Cuando tenemos que conformarnos con la mediocridad en cuanto a los componentes del escalafón taurino, de repente, sin darnos cuenta, aparece ante nuestras retinas un tipo singular que es torero de toreros y atiende por Diego Urdiales. Es curiosa la vida de este artista de la torería. Son muchos años de alternativa y, llegar hasta donde ha llegado, que no es otra cosa que la cima de su propio arte que, le ha costado sangre, sudor y lágrimas.

De ancestros humildes y teniendo como compañero de ilusiones aquel trabajo que le daba para vivir decentemente, en su fuero interno siempre albergó la idea que la daba sentido a sus ilusiones, su convicción por ser torero, algo que gritaba a los cuatro vientos durante muchos años en que, a lo sumo, era escuchado en la plaza de La Ribera, por sus tierras riojanas. Y, ¿a qué precio? A tragar con las corridas duras que los demás no querían pero que él, con una convicción férrea, se sentía capaz de superar toda prueba que se pusiera en su camino.

Qué lejos quedaba de su ser que, tras su alternativa lujosa en Dax y tenido como padrino al maestro Paco Ojeda, muy pronto se apagaría su estrella, justamente la que tardó varios años en resplandecer. Si de constancia hablamos, Urdiales es el ejemplo de la perseverancia puesto que, abandonar, en su caso, hubiera sido lo lógico. Él sabía, mejor que nadie, de lo que era capaz y por muchas trabas que le han puesto en el camino, desde hace unos años, si de arte hablamos, el riojano es el referente más puro del escalafón.

Posiblemente, tras muchos años de lucha, Urdiales empezó a divisar un ascua de luz tras el indulto al toro Molinito de Victorino Martín en su plaza de Logroño. Puede que ahí, en ese momento, fuese el punto de inflexión para que todo el mundo descubriera a tan gran torero. A partir de dicho momento consiguió Urdiales que, por ejemplo en Madrid, aunque fuera a retazos, ya empezaron a reconocer su valía puesto que, sus modos, maneras y formas de moverse en la plaza no son las más corrientes del mundo, es decir, todo lo contrario puesto que se alejan del estereotipo del que muchos toreros hacen gala.

El Norte ha sido su feudo ejemplar en el que gritaba a los cuatro vientos su valía que, como antes dije, en Madrid experimentaban a modo de atisbos en cuando los toros le dejaban expresar todo aquello que sentía que, sin duda, tenía un calado excepcional entre aquella sabia afición. Pese a todo, el pasado año no contaron con Urdiales para la feria de San Isidro pero, como quiera que Dios exista, rectificaron y le incluyeron en la feria de Otoño para que llevara a cabo su obra más rotunda en Madrid y, si se me apura, en todas las que ha cincelado por los ruedos del mundo. Fue aquella su obra más cantada por la afición y por todos los periodistas que, arrebatados por su arte, todos quedamos conmocionados ante lo que habíamos visto.

Este año, como sabemos, ha ocurrido a la inversa, se le trató con cariño en San Isidro y se le obvió en la feria otoñal que, sin duda, era uno de los que jamás debería de haber faltado a dicha cita. Sin duda alguna, se necesita tener alma de acero para soportar las ingratitudes y traiciones que un torero puede aguantar. Solamente había un torero –Diego Urdiales-que no podía faltar en la feria de Otoño recién terminada y, faltó. Así está montado el mundo del toro que, si se me apura, lo que menos cuenta son las condiciones artísticas de un torero, a las pruebas me remito.

Sospecho que, Diego Urdiales tiene como meta dignificar su profesión y antónimamente a como reza el western que nos decía aquello de que la muerte tenía un precio, Urdiales sentencia lo contrario diciéndonos que, LA VIDA TIENE UN PRECIO y, exponerla para enriquecer a los demás es un acto baladí que no está dispuesto a claudicar. Es decir, todo artista tiene un caché y, lógicamente, Diego Urdiales no podía ser una excepción. Como decía, cuestión de dignidad.

No estamos hablando de una figura del toreo, algo que barrunto que Urdiales nunca se planteó, pero si vive dentro de su ser la idea de la pureza, la que siempre le definió, con la que vive y con la que expresa su sentimiento a flor de piel. Poco más de veinte actuaciones ha llevado a cabo en este año pero, las suficientes para demostrar su calado hermoso en el corazón de los aficionados que, ahítos de placer así lo entendieron en todas las plazas en las que triunfó, destacando su feudo bilbaíno y su “ribera” predilecta, amén de por tierras charras.

Ese retrato de pureza que se tituló el libro en su honor no es otra cosa que el mismo sentir del diestro riojano que, alejado de la vulgaridad y aferrado a su propio arte. Es decir, Urdiales siente pureza en todo su quehacer, la que trasmite muleta en mano para deleite de los aficionados que, ávidos de su creatividad le siguen esperando como si fuera una auténtica novedad como torero que, en realidad lo es porque la creatividad siempre es nueva y, por encima de todo, sorprendente, lo que Diego Urdiales sigue plasmando por los ruedos.

Diego Urdiales ha tenido tardes memorables a lo largo de su historia y, si Dios lo permite, las que le quedan. Pero ya queda para los anales del toreo aquella tarde otoñal del pasado que, como el mundo sabe, ahí quedó para siempre su rúbrica ante una faena memorable, única, rotunda, clásica, pura, todo un manjar que, pasados los años, Madrid cerrará los ojos y se seguirá deleitando con la misma pasión con la que la vivieron en aquel día mágico que nos enloqueció a todos porque, como se sabe, qué difícil resulta explicar una obra de arte. No existen palabras. Por tanto, cerremos los ojos, soñemos y nos encontraremos con lo que en realidad hizo Urdiales en Madrid. O sea que, Urdiales marcó un hito en aquella memorable actuación que, como es normal ya tiene el título de efemérides. Sigo sosteniendo que, en Madrid seguirán triunfando los toreros, el que sepa y pueda, pero para todos les resultará muy difícil que ese soñado éxito tenga la repercusión y el recuerdo como el que lograra Diego Urdiales en aquella fecha irrepetible.

Al final, dos hombres y un destino, el arte. Ellos son, como no podía ser de otro modo, Diego Urdiales y Luís Miguel Villalpando.