En el siglo XVIII, el Consejo de Sevilla vende a Fernando Sierra La Abundancia, Rincón de los Lirios, Vuelta del Cojo y Poco Abrigo. Allí fundará la ganadería de Pérez de la Concha. El resto de la Isla se vende al Marqués de Casa Riera con el compromiso de canalizar y desecar el terreno para comenzar a cultivar. En 1797, el Coto de Doñana es propiedad de Cayetana de Silva, Duquesa de Alba, gracias a su matrimonio con el duque titular de Medina Sidonia y enviudar en junio de 1796. Durante la primavera de 1797, la Duquesa recibe en su palacio de Sanlúcar la visita de Goya, y ambos viajan hasta Doñana, donde se hospedan. Diecisiete años antes Goya había pintado su   «novillada «, y veinte años más tarde grabará su Tauromaquia. No obstante, en Doñana, rodeado por los toros de la Duquesa, que pastan en la marisma y se lidian en las distintas plazas, Goya pinta a Cayetana vistiendo de duelo.
En el siglo XIX, surgen en la marisma las ganaderías de Miura, Saltillo, Pablo Romero, Ibarra, Parladé, Santa Coloma, Concha y Sierra, Anastasio Martín y algunas más. Los vazqueños de los tatarasobrinos de don Vicente José Vázquez en Hato Blanco y los gallardos de Pablo Romero al lado, en Partido de Resina. Ambas propiedades contaban con miles de hectáreas entre marisma y monte bajo, donde llevaban el ganado cuando el agua cubre las tierras bajas.
Un estilo de vida, bello y duro a la vez, une a los hombre marismeños en una misma cultura y, cuando acompañan a sus toros a las ferias, los tenaces conocedores de las ganaderías merecen la admiración de los ciudadanos.
En 1927, sin haber podido llevar a cabo sus proyectos las tierras que compró el Marqués de Casa Riera las venden a la Isla del Guadalquivir, S.A., que comienzan a sembrar arroz y a colonizar la zona antes de quebrar
En plena Guerra Civil, Franco encarga a Queipo de Llano que desarrolle este cultivo del arroz con el fin de abastecer a la zona nacional, ya que los arrozales valencianos han quedado en la parte contraria.
Los Escobar y los Campos son los pioneros en esta iniciativa y, al cabo de los años, también se convertirán en ganaderías de bravo, mientras que los históricos se arruinan o se marchan.
La marisma del Guadalquivir desde Sevilla discurre por Sanlúcar la Mayor, Gelves, Coria del Río, La Puebla del Río, Trebujena y Sanlúcar de Barrameda.
En 1963, se materializa la compra de las 6700 hectáreas de Doñana, con el propósito de hacer un Parque Nacional.
El Parque, nacido en estos mismos latifundios, desarrolló un plan de conservación selectivo que dejaba de lado sus tradiciones más bellas, entre ellas los toros.
La huerta del Algarrobo, urbanizada hoy en su totalidad, en el número 2 de la antigua calle de la Fuente, en Gelves, fue el primer escenario donde se coció la Edad de Oro del Toreo.
Allí a seis kilómetros de Sevilla y a unos doce de la Puebla del Río, vivió la familia de Fernando » El Gallo «, a quien la casa de Alba le había concedido un puesto de guarda para que pudiera mantener a los suyos. Se le consideraba uno de los primeros toreros con sello artístico de mucho repertorio y grandes conocimientos, y tuvo en su cuadrilla, nada menos, que a Rafael Guerra » Guerrita «.
Pero, una vez retirado de su profesión de torero, la economía familiar no estaba para tirar cohetes. Cuando su hijo mayor Rafael, cumplió seis años, don Fernando mandó construir una placita de toros, a la vera de su casa para enseñarle todo lo que él sabía. Y mientras crecía Rafael, fueron uniéndose a las clases su hermano Fernando y hasta el pequeño José, que con dos añitos ya estoqueaba a sus hermanos bajo la mirada del padre, que falleció ese mismo año. Con trece años Rafael encabezó una cuadrilla de niños toreros donde ingresó un muchacho cordobés anunciado como » Reondo «, el futuro » Machaquito «.
Para la gitanería de la huerta de Gelves, Rafael tenía un destino marcado : sacar a todos los Gallos de la penuria donde sobrevivían. Justo antes de fallecer, Fernando llamó a una de sus hijas, le pidió papel y pluma, y trazó las siguientes lineas : » A mi compadre » Guerrita «. En la hora de mi muerte que no deje sin pan a mis hijos. Se lo pide moribundo su compadre «. Y el Guerra atendió esta petición ayudando en lo que pudo – y podía mucho – a Rafael.
En una entrevista que le realizaron años más tarde, Rafael habló así sobre su familia en los tiempos de la huerta de Gelves : » Mi madre se llamaba Gabriela Ortega. Hablaba de toros mejor que un hombre y eso que no fue nunca a ninguna corrida ; pero tuvo tres hijos toreros. Y su marido también lo fue. Fernado » El Gallo » mi padre. Aqui en Sevilla, la conoció. Ella bailaba y fue una bailadora muy buena. Mi madre no era gitana. Su padre sí. Mi abuelo era gitano hermano del célebre banderillero » El Cuco «, que estuvo colocado con El Tato y con Frascuelo. También tuvo otros dos hermanos banderilleros
Mi padre Fernando fue veinticuatro años matador de toros y tomó la alternativa en Sevilla. Pero la perdió al meterse a banderillero. Después volvió a tomarla, de nuevo en Sevilla. Mi padre llegó a torear 82 corridas en aquella época y toreó diez años en el abono de Madrid. Cuando se retiró tenía una Escuela de Tauromaquia en la plácita de la huerta de Gelves, chiquita, pero a la que no le faltaba detalle. Mi padre ha sido el mejor aficionado que he conocido yo. A Rafael le tocó mantener a los suyos, proeza que consiguió gracias a su evidente talento. En una de las visitas que recibió en la huerta para admirar al joven torero de quien ya se hablaba, se fijó en su hermano menor, Joselito, que con 4 años » ejecutaba » con una destreza impropia varias suertes del toreo.
Los escritores que contaron la infancia del futuro coloso, en su manifiesto deseo por contraponer las figuras de José y Juan, pintaron al primero como el niño mimado de una dinastía torera, y al segundo como un medio maleante harapiento y hambriento. Lo cierto es que Juan iba de furtivo a los tentaderos de la marisma, y José de invitado.
En aquella época la familia Gómez ya no vivía en Gelves, sino en Sevilla. Sin embargo, fue en Gelves, a las puertas de la marisma, donde le construyeron a José el monumento que todavía Sevilla le niega. Un siglo después de su muerte, en la ciudad aún recuerdan que tuvo la oisadía de construir una plaza Monumental en el barrio de San Bernardo para que el pueblo pudiera verle en masa sin necesidad de aumentar el precio de las entradas. Y esto, a los Maestrantes, no les sentó nada bien.
Con la expansión de Doñana y la creación de la reserva biológica del Guadiamar, los marismeños han tenido que reciclarse. Su modo de vida ancestral ha desaparecido, y la Venta de Cruces, antaño punto de encuentro entre vaqueros, jinetes, ganaderos, conocedores y toreros, ahora acoge a los ciclistas ecologistas que vienen a fotografiar a los patos. Esta lamentable evolución está a punto de arruinar el alma de la marisma.
La salida de las ganaderías de la marisma es un conjunto de circunstancias distintas en cada caso, pero en la mayoría de ellas otras razones influyeron más que la transformación del paisaje. Aunque hay que reconocer que producir arroz sale más rentable que criar ganado bravo.. Cazar, pescar, y pastorear son actividades hoy prohibidas. El único que puede cazar a su antojo es el lince ibérico.
Pasado Coria, La Puebla del Río y la Venta del Cruce, el camino se hunde hacia las tierras del arroz. El cortijo de los Peralta, El Rancho El Rocio se situá a la izquierda, las ruinas de los Pérez de la Concha más allá a la derecha. Cinco mínutos más y aparece Isla Mínima, con su imponente cortijo blanco de los Escobar, donde Mauricio Soler Escobar cría sus Gracilianos
La Venta del Cruce como un puesto fronterizo, marca el principio de la marsma. Por encima de la barra, se elevan los dos tótems de la comarca : Los Peralta y Morante, estamos en la Puebla del Río.
( Continuará )
Por Don Mariano Cifuentes