Para cualquiera, esta fecha puede ser un día normal, irrelevante y sin más trascendencia que el desarrollo mismo ante lo que podríamos llamar un día de la vida normal y corriente. No es menos cierto que, para alguien, sin que lo sepamos, esta fecha puede ser emblemática; mucha gente nos lo podría refrendar.-Yo soy un ejemplo de lo que digo- Seguro que hoy, como cualquier día del calendario cristiano, además del santoral, -San Marcos- podremos encontrar datos de mucha relevancia si cada cual tuviera el valor de contarlos.

Tirando de historia podemos comprobar que, por ejemplo, para los amantes del fútbol, en esta fecha y en 1946 se fundó el Club de Fútbol Millonarios de Bogotá. En dicha fecha, como desgracia relevante para el mundo se estrelló en Tokio un avión Douglas de Estados Unidos en el que perecieron 129 personas. De igual manera, en este día tan relevante para mi persona, en el año 1965 se inauguró el aeropuerto El Alto, en La Paz, Bolivia. Muchos fueron los acontecimientos que se han dado un 18 de junio, pero lo que yo no sospechaba es que, ese día, en 1964, perdería al ser que más amé en el mundo. Y, por ejemplo, en esta fecha nació la gran actriz Ana Duato y la menos célebre cantante Raffaela Carrá.

Como quiera que yo no tenga rubor alguno para contar mis vicisitudes, la referencia que tengo de este día es algo sublime puesto que tal día como hoy entregó su alma a Dios una mujer a la que amé con locura y que atendía por Soledad Ventura. Es sencillo presagiar que estoy hablando de mi madre que, justo en aquel día, con mis catorce años recién estrenados, pude comprobar como un mal lance del destino segó la vida de aquella mujer para quedarme sumido en la peor de las desdichas.

En aquel inolvidable día para mí por las connotaciones explicadas, recuerdo que hacía calor y que tuve el valor hasta de ponerme una camisa negra en señal de duelo, un color que jamás he vuelto a utilizar, que todo el pueblo se congregó para la despedida de aquella mujer singular que, no teniendo nada era la dueña de todo. Y digo que así era porque Soledad Ventura tenía el patrimonio de la felicidad y, como diría Facundo Cabral, nunca pudo aprender nada porque cada vez que estaba por ilustrarse, llegaba la felicidad y la distraía. Es cierto, apenas sabía leer ni escribir, pero si supo vivir hasta sus 38 años en que Dios la llamó para sentarla a su diestra.

Jamás olvidaré aquella sonrisa permanente; su belleza, sus ojos angelicales, su faz hermosa y, ante todo, su tremendo corazón que vibraba junto a todos los que la necesitaban que, en aquellos duros años eran muchos, entre ellos, los gitanitos que venían pidiendo por las calles para comer y, en nuestra casa, que en realidad había muy poco pero, Soledad Ventura era capaz de repartir lo poco que teníamos con todos aquellos que, según ella, lo necesitaban más que nosotros.

¿Cómo no amar a dicha señora que era el mismísimo amor para todos los que le rodeaban? Siendo así, es fácil barruntar que mi fortuna no fue otra que su legado, su herencia, su forma de ser y entender la vida, la que supo trasmitirme para que, tantísimos años después, este que narra, pueda considerarse el más rico de los mortales puesto que, llevo en mi corazón aquel magnánimo título que heredé de una mujer tan apasionada como apasionante.

Millones de veces, a lo largo de mi vida, he contado esta historia tan bella como fascinante puesto que, ser hijo de Soledad Ventura es un patrimonio del que gozo a plenitud; como dije, mi riqueza mayor, la que no cambiaría por nada del mundo. Millones de personas a lo largo de la historia han deambulado para encontrar la felicidad, la que creían que estaba cerquita del dinero o del poder y, para mi fortuna, sin ostentación alguna, fui feliz por designio divino, es decir, por el legado que recibí de mi madre amadísima.

Aquel 18 de junio lloré de forma desconsolada pero, al día siguiente, sin lágrimas en los ojos y con toda la fuerza dentro de mi corazón me puse manos a la obra y, como Soledad me enseñó, me puse a trabajar como era mi ilusión, la misma que le mostré a ella cuando, el año anterior, pude trabajar en una fábrica de juguetes y por las noches me contrataron de basurero que, sin lugar a dudas, acepté porque posiblemente, como Dios me quiso tanto, si él me llevó allí, sería porque era el lugar que me correspondía. Y gracias a dichos trabajos, el año antes de morir, Soledad Ventura se llevó la tremenda alegría cuando comprobó que gracias a mi trabajo pude comprarle una cocina de gas y un abrigo que necesitaba para mitigar el frio.

No cabía la menor duda que Soledad Ventura, desde su estrado celestial me seguía acompañando, como lo ha hecho a lo largo de mi vida puesto que, entre tantas vicisitudes amargas por las que pasé, siempre me aferré a ella, a su recuerdo, a su manera de entender la vida puesto que, según me decía, haz el bien que la vida te recompensará y, dicha máxima la he llevado hasta los extremos de la locura, teniendo unos resultados fantásticos, los que adornan mi corazón que late gracias a aquella irrepetible mujer a la que el mundo conoció como Soledad Ventura.