Como sabemos, en estos días la finca de Morante de la Puebla ha sido pasto de las llamas por el incendio que allí se produjo. Las fuerzas vivas de Andalucía, todos, sin distinción, abogan para que las autoridades en materia puedan certificar que ha sido algo fortuito que, por otro lado, nadie se lo podrá creer. Es como los incendios forestales cuando dicen que ha sido producto de un cigarro mal apagado, por el calentamiento de un cristal por los rayos del sol; mil excusas más para exonerar a tanto criminal como se dedica a dicho menester para desdicha de esta sociedad que hemos forjado entre unos y otros.

Convengamos que no se ha incendiado el piso de un obrero andaluz que podía estar en malas condiciones; no, el incendio ha sido en la finca de Morante de la Puebla que, como se presagia, las medidas de seguridad en todos los órdenes son extremas; es decir, es imposible que haya existido lo que llamamos un corto circuito para que se prendiera aquello en llamas.

Sin duda alguna, será difícil de detectar y mucho más de probar que el referido incendio ha sido intencionado porque, dudo que hallen a culpable alguno pero, en mi caso, no me creo nada de lo que me puedan contar al respecto ya que, como es público y notorio, días pasados la casa de Morante ya apareció con pintadas en las que se le tildaba de asesino; es decir, llueve sobre mojado.

Como siempre sucede, el incendio referido habrá sido producto de los mismos que pintaron su casa que, amparándose en el anonimato y en la oscuridad de la noche han intentado quemar la casa de Morante. Bien es cierto que podían haberlo hecho a plena luz del día que, de pillarlos, tampoco pasaría nada puesto que si un asesinato se condena con apenas diez años de cárcel, pruebas las tenemos por doquier, que cojan a un pirómano despistado, como explico, no lo meten ni en la trena.

Pero esta es la consecuencia de la aplicación de las leyes que tenemos en la actualidad; unas leyes que, en su esencia, son perfectas pero que, como me decía un señor letrado hace pocas fechas: UNA COSA SON LAS LEYES Y OTRA MUY DISTINTA LA APLICACIÓN DE LAS MISMAS. Y ahí está el quid de la cuestión; las leyes serán muy duras pero, por ejemplo, a Santi Potros le cayeron dos mil años de condena por los cuarenta asesinatos que había cometido y, el pasado año, con apenas veinte años de cárcel, por ahí lo vemos, tomándose cañas con sus amigos del pueblo. Y le cayeron dos mil años cuando le juzgaron.

Como explico, quisiera que, por todos los medios se conocieran los hechos concretos del incendio en casa de Morante que, como dije, no adelantaríamos nada, pero si tendríamos la certeza de saber quiénes son los hijos de puta que cometen tales acciones; las cometen, como digo, porque saben de la impunidad con la que se les tratará. Eso sí, si alguien quiere saber cómo funcionan las leyes les puedo hablar en primera persona por aquello de haber sufrido el peor escarnio de mi vida. Y lo explico. En un momento de mi vida me vi obligado a robar una gallina, dicho en metáfora y estuve ocho años en libertad condicional con una fianza de ocho millones de pesetas de la época, la fianza más grande jamás impuesta a un “delincuente” como era mi caso.

Robé una gallina, lo juro, porque tenía hambre. Eso sí, como vengo explicando, digámosle a la sociedad en que vivimos que, matar resulta muy barato; apenas diez años de cárcel y ya estás en la calle, como decía, pruebas las tenemos por montones y no hablemos del citado Santi Potros que, de pensarlo a todos nos entran gansas de vomitar y, en el mejor de los casos, de marcharnos a otro país donde la justicia sea impartida como en verdad debería.

Visto todo lo sabido, en mi caso, de forma inocente sigo abogando para que haya justicia porque han quemado la casa de Morante de la Puebla, mientras que yo, como decía, por un delito ínfimo que jamás debería de ser castigado, estuve ocho años a la sombra porque mi vida era vigilada como si se tratara del peor delincuente que pisaba la tierra. Eso sí, como sigo siendo imbécil, sigo pidiendo justicia para los demás.

 

Fotografia Miguel Millan

Pla Ventura