Lo que los aficionados entendemos como casta cuando nos referimos a un toro bravo, ésta no es otra cosa que la acometividad del toro, su peligro, sus reacciones, sus deseos inquebrantables por comerse al torero mientras que, éstos, en la actualidad, entienden como casta la bobaliconería y dulzura de los toritos a modo que suelen lidiar, algo que ellos califican como un toro encastado. ¿Qué quieren que les diga? ¡Lo digo! Prefiero una alimaña de Victorino Martín antes que un “burro fofo” de Juan Pedro, esa es la diferencia entre un toro y otro.

Un toro con casta puede salir de cualquier manera puesto que, lo de la casta no es un certificado para que embistan con dulzura que, dicho sea de paso, nunca lo hacen. Cierto es que, un toro encastado cuando le da por embestir y el torero lo sabe lidiar es entonces cuando surge el milagro del toreo auténtico. Aquello de ponerse bonito frente a un animalito cansado de estar en la arena o de darse un arrimón al estilo Roca Rey cuando el toro pide la muerte a gritos, todo eso está muy alejado de la casta.

Un toro encastado, por citar un ejemplo, pudo ser el que encumbró a Octavio Chacón el pasado año en Madrid. Era un toro de Saltillo que no permitía monerías ni arrimones absurdos; sólo pedía un torero cabal que le supiera lidiar y, jugándose la vida, arrancarle los muletazos que el toro tenía dentro. Lo que hizo Chacón con enorme gallardía de tío macho.

Hablando de casta nunca podremos olvidar la corrida memorable de Ricardo Gallardo el pasado otoño en Las Ventas que, sin duda, lanzó al estrellato al gran Diego Urdiales pero, cuidado con la casta que, al igual que te suben a lo más alto, esos mismo toros arruinaron la vida de David Mora que, el pobre no supo encontrar la medida para triunfar con un toro que le entregaba las dos orejas sin remisión. Lo uno como lo otro me vale; prefiero, claro está, lo que hemos comentado mil veces y lo seguiremos poniendo como ejemplo no es otro que la casta del toro al que le cortó las dos orejas el diestro de Arnedo que, tras aquello eclosión de tauromaquia al más puro nivel, cuando nos hablan de los animalitos de Victoriano del Río y demás ganaderías al más puro estilo Domecq, es decir, por la sangre que llevan dentro, cualquiera se echa a reír.

¡Esto es la fiesta, la grandeza, la torería, la verdad y el toreo auténtico! Decían los comentaristas de televisión en la corrida aludida de Madrid en la feria de otoño en Madrid. Y digo yo, ¿si les regalaban dichos epítetos a dicha corrida, querrá eso decir que todo lo demás es pura parodia? Seguro que sí. Pero eso nunca se dice frente a las cámaras, una prueba de ello es que el pasado domingo de Resurrección, en la corrida lidiada en Sevilla, un bodrio al más alto nivel, encima, dichos comentaristas lo justificaron todo. O sea que, lo de Urdiales les conmovió y lo contaron, incluso lo cantaron pero, amigo, ahí queda todo. Ante las figuras nadie se atreve a lo más mínimo.

No hace falta ser muy listo para adivinar dónde está la verdad y cuándo aparece la parodia. Es la casta de los toros la que define todo lo que estamos pregonando. Claro que, hablarles a las figuras del toreo, los que mandan, de lo que entendemos como casta es poco más que un pecado mortal. En realidad, así viven los mandones del toreo, en pecado mortal porque siempre nos quieren dar gato por liebre.

Es cierto que Manzanares en Sevilla dio varios muletazos bellísimos, pero de igual modo los hubiera dado en el carretón de su casa porque artista lo es; el problema del alicantino es que, teniendo animalitos sin alma, sin peligro, sin fondo, sin fuerzas y con solo dulzura, aquello de enfrentarse a un toro con casta ya es otro cantar. Por cierto, ahora que hablo de la casta, ¿se han fijado ustedes qué toreros son los que matan los toros de Ricardo Gallardo? Las figuras seguro que no. Lo hizo en su día Miguel Ángel Perera en repetidas ocasiones pero, se llevó varios “tabacos” con dichos toros y le dijo a Gallardo, ahí te quedas, te lo comes con patatas.

O sea que, las figuras del toreo ellos mismos se descubren. Eligen lo que tienen que elegir para luego quejarse de que no han embestido, que les ha faltado fuerza y tres mil excusas más, pero cuando aparece un toro de verdad nunca vemos a una figura frente  a dichos toros. Y es que la casta tiene mucho peligro.

Pla Ventura