Digamos que la corrida de Santiago Domecq tuvo la suficiente casta para ilusionar a los aficionados puesto que, el milagro estaba servido. Hablar de casta con ese apellido suena a imposible, pero se dio cita esa bravura encastada en algunos de los toros que ayer se lidiaron en Sevilla.

Una pena que El Cid ya no gane batallas pero, si lo analizamos, hace ya tres años que no gana nada; los empresarios se olvidaron de él y no queda nada de aquel gladiador que supo torear con la izquierda como los ángeles. Para mayor desdicha nadie le hizo caso; es cierto que Manuel Jesús, en ese trance de despedida no se arrebató con sus toros, más bien dejó que todo fluyera pero sin poner apenas nada de su parte.

Muy triste su despedida porque entre otras cosas es un torero de Sevilla mientras que, el pasado año, a Padilla, dicha plaza lo despidió con todos los honores. Me alegro que se marche El Cid porque ya le han ridiculizado bastante y, como quiera que el hombre tiene la vida resuelta, aquí paz y allá gloria. Ahora, Manuel Jesús, a disfrutar de todo lo que honradamente has ganado mientras que, nosotros, los aficionados, siempre recordaremos tus apoteósicos triunfos con toros de verdad y en plazas de tremenda relevancia, entre ellas, como la primera, Madrid, la plaza que mejor te entendió y respetó.

Perera cortó una oreja ante un bravo toro, su primero, al que toreó de forma despegada, con mucha convicción, pero al estilo suyo que, como se sabe, ya no conquista a nadie. Es cierto que, valor y exposición la tuvo toda, pero aquello no terminó de caldearse porque el toro era muy importante y el esfuerzo de Perea iba al unísono, pero algo pasó para que no explotara La Maestranza. Eso sí, el presidente, por su cuenta y riesgo autorizó la vuelta al ruedo para el otro, algo exagerado que no pidió nadie. Miguel Ángel Perera es otro de los candidatos que debe de pensar en la retirada antes de que le suceda como a El Cid que lo han echado a patadas. Ese retorcimiento de Perera cuando coge la muleta es algo que no convence a los aficionados y, en honor a la verdad, toreó muy limpio, escondiendo la pierna, pero dándole buen aire al muletazo. Esa estocada baja le permitió cortar una oreja que, como se sabe, es lo que salvó la tarde. Una oreja que nadie recordará pero que él tan feliz paseó por el ruedo maestrante. En su segundo enemigo que tenía más teclas que tocar, por lo que pude ver, se aburrieron los dos, toro y torero y aquello no pasó de la discreción.

Los dos toros más insulsos le cayeron en las manos a Paco Ureña y el hombre hizo un esfuerzo mayúsculo que no le sirvió de nada. ¿Será acaso que la casta desdibuja a los toreros? Puede que así sea. Pero no es menos cierto que hemos visto muchas tardes heroicas de Paco Ureña en Madrid y no precisamente enfrentándose a borregos. ¿Qué pasó? Ni él mismo lo sabría responder. Lo que sí es muy cierto es que se marchó de Sevilla con aires de tristeza como así lo certificaba su rostro.

En el mundo de los toros ocurren cosas que nadie sabría explicar, pero que son relevantes. Por ejemplo, cuando Padilla perdió el ojo, de repente, como si de un milagro se tratare, empezaron a ponerle en carteles para que triunfara y lo logró; atrás quedaron para siempre las ganaderías duras que lidiaba; es decir, los empresarios hicieron todo lo posible para que Padilla fuera el rey y lo lograron, hasta el punto de que toreó cuanto quiso y donde quiso, despidiéndose como un auténtico héroe por todo el mundo.

Digo esto porque muchos creíamos que con Paco Ureña podría suceder lo mismo tras perder el ojo en Albacete pero, la realidad nos dice todo lo contrario porque Ureña solo tiene contratadas fechas en las plazas de su apoderado, del resto, ni una sola tarde. Barrunto que, como no tenga suerte en Madrid, el calvario que le tienen preparado es de auténtico órdago. Desdichadamente esa es la dureza de esa profesión en la que los toreros no deciden nada y, salvo cinco o seis, los demás son puras marionetas manejadas por los empresarios que, a unos favorecen y a otros defenestran. Vete tú a saber.

Pla Ventura