Pocos días antes de entregarle su alma a Dios, el genial Jorge Luís Borges nos dejó una sentencia estremecedora cuando dijo: “Cometí el peor de los pecados, no fui feliz”. La frase, como se presupone tiene una lectura tremenda puesto que nos muestra una lección memorable ante todas aquellas personas que han alcanzado un grado de fama mundial que, el mito ha sido admirado por todos mientras que, el hombre, se ha marchado de este mundo sin haber saboreado la gloria que pudiera disfrutar cualquier persona anónima. Esa gloria humilde pero grandiosa a la que conocemos como FELICIDAD.

Digo todo esto porque, en el mundo de los artistas, de los toreros, de los deportistas y de muchas profesiones en las que se ha alcanzado la fama, las personas que lo han conseguido son de carne y hueso y, como todo mortal, al margen de la nombradía, como seres humanos hasta se merecían ser felices, como usted y como yo.

Puesto que de toros hablamos, me viene ahora a la mente un torero de mi época que, como el mundo sabe, logró ser un artista inmaculado; es decir, en los toros lo logró todo y si algo se le quedó pendiente es porque no le dio la gana lograrlo. Me refiero a José María Manzanares el que me ha traído a la mente nuestro compañero y amigo, Giovanni Tortosa tras una conversación que hemos tenido que, como digo, me ha hecho reflexionar en mi interior para contar lo que expongo ahora mismo.

Digamos que, Manzanares, como otros tantos artistas, lograron la admiración mundial en sus respectivas profesiones pero, qué solo estaba el hombre que, como el diestro alicantino, anduvo dando vueltas sobre la faz de la tierra en la búsqueda de algo que jamás encontró, la felicidad que, como dijera Borges, no conseguirla es un pecado mortal porque, aparentemente, para todos los que nos asombramos con el artista, por aquello de ser inseparables creemos que, además de la felicidad, son admirados, lo tienen todo, de ahí que les reconozcamos como ídolos para cualquier mortal que no ha logrado relevancia en el mundo. Todos admiramos al virtuoso, incluso sentimos envidia de ellos porque, para nosotros, los mortales sin notabilidad, esa vida de lujos, ostentaciones, prebendas y demás lujos al alcance de pocos, entendemos que son el sinónimo de la placidez y, craso error.

Y fue José María Manzanares el ejemplo de lo que decimos puesto que, cuando todos creíamos que el maestro de Alicante estaba por encima del bien y del mal, su vida no fue otra cosa que un duro calvario puesto que, sus triunfos en los ruedos jamás estuvieron acorde con su vida en la calle que, como el mundo sabe, solo cosechaba fracasos por doquier.

Me pongo en su lugar y me entran escalofríos. ¿Cómo se le explica al mundo, ese cosmos que te admira y venera que, teniéndolo todo de forma aparente no tienes nada? Y así trascurrió la vida de ese grandísimo torero que, cuando se inspiraba nos dejaba a todos sin respiración puesto que, tratando de asimilar su enorme arte, apenas podíamos respirar de la emoción que sentíamos ante sus faenas sublimes.

En su caso, el torero, devoró al hombre, no existe otra mejor definición. El torero y el hombre no pudieron nunca formar un dueto de paz y felicidad puesto que, como se demostró eran antagonistas el uno del otro. Digamos que, Manzanares, en vida murió de éxito y así vivió hasta que un infarto le arrebató la vida al hombre en la soledad de su finca. Para colmo, abandonó este mundo relativamente joven porque si no recuerdo mal, apenas contaba con 64 años, una edad, para los tiempos que vivimos en la que se le podía considerar como un joven llegando a la madurez.

Lo peor del éxito no es otra cosa que hay que vivirlo y, como el maestro dijera, cuando éste llega te salen amigos por todos los lados y, cuando se marcha, eres tú y tu propia soledad. Claro que, el triunfo te lleva por senderos equivocados, caminos que, el hombre, sin el éxito, jamás recorrería porque se sabe de antemano que te llevarán al abismo; pero ese es el precio que hay que pagar por ser famoso, por tener éxito y triunfos por doquier.

Siendo así, Manzanares lo pagó muy caro. Fracasó como ganadero, fracasó en la familia, con sus hijos, en el amor; fuera de los ruedos, para su desdicha, el desengaño era una constante en la vida de este artista tan bohemio como iconoclasta. Y, para que la nómina de frustraciones fuera completa, así murió, en la soledad de una finca en la que, como compañeros solo tenía el día y la noche.

Muchos, como dijera Borges, llenos de fama y éxito ha cometido el pecado aludido de no ser felices. Manzanares es el ejemplo de lo dicho puesto que de toros hablamos, pero esa desdicha la podemos extrapolar a decenas de profesiones a las que se llega al éxito. Al final, anotemos, si el artista y el hombre son puros antagonistas de sí mismos, ¿merece la pena el éxito? Vida solo hay una y, además es muy corta y si para colmo, cuando el mundo entiende, incluso envidia al famoso porque creemos que lo tiene todo, para al final descubrir una vida desdichada y una muerte en soledad. ¿Cómo se nos queda el corazón cuando descubrimos, en el caso de Manzanares, que su vida era de pura pena? Seguro que, tras lo explicado, quizás se nos vayan las ganas de lograr el éxito puesto que, no existe triunfo mejor que ser felices y, como se ha demostrado, el dinero no hace la felicidad y la fama mucho menos.

En la foto vemos a José María Manzanares en uno de los pocos momentos de felicidad que tuvo en la vida, compartir cartel con su hijo Josemari en Olivenza, una de las tres ocasiones que torearaon juntos.