Cuando a un taurino se le ponen delante argumentos acerca del estado de la fiesta de los toros en la actualidad, se esa falta del toro, de la alarmante ausencia de verdad en un porcentaje muy alto, de la tácita desaparición de partes hasta ahora fundamentales de la lidia, del vacío que esta misma ofrece y de tantas y tantas carencias más, te responden que los tiempos cambian y que esto tiene que evolucionar, lo cual está muy bien, pero siempre y cuando sea por un camino con un mínimo de sensatez. Que evolucionando, evolucionando, lo mismo nos encontramos con un adefesio de dos cabezas, tres brazos y dos pies derechos.

Que uno empieza a pensar que esto de la evolución en el fondo lo que quiere decir, y no nos quieren contar, es que supone un alejamiento paulatino de la esencia del toreo y un avance, del que todavía hablan menos, hacia una comodidad que la fiesta de los toros no puede soportar, so pena de vaciarse totalmente y convertirse en firme candidata para ser solo un bello recuerdo. Quizá la evolución que más satisface a los taurinos sea la del arte, pretender que todo sea arte; trapacear es arte, levantar grandes polvaredas, es arte, no aguantar quieto es arte, no ser capaz de conducir una lidia es arte y como lienzo para tanto supuesto arte, un toro bobo, fofo y mocho. Y lo de mocho ya no es una frase hecha, que los dos exponentes máximos del arte taurino, Ponce y Juli, se retan con el cuchillo entre los dientes, en una mano a mano cumbre, con toda una corrida afeitada. ¡Viva la evolución!

Que si ustedes son seguidores de los medios oficiales, los que conducen los profesionales del taurinismo, hasta es fácil que ni se hayan enterado de eso del afeitado reincidente, porque no es la primera vez. ¿Eso también es evolución? Bueno, pues parece ser que esta fiesta de nuestros días no soporta que sepan las verdades, no aguanta la transparencia y mucho menos la crítica. Cosas de la evolución. ¿Y cuáles son los resultados de todo esto? Pues que esto de los toros cada vez interesa menos, cada está más fuera de la sociedad, se ha convertido en un prototipo de lo anticuado, algo de tiempos pasados y que no nadie quiere que vuelvan o como dicen los modernos, algo casposo. Y contra esto, ¿nada puede la evolución?

Y perdón por haber tratado a los toros como algo casposo, porque entiendo que sea una calificación que duela y moleste, pero es que tanta evolución y tanto evolucionado es lo que han logrado. Han querido construirse un mundo a medida, cómodo y que les permita seguir llenando el bolsillo mientras esto aguante, sin que les preocupe que les queden dos tres o diez años para evolucionar y luego, si hay que cerrar el quiosco, se cierra y punto, cambiamos de negocio y punto. Y ya mirarán de irse a evoluciona la construcción, un negocio hostelero o un resort con bovinos amaestrados. Que dudo que el camino sea la evolución. Quizá, si estos señores se apartaran o si pensaran en devolver esplendor a los toros, podrían quitarse esas etiquetas que tanto dañan a la fiesta y permitir que el toro volviera a las plazas. Luego ya se encargaría él de evolucionar, involucionar, quitar caspa y pondría todo en orden. ¡Vaya si lo pondría! Que esa evolución lo primero que se propuso fue hacer desaparecer al toro. ¡Error! Porque la fama, la buena imagen de esto, la emoción y el valor de todo esto lo aporta el toro. Luego, el que aguante el tirón, adelante, y el que no, a su casa. Volvamos a los fundamentos, a la esencia y a ver qué pasa, porque si todo va de mal en peor y seguimos insistiendo en lo que no funciona, esto se nos acabará yendo por el desagüe. Así que si ustedes sienten el más mínimo aprecio por este espectáculo tan excepcional, por favor, les pido humildemente que paren de evolucionar.