Dios existe y es justo, sino no se entiende lo de ayer. David de Miranda alcanzó la gloria de los toreros, saboreando cada segundo en el que estuvo tan cerca del cielo de Madrid. Algo reservado única y exclusivamente para los toreros. Nadie sabe mejor que los toreros lo difícil que es, pero en el caso del onubense ha sido especialmente complicado. El 29 de agosto de 2017, David no sabía si podría volver a andar, cuanto si más a torear. Todo parecía apuntar que le ocurriría como a tantos otros en la historia del toreo, siendo “pobre” como muchos otros.

 

Aún recuerdo sus inicios de becerrista en la hoy tan poco taurina provincia de Huelva. De novillero y de matador, se ha anunciado, año tras año, en Palos de la Frontera, Valverde del Camino, Cortegana y en las Colombinas. Abriéndose camino sin contratos, contactos ni padrinos. Luchando por un sueño en los pueblos de su tierra, con la esperanza de llegar a Madrid o Sevilla y dar que hablar. Solo tuvo oportunidad, hasta ayer, de hacerlo como novillero. Esa ilusión no se torno en realidad. Pese a todo, tomó la alternativa de manos de José Tomás en su Huelva. El de Galapagar ha sido y es su ídolo, su espejo donde mirarse. Un privilegio al alcance de muy pocos.

 

Los que en su día tuvimos la suerte de verle conocíamos su concepto y sus muchas virtudes: valor escalofriante, pero no inconsciente, y una quietud sobrehumana. De Miranda lleva al extremo aquello de que “para torear y casarse, hay que arrimarse”. Por el momento, ayer toreó y de qué manera.

 

La tarde tenía un único protagonista, otro héroe que ha sabido sobreponerse a las crueles dificultades que el toro plantea: Paco Ureña. El murciano volvía a su Madrid, la Plaza que todo se lo ha dado. La afición se entregó con él, y se olvidó de un muchacho al que nadie ha regalado nada, más bien lo contrario. Tuvimos que esperarnos hasta el sexto toro para que se obrara el milagro. Salió por chiqueros el mejor toro de Juan Pedro, y de lo que va de Feria: “Despreciado”. El nombre no daba buen bajío, pero seguro que ahora nos parece el más bello del mundo. En la muleta embistió con profundidad, con los riñones y con mucha fijeza. Delante tuvo a un hombre, a un héroe, que supo templarle y darle hondura. Pasándoselo tan cerca que parecía físicamente imposible. Las tandas por el derecho fueron mandonas y ligadas. No trascendieron tanto las del izquierdo, pitón por el que el toro exigía más. Sin embargo, David no se amilanó. No volvió la cara y suplía sus evidentes carencias con valentía sosegada. Prueba de ello, fueron las inverosímiles bernardinas con las que cerró la faena. La espada cayó un poco baja, pero entró. Ayer Madrid, conocedor de la dureza del toreo, respondió a la faena con las tripas y el corazón, no siempre hemos de ser animales racionales. Y no saben cuánto me alegro.

 

Y permítanme que egoístamente me alegre por Huelva, la tierra que vio marchar a mis abuelos, aunque siempre volver, “como el pájaro herido vuela siempre hacia el lugar donde tuvo el primer nido”. La tierra de Cuadri y de Prieto de la Cal, de Ortega y de Pereda. La tierra de “El Litri” y de “Chamaco”. Y de Juan Ramón, “mi paisano”. Del lugar de donde partió Colón, “siempre con Dios en la compaña, un rosario y una cruz; y una bandera de España”. La tierra del choco y de la gamba, y de Jabugo. El recóndito lugar donde aún se cruje con Toronjo y se le llora, y mucho. Ayer Huelva pudo cantar por fandangos del Alosno, Valverde, Almonaster o de Encinasola y por sevillanas rocieras porque alzó en la gloria de Madrid a un torero que ella misma ha parido. Y nadie mejor que Huelva sabe el sudor y las lágrimas que esta hazaña ha supuesto.

 

Por Francisco Díaz.