La guerra es una constante entre defensores de la fiesta de los toros y sus detractores puesto que, ambas partes somos antagonistas acérrimos, de ahí que la comprensión y la concordia entre ambos “bandos” sea casi siempre una quimera inalcanzable. Es difícil conversar con quien a priori, sabes que no quiere entenderte; que por mucho que te esfuerces siempre serás derrotado porque, aquel que no escucha rara vez aprende, caso de los antitaurinos que no ven más allá de lo que queda frente a sus narices.

Como es lógico, a lo largo de mi vida me he encontrado con muchísimas personas contrarias a la fiesta de los toros, muchos hasta me han comprendido y respetado; otros me han declarado la guerra de forma permanente y, los menos, al final, les pude convencer porque mediante el arte del diálogo se pueden lograr muchas cosas si tu interlocutor tiene ganas de aprender porque, no nos engañemos, la gran mayoría de los detractores de la fiesta lo son por pura ignorancia, causa efecto de todos los males que sufren, principalmente, porque anida en sus almas ese odio exacerbado que solo les lleva al precipicio.

Como es natural y lógico, a lo largo de mi vida me he encontrado con gentes de toda condición pero, me viene a la mente ahora una señora muy especial que, paradojas del destino, el día que me la encontré y le confesé mi afición por los toros, en aquel instantes, es decir, tres segundos después de habernos conocido me odiaba con todas sus fuerzas. La señora en cuestión se llama Cristina Gálvez, es defensora de los animales, tiene dos mascotas en casa y, partiendo de dicha premisa y de su amor por los animales, encontrarse con un tipo “sanguinario” como era mi caso, le produjo un resquemor absoluto.

Es cierto que Cristina Gálvez es una persona cabal, con una cultura muy vasta, con deseos por aprender pese a ser sabia, razones que me facilitaron mi labor para tratar de convencerle de que, nosotros, los aficionados a los toros, amamos a los animales tanto o más que los que denostan nuestra fiesta. Confieso que, mi tarea resultó durísima porque de fácil no tiene nada encontrarte con una persona que, de repente te califica como de asesino.

He de confesar que me ilusionaba la idea de que dicha señora cambiara de actitud y que al final me comprendiera. A medida que pasaban los días, los escollos que me presentaba eran cada momento más difíciles pero, a base de paciencia o quizás porque ella es una persona especialísima, pude convencerla de que nosotros nos somos asesinos y que respetamos a los animales con mayor o igual vehemencia que cualquiera que se pasee por la calle.

Discernir para explicar que no queremos la muerte de ningún animal pero que, a su vez, entendemos que hay una parte de liturgia, misterio y arte en la lidia de un toro bravo, la tarea no es sencilla. Recuerdo que le expliqué a Cristina Gálvez que la fiesta es ancestral, que llevamos siglos con semejante rito, que el fundamento esencial de la fiesta no es otro que el propio arte y que el toro vive como un rey en las dehesas para morir como un héroe en una plaza de toros, porque no tendría sentido criar un animal como el toro para morir en un maldito matadero.

Recuerdo que, al paso del tiempo me sentía feliz ante dicha espléndida mujer que, sin que ella me lo confesara abiertamente, yo intuía que me iba comprendiendo. Todo un ejercicio de pedagogía por mi parte con la finalidad de que dicha señora me quitara de encima el estigma de “asesino” por aquello de amar al toro en plenitud y por aplaudir que el mismo se lidiara en las plazas de toros. Pasó mucho tiempo pero, al final, lo logré.

Confieso que no hay nada más gratificante para dos personas que sean antagonistas en el ámbito que fuere, que desnuden sus almas frente a frente y, mediante el arte del diálogo tratar de convencer al que no está de acuerdo contigo. La tarea, como digo, no es nada sencilla puesto que se necesita una gran dosis de comprensión por ambas partes, razonamientos por doquier ante el tema que nos aleja para, al final, varar juntos en el mar de la comprensión ante el tema que antes nos alejaba para, desde dicho instante, comprenderlo en plenitud y, lo que es mejor, amarlo y respetarlo.

Mi orgullo, a día de hoy, no es otro que saber que Cristina Gálvez, amiga del alma, la que cuando nos encontramos tuvo muchas dudas y recelos ante mi persona por mi condición de amante de la fiesta de los toros, que pasado el tiempo, dada su condición de dibujante y pintora me haya regalado sus obras taurinas que dicen todo de ella, de forma muy especial de sus convicciones ante todo lo que siempre le expliqué. Adorna mi casa dibujos de Cristina en los que inmortalizó a Antoñete, El Pana, José Tomás, Juan José Padilla, todos ellos pertenecientes al mundo de los toros, amén de tantísimos personajes del mundo del arte.

Si de algo puedo presumir en este instante no es otra cosa que haber convencido a una señora que odiaba a todo lo que oliera a la fiesta de los toros para convertirla en un ser respetuoso para con nosotros, los aficionados que, como ella sabe, respetamos a los animales con mayor ilusión y respeto que lo haría cualquiera.

En la imagen, un dibujo de Cristina Gálvez en el que «retrata» a Facundo Cabral, El Pana, Alfonso Navalón, Maria Domecq, Pablo Pla, Antolín Castro, Cesarina Pla y a Pla Ventura.