Las llamadas redes sociales son el mal endémico para la sociedad en que vivimos puesto que, todo lo que tiene de bueno la técnica, queda vituperado por su mal uso que, en este caso, si de toros hablamos, he podido saber que existen muchos látigos fustigadores, es decir, “críticos” despiadados para todo aquello que no les gusta pero, lo dicen todo desde el más cobarde anonimato porque son incapaces de dar la cara ante todo aquello que dicen y promulgan.

Según he podido saber, porque así me lo han mostrado, en esas redes sociales aludidas, algunos hasta lucen ese tipo de blogs en los que escriben las más solemnes barbaridades para difundirlas por el mundo. Están en su derecho de escribir lo que les plazca, pero cometen un bárbaro error que, mejor dicho, es un acto de cobardía al más alto nivel porque no son capaces de ir por la vida a pecho descubierto. Mediante el telón de la cobardía, cualquiera, por muy inepto que sea, es capaz de decir la felonía más grande y, lo que es peor, hasta tienen gentes que les siguen.

Me contaba un amigo que, seguidor de las mentadas redes sociales, al parecer, en las mismas se lo pasan a lo grande porque compiten entre ellos, los que escriben, a ver quién de los muchos cobardes que escriben, es el que dice la barbaridad más grande del mundo, sabiendo, eso sí, que todo queda en la sombra. Se trata de un juego macabro en el que se divierten todos los resentidos de este planeta que, al parecer son muchos más de los que nunca podríamos imaginar.

Hasta es lícito, incluso simpático que cualquier escritor tenga un seudónimo, caso de don César Jalón, al que todo el mundo conocía como Clarito. Al igual que todos sabemos que Ignacio Álvarez Vara es Barquerito en el mundo del periodismo. Pero, ya digo, una cosa es utilizar un apodo porque te gusta a sabiendas de que todo el mundo sabe del autor de dicho apodo y, otra muy distinta lo que hacen en la actualidad mediante las funestas redes que todo lo enredan, nunca mejor dicho, para que todos los cobardes y apestosos del mundo tengan un lugar para vaciar sus vómitos execrables.

Escribir es un acto muy serio, algo que jamás se puede revestir de cobardía porque si los toreros están sujetos a nuestras críticas, nosotros, a su vez, debemos de estar dispuestos a que cada cual opine sobre lo que hemos escrito que, sin duda gustará a unos y disgustará a otros; pero todo el mundo sabe el nombre y apellidos del autor, se le conoce y, como digo, queda expuesto a todo tipo de crítica como le puede suceder a los toreros. Nadie estamos exentos de la opinión de los demás, por tanto, tenemos que ser lo suficientemente cabales para dar la cara, para mostrar nuestra faz más nítida para huir, como se presupone, de todo maleficio corrupto que anida dentro de la misma cobardía.

En torno a dichas redes, me hablaron hace pocas fechas de una señorita gaditana que, como cuentan, hace furor por dichas redes al respecto del mundo de los toros. Unos amigos, para que le conociera, me mandaron unos textos escritos por la susodicha y, los mismos daban pavor; es decir, ponía a parir a todo el mundo, con razón o sin ella, pero es su forma de entender el periodismo. ¿Qué hice? Como quiera que sea el más osado del mundo me puse en contacto con dicha señorita para ofrecerle nuestra tribuna para que narrara junto a nosotros por aquello de su verbo desgarrado y, su respuesta me dejó sin sangre en las venas. Me dijo: “Perdone, la gradezco su oferta pero yo prefiero mi anonimato antes que dar la cara porque de tal modo evito que me la partan” Quedé atónito porque jamás entenderé que todo aquel que tenga un mensaje que decir, que no sea capaz de decirlo en voz alta y que todo el mundo le escuche. Aquello de la cobardía del anonimato me quita el humor y, sin duda, la capacidad para seguir creyendo en tanta gente absurda que quieren dar lecciones sin ser capaces de revelar su identidad. Así va el mundo.

Fijémonos si es vital en el mundo de la información, tanto en el periodismo como en la narrativa que todo el que lo haga, debe hacerlo con el rigor de la identidad de cada cual. Pensemos que, por ejemplo, ese cuarenta por ciento de nuestros diputados que no respetan la Carta Magna, hasta esos asquerosos, repugnantes, malolientes e indeseables, hasta esos dan la cara. Si esos que deberían de estar escondidos o al menos a la sombra son capaces de mostrar su aberrante faz, ¿qué tenemos que hacer los que contamos historias o noticias? Lo dicho. Ir por la vida al descubierto, nada de caretas, muchos menos de falsedades y sin el menor atisbo de cobardía.

La foto que mostramos con su mensaje incluido, es la síntesis de todo lo que decimos.