Nosotros, este equipo ilusionado de hombres y mujeres que, para nuestra fortuna, tenemos fama de crueles por aquello de que atacamos sin piedad las infamias que se dan cita en la fiesta de los toros, por el contrario, cuando nos encontramos con la más pura verdad, ahí nos derretimos como nadie, sencillamente porque esa verdad que aludimos es la que nos hace sentirnos libres de toda atadura.

Y en el toreo, si de verdades hablamos, un referente máximo al respecto, éste no es otro que Diego Urdiales, un torero que ha cumplido ahora veinte años de alternativa que, como sabemos, salió de la sima para llegar a la cima; sí, a la cima de su arte y para ostentar el honroso título de ser considerado torero de toreros. Hablar de Diego Urdiales son palabras mayores, al menos para los que nos gusta la verdad y, a su vez, analizamos los hechos de los hombres que se visten de toreros.

Pensemos que, el hijo del rico, por lógica, por obligación, tiene todos los atributos para llegar a lo más alto; pero amigo, el hijo del pobre, caso de Diego Urdiales, aquello de llegar al estrellato de su profesión es un valor incuestionable porque, como todos sabemos, Urdiales salió de la nada; sin apoyos, sin padrinos, sin recomendaciones, al tiempo que sustentaba su carrera como torero en su bendito trabajo como pintor de interiores en las viviendas.

Si de méritos hablamos, Urdiales los tiene todos. Como decía, desde los ancestros más humildes el diestro de Arnedo, lleno de convicciones y de la más ávida ilusión, durante muchos años luchó contra todos los imponderables que se cruzaban en su camino, que no eran otros que las trabas que le ponían, los desprecios a los que le sometían y mil traiciones más. “Vete a trabajar que tú no tienes cabida en el toreo” Le dijo en alguna ocasión un ser despreciable del que me callo el nombre para que no sea más odiado de lo que en realidad lo es. Por tanto, le pido que me dé las gracias por el favor que le estoy haciendo. Diego y quien suscribe sabemos de quién hablamos. Pero dejémosle a este siniestro personaje las miserias para que nosotros gocemos del éxito de Diego Urdiales.

La torería ha sido el fundamento de Urdiales en su profesión, un valor que atesoró desde el primer día que se vistió de luces. Diego ha sido siempre fiel a su concepto más puro, a la torería eterna, la que no muere, la que no cambia de lugar y la que perdura con el paso del tiempo; ahí están las pruebas que lo atestiguan todo.

Recordémosle al aficionado, por su alguien no ha reparado en ello, que Urdiales ha hecho un camino admirable en tantos años de carrera porque, como el mundo sabe, siempre se enfrentó al toro de verdad, sin cuento ni remilgos porque, como él confesaba, era la forma que tenía para que su grito desgarrador llegara mucho más allá del propio recinto donde toreaba. Podría torear más o menos, que siempre era menos por las trabas que le ponían. Pero llegó un día a Madrid y, desde aquel bendito momento, sin tener un triunfo de relumbrón, Madrid le adoptó como suyo porque eran sabedores de la verdad que entrañaba el toreo de Diego Urdiales.

Yo diría que fue su terruño particular la primera plaza que creyó en él, fortuna la suya porque de momento tenía “pueblo” que le apoyare, en este caso la plaza de la Ribera de Logroño que, sin duda alguna fueron los primeros en descubrirle, justamente con toros de Victorino Martín, amén de otras ganaderías enrazadas y de mucho prestigio de cara a los aficionados; les secundó Bilbao de forma inmediata que, para fortuna de los aficionados vascos, fue en dicho coso cuando Urdiales paladeaba su primeros grandes éxitos de repercusión nacional puesto que, dicha plaza es todo un estigma en el norte de España.

Como sabemos, los toros, en aquellos años le ayudaron más o menos, pero todo aquel animal que le permitía darle veinte muletazos, bastaba y sobraba para que el aficionado vibrara y, como decía, si a dicho torrente de torería como brotaba de sus manso y sentidos, si a ello, le añadimos que toreaba el toro de verdad, la cosa tenía un calibre extraordinario, precisamente el que le ha permitido tras veinte años de doctorado, que sea considerado un torero de Toreros.

Madrid suspiraba por verle; es más, creo que los aficionados, durante muchos años encendían velas a modo de rogatoria para que le embistiera un toro de verdad; atisbos de su innegable torería nos los ofrecía todos los días que actuaba en Las Ventas pero, por Dios, faltaba redondear aquello que,  para su dicha y la de todos los aficionados, llegó en la feria de Otoño del pasado año en que, tras su apoteósica actuación, Joaquín Vidal hubiera dicho de Urdiales: “Nunca el toreo fue tan bello como en sus manos y sentidos” Ante la ausencia de Vidal, su frase, de forma irremediable, la dijimos todos puesto que, su actuación por rotunda, torera, clásica, cabal, auténtica y emocionante, ha quedado grabada para siempre en los anales de la tauromaquia en Madrid.

¿Qué hizo Diego Urdiales en semejante fecha? Primero se jugó la vida porque la encastada corrida de Ricardo Gallardo salió pidiendo credenciales que algunos no llevaban pero que, en el caso de Urdiales, éste, además de mostrar sus credenciales debidamente expuestas frente a dicha afición, dictó dos soberanas lecciones de torería que, a estas alturas, en Madrid, al recordarlo, siguen vibrando en las múltiples tertulias en la que se hace referencia a una tarde inolvidable. Si se me apura, lo de menos en la citada tarde fue la puerta Grande que el diestro logró en Madrid; y digo que es lo de menos porque la imagen de su salida en olor de multitud puede olvidarse, pero lo que nadie borrará jamás es lo que se esculpió en dicho ruedo.

Concluyó Urdiales su temporada actual con, creo recordar, veinte actuaciones que, su gran mayoría han quedado enmarcadas con su torería al más alto nivel; sí, esa que un día le concedió el Altísimo para que fuera un torero distinto a todos que, en su caso, la gloria artística jamás la basó en las cuestiones crematísticas que, el hombre luchará por las mismas como haría todo aquel que se juega la vida. Como digo, Urdiales ha dictado lecciones en Bilbao, Logroño y un largo etcétera de plazas que son las que le han concedido el título de torero de toreros.

Cuando hablo de Diego Urdiales no puedo olvidarme de Luís Miguel Villalpando, el hombre que está a su lado, el que lucha por él, el que siente al unísono de su poderdante, el que sonríe ante sus éxitos y el que le abraza cuando las cosas no salen como se pretenden. Tengo una imagen grabada en mi mente que dice todo de Luís Miguel Villalpando, ésta no es otra que cuando las cámaras de TV le enfocaron en la tarde apoteósica de Urdiales en Madrid, en la que dicho señor nos mostraba una sonrisa tan bella, tan auténtica que, de su parte, sobraban todas las palabras al respecto del triunfo de su pupilo porque, sus ojos, dijeron mucho más que todo una enciclopedia completa.

Enhorabuena a Villalpando y, toda nuestra gratitud a ese torero inmenso que, como digo, ya ha llegado a la cima, justamente desde la cual nos muestra su arte a todos los aficionados del mundo. Y, cuidado, pretendo que se me entienda porque para mí, la cima no es sumar cien corridas de toros al precio que fuere y con el resultado que deparare; la cima, repito, es que los aficionados del mundo admiren a un torero, caso de Diego Urdiales, por su eterna torería sin más aditamentos que sus trebejos toreros. Todo lo demás, en el caos de este hombre, sale sobrando. Por cierto, ¿con qué dinero se podría comprar la torería inenarrable de Diego Urdiales? No existe caudal para ello. Por ello este hombre es irrepetible, además de incomparable.

No cabe más arte en el muletazo de Diego Urdiales.

Por Pla Ventura