Los toreros ya no son divertidos fuera de los ruedos y, lo que es peor, algunos ni siquiera dentro. Y no es esto una crítica contra nadie puesto que, cada cual puede hacer lo que le plazca pero, si analizamos, antaño, los toreros eran héroes dentro de los ruedos y personajes para enmarcar fuera de la plaza. Aquellos toreros de principios del pasado siglo, como nos cuenta la historia, tenían el suficiente morbo como para llenar las plazas de toros, no sé si por sus éxitos en las plazas o en las alcobas. Vamos que, repasa uno la historia, se pone en aquellos años y en semejantes historias de los coletudos y, madre mía del amor hermoso cómo disfrutaba la gente con tanta historia de cuernos, que nada tenían que ver con los bicornes que salían por chiqueros.

En los tiempos actuales, respecto a los toreros, a lo máximo que hemos llegado ha sido a los escándalos que protagonizaron Jesulín de Ubrique, un pobre hombre sin gracia alguna y una deslenguada como Belén Esteban que, por no tener, no tiene ni el menor atisbo de cultura. O sea, un triste bagaje como para que ensalcemos a nadie al respecto. Tras esta pareja, el único que ha dado que hablar ha sido el tal Paquirri, pero sin historias relevantes de alcobas por medio; es decir, se separó de la fea, tuvo noviazgos y se casó de nuevo, nada relevante como para que desde la calle se creara el más mínimo morbo para ir a verlo a la plaza que, como se sabe, era el más vulgar del mundo como nos recordó hace pocas fechas en Jerez; rico, pero vulgar.

Pensemos que, al último genio que hemos conocido que no era otro que Luis Miguel Dominguín, grande en los ruedos y todavía mejor en las alcobas, se tiraba a Ava Garner y, claro, se lo contaba al mundo; vamos que no iba con secretitos por las esquinas puesto que, su triunfo no podía ser mayor. Por lo visto, Luís Miguel como sus biógrafos nos contaron, hacía furor fuera de los ruedos y, la mismísima Ava Garner le consideró como el número uno en la cama, vamos, igual que en los ruedos. No quedan gentes de aquella estirpe. Claro que, Luís Miguel tuvo el peor castigo que podía darle Dios, tener el hijo que tuvo. Puesto que, para un hombre como él que adoraba las mujeres, lo del hijo le quitó hasta la vida. Y es que no hay nadie realmente dichoso. Y es que eso de tener un hijo……cantante tiene que doler mucho.

Definitivamente, los toreros ya no son divertidos, nada que ver con aquella generación de aquellos primeros años del siglo pasado que como nos han contado, protagonizaban historias muy entretenidas que, para fortuna de las gentes, las más relevantes tenían lugar en los cuartos cuando lo lógico hubiera sido en las plazas de toros. Lo curioso de la situación, digamos que la pregunta en cuestión en obligada. ¿Cómo se difundían las historias de cama en aquellos años que no había ni teléfono? Ese era el mérito de aquellos personajes que nada dejaban por hacer, ni de día ni de noche. El “todo” Madrid estaba al tanto de lo que ocurría por las alcobas y, todavía no se había inventado Telecinco.

Ignacio Sánchez Mejías era más aclamado por sus amoríos, que por sus triunfos en los ruedos puesto que, en honor a la verdad los tuvo de clamor. Ignacio no daba abasto puesto que, tenía que seguir siendo el esposo de Lola Gómez Ortega y atender a sus dos amantes, la francesa y la que cariñosamente llamaban “La Argentinita” Juan Belmonte las mataba callando que solía decirse; en aquellas calendas, lo de tener hijos ilegítimos era lo más normal del mundo, que se lo preguntaran a él ¿verdad?; el que no los tenía le decían que era maricón, échale hilo a la cometa. El mismísimo Rafael Gómez Ortega “El Gallo” iba de alcoba en aposento, pero sin cautela alguna y, no es que le pillaran infraganti, es que las señoras que le profesaban amor lo dejaron en la más cruel de las miserias, hasta el punto que desde su retirada, le hicieron varios festivales en su honor, siendo Juan Belmonte, además de su valedor, su albacea el cual le entregada diez duros diarios a El Gallo para que no le faltara de nada y, de tal modo, evitar que siguiera visitando cuartos perfumados. Dicen que, José Gómez Ortega, Joselito, no entraba al trapo de dichas cuestiones porque decía que eso de las alcobas traía mal fario y, lo que es peor, costaba mucho dinero. Como sabemos, Joselito dicen que era muy huraño.

Eso sí, casi todos tenían querida, pero lo llevaban en “silencio”, digamos que todos guardaban las formas para que nadie se “enterara” aunque, como era notorio, lo sabía todo el mundo. Pero sí, las apariencias estaban salvaguardadas mientras que, la realidad decía todo lo contrario. Era otra forma de vida que, quiérase o todo lo contrario, los toreros, como quiera que se jugaban la vida querían disfrutarla para beberse hasta el último sorbo. ¿Y si mañana es el último día? Pensaban. Y tenían razón. Ahí tenemos el caso de Ignacio Sánchez Mejías que, lo que vaticinaba o barruntaba, un 13 de agosto de 1934 acaeció en la plaza de toros de Manzanares en la que entregó su alma a Dios.

Algunos, hasta pagaban un precio carísimo por las noches puesto que, en los cuartos amorosos se cocían muchas cosas, las que todo el mundo sabía pero que ellos querían disimular. Los revisteros de la época, todavía se siguen preguntando quién retiró del toreo en España a Rodolfo Gaona, si el toro de Albaserrada en la presentación de dicha ganadería en Madrid, o la propia Carmen Ruíz Moragas, “La Moragas” como se le conocía entonces puesto que, la actriz, cuando se casó con Rodolfo Gaona, aquello no era más que la tapadera para seguir disimulando sus amoríos con el Rey Alfonso XIII de la que era su amante oficial. Lógicamente, entre “La Moragas” y el Rey de España, necesitaban a un tipo que fuera el cabrón de la serie para seguir disimulando. Y, paradojas del destino, eligieron nada más y nada menos que a Rodolfo Gaona que, además de guapo era amante de las mujeres, del que contaban que era tan buen estoqueador por las tardes y por las noches, razón por la que se enamoró de Carmen Ruíz Moragas que, a guapa no había quien le ganara. Eso sí, “La Moragas” que era muy hábil indicó en una rueda de prensa al respecto que dejó a Gaona porque era maricón. Vamos, lo pienso y me imagino la furia de Rodolfo que, como digo, se marchó para no cometer un crimen que hubiera sido lo lógico.

Tras dos meses de matrimonio fallido, Gaona cometió el error de enfrentarse a los toros de Albaserrada aquella tarde de mayo que nunca pudo olvidar. Despechado como estaba, cornudo oficial entre la torería, tras su fracaso en Madrid cogió los bártulos, dejó a la actriz para que siguiera fornicando con Alfonso XIII y se marchó para México para no volver jamás.

En aquellos años los amoríos de los toreros crecían de forma desmesurada puesto que, hasta algunos banderilleros imitaron a sus matadores pero, claro, aquello no tenía sustancia. Bien es cierto que, al respecto de historias de alcoba, la que eclipsó a todos los toreros, incluyendo la derrota para el que fuera su marido, no fue otra que “La Moragas” que, como se demostró quería todo el protagonismo para ella y no fornicaba con el primero que pasaba no, lo hacía con el español más ilustre del momento, a la sazón Alfonso XIII que, como Carmen reveló, no era una lince en la cama, pero era muy cariñoso y, por supuesto, le daba una vida al estilo de la propia reina de España, como no podía ser de otro modo. “La Moragas” tuvo dos hijos bastardos del Rey de España y, para su desdicha murió a principios de 1936, unos instantes antes de que comenzara la guerra civil. La pobre Moragas murió con 38 años y, de no haber muerto, nadie se imagina la de páginas amorosas que hubiera escrito porque al respecto era una auténtica maestra.

Cuenta la leyenda que, a principios de 1929 en que Gaona ya llevaba muchos años en México tras la espantada por la que se marchó en 1919, desde España le cursaron una invitación para contratarle para la inauguración de la plaza de toros de Las Ventas. Rodolfo Gaona contestó con un lacónico telegrama, tan escueto que dio mucho que pensar: “No quiero ir a España porque no quiero matar a nadie” ¿Se referiría a los toros o a alguien en concreto?  No hace falta ser muy listo para entender el mensaje. Como vemos, diez años después, la herida en la cornamenta de Rodolfo seguía sangrando. Ya nunca más le invitaron.