He aquí algunos de los argumentos más frecuentes de los aficionados a los toros para defender su afición, como si eso fuera algo que los igualara con ellos, como si estos genios vivieran su afición de la misma forma que lo hacen muchos en la actualidad. Pero la verdad es que no lo veo, no creo que ni tan siquiera aquellos hubieran admitido la fiesta de los toros tal y cómo está en estos momentos. Sí que los veo yendo con la bota y echando un traguito entre toro y toro, los veo. Pero, piénsenlo ustedes un momentito, ¿ven a Picasso, por decir uno, con una bolsa de pipas, un vaso como una bañera lleno de alcohol mezclado con lo que sea, que se repone como mucho cada dos toros y que inhibe progresivamente las vergüenzas de quienes los consumen?

Tampoco veo a Goya en un palco de la plaza de la Puerta de Alcalá tomando apuntes en un bloc y entre trazo y trazo echándose un ¡Viva España! Y mucho menos un ¡Viva el Rey! Especialmente con aquel rey. Ni me imagino a todo un Federico García Lorca volviéndose a nadie y diciéndole eso de ¡Cállate! Acompañado de un insulto que rememore a don Gil y sus dos hijas o a la decencia de la señora madre de nadie. Y tampoco me cuadra que Miguel Hernández se pusiera a mandar a que bajara al ruedo a nadie. Y por supuesto, sigo sin verles con un vaso lleno hasta arriba de alcoholazo y hielos.

La creación artística requiere, exige, un mucho de observación, de reflexión sobre lo que se está viendo y muy poco de frivolidad e imposición de criterios o maneras ajustadas a los mandatos que marque la doctrina que pretende ser imperante en la que se destierra la exigencia, se evita el rigor y se justifica y abraza la decadencia y la vulgaridad. Que dicen que las comparaciones son odiosas, pero a veces, aparte de ser muy ilustrativas, son casi insultantes. No les veo tomándose esto de los toros como un puro divertimento, no les veo despreciando al toro, ni admitiendo la bufa del medio toro,  no les veo queriendo desterrar a los aficionados, más bien les veo pegando la oreja, escuchando y queriendo empaparse de lo que los años viendo toros les enseñó.

Esos aficionados que incluso lograron soportar y superar corrientes tan desfavorables como la que provocó aquel que llegó de Córdoba y que, aún llenando plazas, ridiculizaba al toro y al toreo. Que como pasa ahora, los del negocio estaban encantados, pero los aficionados se limitaban a aguantar, a sufrir aquella caricatura de la fiesta. Y los que tanto aplaudían y aclamaban a aquel señor, como muchos de los que ahora jalean y encumbran la vulgaridad y el esperpento, no es que poco tuvieran que ver mucho con estos genios, es que lo mismo ni sabían qué habían hecho. Que estos de hoy en día, los que quieren defenderse con el escudo de los genios que sintieron pasión por los toros, quizá esperarían a que lo que escribieran Lorca o Hernández lo hicieran película o que las obras de Goya o Picasso las sacaran en una colección de tazas. Que a veces parece que la vulgaridad se aferra a encaramarse sobre las cumbres que marcan la ignorancia. Eso sí, cuando saquen a pasear esos nombres tan conocidos y rotundos, no les pidan que se explayen sobre sus obras, de la misma forma que no les pidan que les cuenten los fundamentos del toreo; aunque seguro que estarían dispuestos a relatárselos y seguirían con eso de que cada uno tiene una tauromaquia, que hay muchas formas de interpretar esto, aunque se edifiquen sobre el fraude y la trampa. Pero tampoco les quiten la ilusión y sigan poniendo cara de interesados cuando les empiecen con lo de Picasso, Lorca, Miguel Hernández, Goya…