En la fiesta de los toros existen dos maneras de emocionar y ambas son válidas, mediante el arte o el valor o, lo que es lo mismo, contemplar a un torero netamente artista o ver cómo un hombre se juega la vida de verdad.; lo triste es cuando el espectáculo camina por el sendero del limbo que, ahí sí que no se emociona nadie. Claro que, para desdicha de los grandes aficionados, lo dicho parece un auténtico milagro porque la gran mayoría de las tardes la gente suele “emocionarse” en el vacío de la nada y eso es gravísimo.

Todos, desde nuestra posición de aficionados deberíamos de rebelarnos ante el fraude de lo que supone que nos vendan una corrida de toros cuando se trata de un toro amorfo, anovillado, rasurado de pitones y sin apenas fuerza; la prueba de la fuerza la tenemos en que la gran mayoría de los toros que lidian las figuras ya no se pican. Y, al respecto de lo que vengo contando, la gran prueba es que los toros ya no cogen a los toreros; no cogen a las figuras, ello se sobreentiende, claro está. Y si esto no ocurre, -que nadie quiere que ocurra- ¿será entonces que los toreros de ahora son más listos que antaño? No lo creo. Pero sí creo que, hace cuarenta años, cualquier figura del toreo nos podía mostrar su cuerpo lacerado por las cornadas. Recuerdo entre otros a Diego Puerta que estuvo muy pocos años como torero y tenía cuarenta cicatrices que adornaban su cuerpo, lo que certificaba que lidiaban toros con auténtico peligro.

Como se desprende todo ha cambiado; ahora las figuras están treinta años en activo y apenas se llevan un rasguño. Cuidado que sé lo que digo. Todos los años hay heridos graves, cornadas por doquier y percances de toda índole pero, ¿quién recibe el maleficio? Los desdichados de la fortuna que tienen que matar esas corridas infames en las que, como mucho, como único logro, puedes lograr que te ovacionen por haberte jugado la vida. Una prueba reciente de lo que digo es la miurada de Sevilla que, sin opción alguna si mostró su lado criminal cuando buscaba a los toreros y, como en el caso de Chacón, ciertamente que nos emocionamos, no cabía otra opción.

Como quiera que tengamos que convivir con ese fraude de ley como son las corridas comerciales, nunca mejor definidas, en el peor de los casos que éstas caigan en manos de toreros artistas; y no es que aplaudamos este tipo de toros que, desde nuestros ancestros siempre denigramos. Y digo toreros artistas como el menor de los males, ¿quién reparó en el toro de Morante cuando le recetó aquellas siete monumentales verónicas? En aquel instante nadie nos dimos cuenta que era un torito a modo, un animalito indefenso que luego tendría más o menos fuerza, pero en aquel instante todos enloquecimos. Con Pablo Aguado nos sucedió algo igual pero, en aquella ocasión, corregido y aumentado porque sus toros no eran Tulios como todo el mundo pudo ver, pero Aguado, con su arte, nos transportó hasta la gloria. Todo lo dicho es cierto pero, tal milagro solo está en manos de muy pocos elegidos puestos que, con el resto de los lidiadores muy pronto quedan todos con el culo al aire cuando les sale un toro bravo.

Lo ideal, amigos, sería que saliera el toro con casta, con verdad, con trapío y demás condicionantes que definen a un toro bravo con un torero auténtico, caso de Pablo Aguado si llegara el caso o el mismísimo Juan Ortega que ya avisó en Madrid el día de Pascua que acudirá la feria isidril para dar la campanada. Lo que chorrea sangre a borbotones no es otra cosa que salga un toro como los que le salieron a Ricardo Gallardo en Sevilla que le salieron tres y que cayeron en manos inútiles puesto que, era allí, con semejantes toros cuando el total milagro del arte debería de haber sucedido; pero no, cayeron los toros en manos de El Fandi y de López Simón y, en vez de triunfar aburrieron hasta la propia Giralda.

Por las razones expuestas, tan sencillas como hermosas, vivirán en nuestro recuerdo los toros de Ricardo Gallardo, lo que lidió en Sevilla y, como sucediera el pasado otoño en Las Ventas; en Sevilla porque unos pegapases los desaprovecharon mientras que, en la citada tarde de Madrid, un artista consumado llamado Diego Urdiales logró el mayor triunfo de su historia y sin duda, al respecto de la plaza de Madrid, una de las grandes epopeyas del siglo XXI. Era la consumación de la auténtica fiesta de los toros en manos de un Toro y un Torero, algo que parece sencillo, pero que sigue rozando el milagro.

¿Quiere todo esto decir que debemos de olvidarnos de Octavio Chacón cuando el año pasado en Madrid, lidiando la corrida de Saltillo comprobábamos como su vida pendía de un hilo? Por supuesto que no. Como vemos, en la fiesta de los toros se puede emocionar con el toro o con el arte, lo demás son todo frivolidades consentidas por los empresarios porque, seguramente, con las mismas ganan mucho dinero.

Lo que sí está claro que, los toreros netamente artistas no gozan del predicamento que debieran. ¿Acaso cree alguien que nos hemos olvidado alguien de Juan Mora, de Curro Díaz, de Finito de Córdoba? Pero, ay amigo, esos toreros citados no pertenecen al clan de los consentidos, por ello, cada vez será más difícil que nos los muestren y, si lo hacen será para estrellarlos. Y dentro de todos los males, conforme está montado el toreo, este año se le ha hecho justicia a Diego Urdiales puesto que, lo contrario hubiera sido el peor escarnio que se podía hacer a un torero y, sin duda, a la fiesta toda.

Pla Ventura