En la corrida de ayer en que Ricardo Gallardo acudía ilusionado a Sevilla, su alegría no pudo ser mayor porque, que tres toros le salieran de bandera, eso no sucede todos los días; toros que, por supuesto tenían mucho que torear; toros que nos recordaron a los que mató y triunfo rotundamente Diego Urdiales en Madrid; como diría un revistero de antaño, todos que llevaban colgados en sus pitones varios cortijos.

Confieso que, tal y conforme está el panorama de las ganaderías de España, especialmente las que nos muestran las figuras, ver los toros de Ricardo Gallardo es un satisfacción tremenda; sí, porque aquello de comprobar la bravura, la casta, la fiereza y el trapío de unos toros que, como digo, embistieron como los ángeles, eso es patrimonio de muy pocos ganaderos. Esa es la grandeza de la fiesta que, ante todo, en el ruedo, aparezca el toro y después, el torero. Lo malo es, cuando aparece el toro y no vemos al torero por lado alguno.

Claro que, como digo en el enunciado de la crónica, para desdicha de todos, en este festejo sobrevoló por la plaza el fantasma de Pablo Aguado que, sin duda, condicionó a los toreros, de forma muy especial a López Simón que, el de Barajas se llevó dos de los apoteósicos toros y apenas dijo nada. Y lo confieso, López Simón dio todo lo que tenía que dar y un poco más; allí mostró su repertorio, su capacidad como lidiador y sus rotundas estocadas y, a esta alturas, el pobre, todavía se estará preguntado qué diablos pasó allí para que nadie dijera esta boca es mía.  En su primero, tras la rotunda estocada le pidieron la oreja tres despistados para que, de forma generosa, diera una vuelta al ruedo; en su segundo pasó lo mismo y, ni los despistados se pronunciaron. Tras ver aquel veredicto, por momentos creía que estábamos en Madrid pero, ahí no hemos llegado todavía. No, no entiendo nada y lo que es mucho más grave, que tampoco lo entenderá López Simón que, para su desdicha ha comprobado que La Maestranza tiene memoria, de lo contrario todo hubiera cambiado. Tras lo acaecido en Sevilla con los toros de Ricardo Gallardo que le cupieron en suerte a López Simón, el chaval todavía debe de estar llorando de la pena que vivirá dentro de su ser. Pero digámoslo claro, la memoria a la que me refiero no es otra que, por momentos, con Pablo Aguado pudimos ver la grandeza y la pureza del toreo el día anterior, todo ello  en su más viva expresión artística y, con López Simón vimos pegar pases a destajo, ahí radicó la diferencia y el fantasma que yo aludía.

Ese honrado trabajador del toreo llamado El Fandi, para su felicidad, -o desdicha- también la cayó en suerte un toro de bandera; un toro de consagración que, el hombre se conformó con una generosa oreja por parte de los aficionados que, ante todo, premiaron su gallarda actuación en banderillas. En su primero se agarró el piso y no cabía lidia alguna. Como digo, nadie se atreverá a discutir el trabajo de este ciudadano que, como se sabe, ha caído bien entre la grey empresarial y, abriendo carteles, sin molestar y con poco dinero, los empresarios tienen un filón para completar cualquier cartel.

Los toros apenas ayudaron a Antonio Ferrera que, el hombre está ya muy visto; dejó las banderillas donde era gente importante para auto-proclamarse artista de la torería porque así se lo hicieron creer unos cuantos memos y, el hombre anda presumiendo de artista cuando, como debe saber, el arte es otra cosa muy distinta a las paridas que este chico quiere llevar a cabo. Han pasado ya muchos años, tiene la vida solventada y, por favor, debe de dejar paso a los jóvenes que vienen arreando.

Como diría un buen católico, bendiciones para ese ganadero ejemplar llamado Ricardo Gallardo que, de sus toros ha sido capaz de hacer un modelo de animal para que triunfen con ellos todos los que tengan capacidad para afrontar la casta y la bravura. Como dije muchas veces, las figuras huyeron de dicha ganadería y, seguro que ahora muchos se lamentarán, de forma muy concreta cada vez que le sale a Ricardo Gallardo un ejemplar bravo y encastado que, en esta ocasión le salieron tres. ¿Cabe dicha mayor? Que el cincuenta por ciento de los toros sean de auténtico escándalo, la dicha no puede ser más grande.

Pla Ventura