Cuando las corridas de toros se dirimen entre dos matadores para competir entre ellos mismos, en lontananza, como si no estuviera, existe la figura de un hombre vestido de luces que, por supuesto, es matador de toros; digamos que es el hombre reserva por si ocurriera cualquier eventualidad que nadie desea que ocurra pero que, en ocasiones ha sucedido.

Convengamos que se trata de un hombre al que debemos de respetar porque no se trata de un monigote, más bien de hombre de carne y hueso que, por el precio de la nada está dispuesto para jugarse la vida llegado el caso. Como decía, se trata de una figura en la sombra pero que puede tomar vida si ocurre cualquier desgracia que, otras veces ha ocurrido.

En esas corridas que aludo en las que compiten dos matadores de toros, en la inmensa mayoría de las mismas sufro un asco desmesurado ante la actitud de los espadas que, se acaba el festejo y no han tenido ni la decencia de invitar al sobresaliente para que pueda hacer un quite. ¿Cabe desprecio mayor hacia el hombre que, lleno de ilusiones, a lo sumo, aspira en poder hacer un quite?

¿Qué daño puede hacerle un sobresaliente en el caso de que ejecute un quite como Dios manda? Absolutamente ninguno pero, con tan poquita cosa, dicho sobresaliente ya se siente pagado porque ha sentido el calor del matador que le ha invitado y por consiguiente, esa ovación del público que ha premiado su efímero quite.

Pero no, los matadores actuantes no tienen sensibilidad con el compañero que, para mayor desdicha, ya tiene bastante con el papel que le ha asignado la vida, que no es otro que hacer el paseíllo a la sombra de las figuras que, a lo largo de la tarde le ningunearán y esconderán para que nadie puede emitir juicio alguno. Los toreros no son conscientes del gran papel que estos hombres asumen porque, llegado el momento, el sobresaliente tiene que hacerse cargo de la situación y, me viene ahora a la mente aquel 20 de mayo de 1975 en que, Ruíz Miguel y Antonio José Galán, en mano a mano, cayeron heridos y tuvo que ser el sobresaliente Julián de Mata el que se hiciera cargo de la corrida que, en el último toro de la tarde cayó herido. Es decir, en aquella fatídica tarde, al doctor García de la Torre se le amontonó el trabajo.

Por esa misma razón, porque no son figuras ni su nombre resplandece en cartel alguno, los sobresalientes deberían de contar con el afecto, el calor, el cariño de sus matadores y, a lo largo de una tarde, hasta darles la oportunidad de hacer quites en todos los toros o, si los espadas son banderilleros, hasta invitarles a poner banderillas, caso de que dominen este tercio.

Al sobresaliente, a la hora de vestirse de luces, un mísero sueldo le avala porque no puede aspirar a más; incluso tiene que desplazarse con su propio vehículo y su “mozo de espadas” para acudir al lugar donde haya sido contratado. Hablamos, por supuesto, de la “tercera regional” del toreo y, puesto que no hay dinero, permitámosles que puedan lucir su arte en los quites que en verdad les corresponden; es decir, paguémosles con cariño puesto que, ya que no hay dinero, que haya un mínimo de calor por parte de los matadores actuantes.

He visto escenas dantescas cuando, por ejemplo, los matadores actuantes no han tenido ni la decencia de saludar al sobresaliente que les acompaña que, por momentos, hasta puede salvarles la vida, llegado el caso de la cogida. Ellos, los toreros, tan solidarios cuando hay “cámaras” de por medio cuando se habla de festivales, ningunean a un hombre que, vestido de torero, como en verdad lo es, solo recibe el desprecio por parte de sus “jefes de filas”, cuando debería ser una norma que los reservas pudieran mostrar su torería mediante los quites pertinentes.

Valgan estas líneas como gratitud para esos toreros que viven en el anonimato, que suelen hacer el paseíllo en distintas plazas, que nos les conoce nadie, que no aparece su nombre con letras de oro, que algunos actúan con un vestido prestado y, pese a tantos agravantes, el único atenuante que podrían tener, dar tres lances, algo que se les niega por parte de sus “jefes”. Mis respetos, entre otros, para Enrique Martínez Zazo Chapurra, Jeremy Banti, Miguel Ángel Sánchez, Juan Sánchez Saleri, Álvaro de la Calle y algunos más que, todos, sin distinción, merecen nuestro aplauso y admiración.

En la imagen, Enrique Martínez Chapurra, lidiando un toro a puerta cerrada.