Hace unos meses pudimos ver como un afamado señor que viste de luces se manifestó y casi se erigió en adalid de la tauromaquia. Él y nadie más o cómo diría el Guerra, después de él, “nadie”. Pues si no teníamos pistas suficientes de lo que este caballero entendía por defender la tauromaquia, ahí sigue dejando sus perlas, perlas cultivadas. Que además de esa forma tan personal de luchar por esto del toro, el regar los ruedos, entrar a matar con una segunda espada, descabellar desde el burladero, pintar las tablas, obligar a limar chepas, exigir líneas del tercio a juego con su mirada, irse a comer pipas durante una concentración anti, montar unos tremendos ciscos matinales en los corrales de las plazas, encararse con el público, con los palcos o pedir que los toros que le echen sean de tres años y no de cuatro y un largo etcétera ya conocido, aunque no por ello deje de resultar insultante y ofensivo. Ese es nuestro adalid, sir Morante del Río.

 

Pues ahora resulta que manifiesta su aprobación entusiasta con la destitución de una señora presidente de la plaza de Málaga con la que parece ser no compartía criterios defensores de la tauromaquia. Y que al final va a resultar que este no es su objetivo, que el fin que persigue este autoproclamado adalid de la fiesta no es otro que su comodidad, eso del confort. Que este no abandona su zona de confort ni a empellones. Que resulta mucho más cómodo adaptar el mundo a él, que integrarse y adaptarse él al mundo. Ya sea por las buenas o no, con vocecita queda, casi susurrante, él va a lo suyo, lo demás le importa más bien poquito. Entre poquito y nada. Ya lleva demasiado tiempo en esa carrera desbocada de zapa contra todo lo que le incomode o le desagrade; que algunos empiezan a pensar que esta obsesión casi compulsiva no pretende otra cosa que ocultar sus enormes carencias. Que nos lo pintaron de artista sublime, de excelso intérprete del toreo clásico, pero que si nos ponemos a echar cuentas, quitando aquella remotísima tarde de los quites en Madrid, no se le recuerda delante de un toro ni en pintura. Que dicen que no va a la plaza de Madrid, de espectador, por si se encuentra los toros disecados que hay en las galerías de la plaza.

 

Pero como no hay nada mejor que nacer con estrella, a este señor se le seguirá admitiendo todo y más. A saber cuáles serán sus próximas lites en favor de la tauromaquia, y pongan Morante dónde pone Morante. Quizá es que él se cree la tauromaquia, que todo puede ser y entonces sí, entonces se llegan a entender muchas de las excentricidades del caballero. Que no diría yo que el error no sea nuestro y no de él, pues puede que nadie le haya hecho la pregunta trascendental, la pregunta imprescindible antes de entablar con él media conversación: ¿qué entiende usted por tauromaquia? ¿Qué idea tiene usted de lo que es la fiesta de los toros?

 

Eso sí, ya puestos, se me ocurren dos preguntas y no a él, sino a ese grupo político que con tanto agrado le acogió con los brazos abiertos, que hasta le pusieron una furgoneta a su disposición y todo. Yo les preguntaría: ¿cómo entienden ustedes la fiesta de los toros? Y ¿Están de acuerdo y completa sintonía con las actuaciones de este señor supuestamente en defensa de la tauromaquia? Y ya puestos, que nos explique qué es lo que entienden por defender la tauromaquia. Que cualquier día nos los encontramos desmochando los pitones de todo animalito que paste en el campo, incluidos ciervos, corzos, cabras o elefantes. Y que era en defensa de la tauromaquia.

 

Enrique Martín

Toros Grada Seis