Toda la crítica taurina, en su conjunto, siempre y cuando ésta se haga de forma libre y sin presiones, tiene el encanto de que todo mejore; es decir, una forma de explicarles a los diestros la manera de hacer mejor las cosas puesto que, como diría el otro, hagamos las cosas bien que todavía se pueden hacer mejor.

Eso sí, que nadie se equivoque puesto que la opinión de un crítico, por dura que sea, jamás cambiará el devenir de la carrera de un torero. Nosotros, cada quien y cada cual, tendremos nuestros gustos y preferencias pero, será siempre el torero el que tenga la última palabra la que, sin duda, pasará por encima de todos nosotros que, a veces, pretendemos lo imposible.

Por supuesto que seguiremos dando nuestra opinión al respecto de la fiesta de los toros, sencillamente para que nadie muera de éxito, que no es mala cosa. Convengamos que, en definitiva, lo que hace la crítica no es otra cosa que corroborar lo que piensan muchos aficionados que, de forma lamentable apenas sirve para nada puesto que, en los toros manda el gentío enfervorizado antes que el propio aficionado.

No es menos cierto que, los que mandan en la fiesta, sabedores de que todo depende de la multitud, es a ésta la que quieren conquistar y convencer y, pasa como en la urnas al respecto de la política, gana el que más votos tiene y, sin duda alguna, los espectadores al uso tienen mucho más poder que los aficionados. Así nos va en la política como en los toros.

Es verdad que, muchas veces, desde nuestras tribunas queremos frenar la dádiva generosa sin sentido puesto que, en ocasiones, se han concedido orejas de pueblo en la plaza de Madrid y eso no es de recibo; no podemos consentir, de ningún modo, que la plaza de Las Ventas sea una más de las muchas que existen en España. Eso y mucho más pretendemos evitar pero, amigo, cuando manda el gentío, tenemos la batalla perdida. El ejemplo lo tuvimos ayer en la oreja que se le concedió a Paco Ureña.

Respecto a los toreros, lo de la crítica les trae al pairo; es decir, no les importa para nada porque ellos lo que pretenden es estar bien con sus jefes, los empresarios, que de lo demás ya se ocupan ellos. Eso sí, a todos les gustaría abrir el periódico o entrar en cualquier portal para leer lo que les satisface. Eso es difícil que ocurra pero, insisto, tampoco les importa. Por ejemplo, en el caso de ayer en que Roca Rey conquistó Madrid con sus armas, si alguien hubiera dicho lo contrario, el peruano se habría reído porque el chico sabe lo que vende y, en realidad, lo vende mejor que nadie en el mundo, de ahí que lo que diga la crítica le importa un pimiento.

No nos creamos salvadores de la patria puesto que jamás llegaremos a ello. Haremos nuestra función como Dios nos dé a entender; cosecharemos algún que otro enemigo, llenaremos el alma de todo aquel que piense como nosotros pero, la gran realidad es que, como piensan algunos memos, no existe lo que ellos llaman como la maldición de la crítica.

La crítica, analiza, cómo es su función; observa, cómo es su cometido, pero en definitiva toda queda en el aire desde que Alfonso Navalón murió porque, el crítico de Ciudad Rodrigo, en aquellos momentos si tenía poder sobre los empresarios. Ahora, como todo ha cambiado tanto, no existe esa crítica dura que haga recapacitar a los toreros porque, previamente, como así lo han pactado, la mayoría de los que ejercen la crítica están todos en “nómina”, es decir, las opiniones contrarias están a salvo.

Es más, los que tenemos por norma contar la verdad nos tienen arrinconados como si fuéramos apestosos de la plaga; como quiera que la gran parte de la crítica toda la tienen controlada, cuando sale un loco y dice lo que piensa, pese a que no tenemos poder alguno, enloquecen por completo; ellos querrían que todo fuera de color de rosa y que no hubiera discrepancia alguna puesto que así lo tienen montado. Como fuere, todavía quedan románticos de nuestra estirpe capaces de contar lo que todo el mundo calla.