Varios han sido los hombres que este año han dado su vida en el ejercicio de su afición en lo que llamamos bous al carrer; toros en las calles como su nombre en castellano indica. Lógicamente, todos los aficionados nos sentimos consternados ante dichas muertes que, si se quiere, son totalmente absurdas pero que, los enemigos de la fiesta y de todo lo que tenga que ver con la cultura taurina ya han puesto en marcha sus mecanismos en las redes sociales para atentar, una vez más, contra las tradiciones centenarias de los pueblos.

Hay que ser estúpidos hasta la saciedad para utilizar las muertes de unos hombres inocentes que, llenos de afición e irresponsabilidad, se han dejado ver en las calles de los pueblos cuando en realidad deberían de haber estado en sus casas y, desde sus balcones, presenciar el espectáculo porque, todos los muertos que ha habido, todos responden a personas de mucha edad que, por nada del mundo deberían de haber estado en la calle mientras el toro deambulaba por la misma.

Todo el mundo sabe que, el toro, en la vertiente que fuere, tiene un riesgo altísimo, de ahí la grandeza como espectáculo, bien sea en la calle, en las plazas de toros y en cualquier lugar donde anide un toro bravo que, hasta los niños pequeños saben del peligro que dichos animales tienen. ¿Qué hacer? Ante todo ser responsables de nuestros actos y, una persona de setenta años no puede estar en la calle a merced de un toro; es más, es ahí donde las autoridades deberían de enfatizar para que personas de esa edad no pisaran la calle a sabiendas de que hay un toro suelto por las mismas.

Somos irresponsables ante muchas cosas de la vida, entre ellas, asumir el riesgo absurdo de estar en la calle cuando un toro bravo anda suelto por la misma. Ese espectáculo es propio para jóvenes que, como se sabe, tienen buenas piernas y saben esquivar al toro, algo que se ha demostrado miles de veces pero, ¿qué hace un viejo en semejante berenjenal? El ridículo y, como ha sucedido varias veces este verano, opositar a la muerte hasta encontrarla.

Lo triste de estas muertes no son ellas mismas que, por sí mismas, albergan mucha tragedia para los muertos y familiares; lo dramático de la cuestión es, como digo, la utilización canallesca que se hace de estos hechos luctuosos que nadie tiene la culpa, salvo los osados que han participado en un espectáculo donde nadie les había llamado.

Seguirán habiendo muertos porque los irresponsables siempre existirán, pero nada que ver con la fiesta popular de miles de pueblos de España que, desde hace quinientos años, su tradición, como Dios manda, no es otra que els bous al carrer.

Es lamentable que unas personas que no tienen facultades por aquello de la edad, por mucha afición que tengan, no puedan estar a merced de un toro en una calle de cualquier pueblo de España. Convengamos que, si a los setenta años no tenemos sentido de la responsabilidad para con nosotros mismos, no somos acreedores de nada; uno tiene que saber lo que debe hacer y lo que no debe hacer y, en las cuestiones del toro, si los jóvenes ya asumen un riesgo altísimo, imaginemos el que pueda asumir una persona anciana.

Tristes acontecimientos cuando tenemos que dar la noticia de que ha muerto un hombre por asta de toro pero, en realidad, ¿cuántos hombres mueren al año en otro tipo de accidentes. Eso, dejémoslo ahí, en un macabro accidente que, en honor a la verdad, en muchas ocasiones se podría haber evitado; si se me apura, debería de haberse evitado pero, el hombre y sus circunstancias. Así de simple y, en el caso que nos ocupa, así de cruel.