¡Qué bonito es soñar ser torero desde la inocencia de un niño!

Despertarse cada día ilusionado con ir a la escuela, donde se aprenden valores, a ser compañero, a luchar por un sentimiento.

Templo al que se dirigen para intentar forjar un sueño, donde desde pequeños escuchan a sus mayores que tanto respetan y que tanto les enseñan, haciéndoles madurar y sobre todo a poner los pies en la tierra.

Sienten que algún día pueden llegar a ser figuras, a formar parte de este mundo de arte, viviendo cada momento como si fuera único, involucrándose al máximo escuchando siempre a sus maestros.

Valorando cada salida al campo, cada toreo de salón y preparación intensa, siendo “gracias” la palabra predominante en su día a día.

 Distintas son las maneras que cada cual tiene de sentir el toreo, de vivir experiencias y de metas soñadas.

Siempre con admiración hacia quienes comparten su mundo y confían en ellos, agradecidos de aprender valores que muy pocos enseñan.

 Un niño que quiere ser torero piensa que algún día podrá conseguirlo, podrá lograrlo, a base de esfuerzo, tesón y constancia.

No solo es triunfo material por lo que luchan con perseverancia, si no por el premio a su esfuerzo, a su valentía, a su gran pasión, desde que se sienten felices con el capote y la muleta.

 La Tauromaquia es una ilusión, un sentimiento, un arte, algo inefable que siempre está presente en la mente soñadora de quien cada noche se acuesta pensado en esa faena perfecta, imaginando aquel muletazo que emocione al público, que les haga vibrar y llegue a los tendidos transformándose en aplausos, en «olés» que lleguen directos al corazón entregado de aquel niño, que lucha “desde pequeño” por querer ser torero.

 Bonita es la magia del mundo del toro, que aún habiendo triunfado siempre se sigue soñando.

  • Inspirado en la infancia de Francisco Montero, novillero con picadores. 

 Por Gabriela Martín 

Foto Andrea Grijalva