzado el hueso. Sus trozos se fueron soltando durante la cura. Creemos que la cogida tuvo lugar durante un festejo de toros en el área de Fregenal de la Sierra o de Llerena, ambas en la actual provincia de Badajoz. Si los autores no citan la población ni la ocasión en que sucedió es porque estaban prohibidos los festejos taurinos por disposiciones papales y sinodales. Aun así Arias Montano no pierde la ocasión para asegurar que entre las reses las había que salían rebeldes, es decir, bravas, aptas para el toreo, porque indica también que se las podía manejas “arte”, es decir, con destreza , habilidad o, literalmente con arte. No conocemos textos anteriores que denominen tan claramente al toreo como un arte.

El texto que hemos traducido del original latino y adaptado para esta ocasión describe primero una herida por arma blanca en la cara de un paciente, que sucedió en Fregenal de la Sierra, y a continuación la herida por asta de toro. Un simple tapón de corcho envuelto en lino sirvió de prótesis ocasional para tapar el agujero del paladar de modo que el paciente pudiera comer, beber y hablar. Se le mandó que se lo quitara por noche para no hacer más grande el agujero alque se adaptaba con precisión. Las incluimos ambas por  estar relacionadas en el modo de curación que el cirujano Vázquez de Arcos llevó a cabo:

“Curamos a un individuo en Fregenal de la Sierra al que le habían herido la cara con un arma entre la nariz y las cejas hasta los labios y la nariz y la mandíbula superior y sus dientes se caían sobre la barbilla. Cuando nos llamaron, la nariz y la mandíbula las encontramos frías y casi muertas, de forma que la aguja con mucha dificultad pudo penetrar en ella. Cosimos toda la zona para que los huesos de la mandíbula superior uniesen por dentro. Para ello le pusimos una venda de dos dedos de ancha, dándole la vuelta a la frente,  de forma que tuviera en la parte inferior un borde al que se pudieran coser hilos; a esa venda le cosimos otras dos: una de la  frente a la nuca, otra de oreja a oreja, en forma de cruz, más estrechas éstas ciertamente, con el único fin de que sujetasen a la primera. Cuando todo esto estuvo preparado, enhebramos un hilo largo a una aguja y tiramos ese hilo desde la venda que daba la vuelta de la oreja a la frente; lo pasamos entre el primer diente molar y el canino, y lo llevamos de nuevo hasta la venda que rodeaba la frente; luego de nuevo en dirección a los dientes desde esta zona y, atando de este modo, unimos la mandíbula con la nariz y los demás huesos que lo precisaban. Después cosimos la piel con la aguja. Lo mantuvimos atado así hasta que los miembros se unieron entre sí y logramos restaurar todo de forma que pudiera parecer que jamás había sufrido herida alguna

Del mismo modo curamos a un individuo al que había cogido un toro, metiéndole el cuerno bajo el mentón, que le salió por la mejilla entre el ojo izquierdo y  la nariz. La punta del cuerno le salió más de diez dedos. Suturamos con aguja los puntos de entrada y salida. Ligamos la mandíbula como se ha dicho en la curación anterior. Al interior de la boca, mandamos lavar repetidamente el hueso mismo con una cocción de cebada, de rosa, de flores de granado, mezclando también miel de rosas colada. Y así, en un período brevísimo de tiempo se curó, aunque se fueron desprendiendo los huesos que había desmenuzado el cuerno en su trayectoria, dejando un agujero en el paladar, por el que podía entrar un dedo pulgar. Una vez que todo sanó y creció la piel, tapamos ese agujero con un pequeño tapón de corcho cubierto de lino y bien ajustado y así se logró que pudiera hablar y comer y beber adecuadamente. De noche se lo quitaba, para que el agujero no se abriera más, y se lo volvía a poner a su gusto”.