La maldita pandemia que nos azota nos ha demostrado lo vulnerables que somos puesto que, apenas somos unas motitas de polvo en suspensión que, una pequeña ráfaga de aire se nos lleva al infinito, las pruebas son elocuentes.

Toda la vida hemos luchado contra el que creíamos que era nuestro peor enemigo, el tiempo y, por la razón antes apuntada, lo que antes era un sueño para la humanidad, ahora es una realidad que nos aplasta; todos tenemos tiempo por doquier y, como se comprueba, ha sucedido lo increíble, lo inaudito puesto que, aquello que perseguíamos en cuerpo y alma, ahora es lo que nos sobra, hasta el punto de que no sabemos qué hacer.

Antes de la catástrofe que nos asola, todos añorábamos la canción de María Dolores Pradera, aquella que nos decía EL TIEMPO QUE TE QUEDE LIBRE, SI TE ES POSIBLE, DEDÍCAMELO A MÍ. Y, paradojas del destino, ahora tenemos tiempo para dar y regalar en este confinamiento en que nos ha sumido la pandemia. Tenemos tiempo de sobra, por tanto, eso sí, aprovechémoslo como el gran tesoro que sigue siendo pese a que ahora se nos ha reglado como si de una maldición se tratare.

Lo grande de la cuestión por aquello de que todos vivamos en una cárcel más o menos amorosa como pueda ser nuestro hogar, este confinamiento obligatorio debería de servirnos como reflexión; es decir, pensar en lo que hemos hecho, en cómo antes desperdiciábamos el tiempo en frivolidades que nos alejaban de nuestros hermanos más necesitados, de nuestros amigos, del mundo de la cultura, incluso del mismísimo amor que deberíamos de profesar a nuestros semejantes.

Si esta desdicha que estamos sufriendo nos sirve como lección y en devenir de nuestros días tomamos nota por todo lo sufrido, será entonces cuando habrá merecido la pena todo el esfuerzo que estamos llevando a cabo. Tiempo para reflexionar lo tenemos por completo; será cuestión de analizar nuestro pasado para pensar en el presente que vivimos y analizar el futuro que nos espera. Recemos para que no sea tarea baladí todo lo que estamos viviendo que, en realidad, es el peor castigo que la vida pudiera darnos porque, como el mundo sabe, nadie de todo el globo terráqueo podíamos llegar a pensar que, un día de la vida, hasta detestaríamos tener todo el tiempo del mundo.

Quiero pensar que, tras este letargo que nos tiene confinados, cuando acabe la condena celebremos haber tomado la más bella lección, la de la humildad que tanto carecíamos y que nos llevaba a la pura egolatría individual que nos conducía hacia el abismo. Nos creíamos hasta inmortales; siempre decíamos que moría el “otro”, sin pensar que uno de ellos podríamos ser nosotros. Nuestro modo de vida, empezando por la clase política y terminando por el último ser humano, no era el más apropiado, razón por la que la lección que estamos tomando nos sirva como un acicate para el alma para que podamos reflexionar en quién somos, cómo actuamos y hacia dónde nos dirigimos.

Dentro de esa reflexión a la que aludo me quedo asombrado, como imagino que les sucederá a millones de compatriotas en la gran España que tenemos, en esa sociedad maravillosa en la que, en estos momentos de dolor y amargura, personal sanitario, ejército y tantísimos oficios que tenemos, todos, sin distinción, se han volcado por la causa para favorecer a sus hermanos desvalidos, el hospital de IFEMA en Madrid ha sido la más grande lección que nos ha dado la vida, en este caso, unas personas maravillosas que, alejadas de la apestosa clase política que rige el país, han llevado a cabo lo que creíamos que era imposible, levantar un hospital de “campaña” en el breve plazo de cuarenta y ocho horas.

Nos dirigen unos descerebrados, pero para nuestra fortuna en España siguen quedando gentes admirables, personas maravillosas que, con sus acciones siguen construyendo la vida, para todos ellos mi aplauso y, con toda seguridad el de toda la ciudadanía española que, sin duda, no son ajenos a dicha grandeza. Repito que, si todo este tiempo que nos ha regalado el destino lo aprovechamos para la reflexión y enmendar conductas erróneas en nuestro pasado, todo el esfuerzo habrá valido la pena; y si no lo hacemos, rotundamente, la historia se repetirá de nuevo, con el agravante de que todavía será mucho peor.