Si eres figura del toreo puedan pasar dos cosas y las dos son buenas; que te embista una hermanita de la caridad para que disfrutes como si estuvieras en un festival o que los burros adormilados no lo hagan pero como eres figura se te perdona todo. Eso le pasó ayer en Madrid a Paco Ureña que, ante un bombón estuvo digno y torero pero, amigo, nos acordábamos de las tardes épicas de este diestro en Las Ventas y, lo de ayer sonaba a pura burla. Ya está consagrado, ya es figura y lo es hasta el extremo de que ya no contesta cuando le llama un medio humilde.

Lo que resulta difícil de entender es cómo Madrid se ha tragado la bola de este tipo, justamente ahora que mata el toro sin el menor atisbo de peligro, sin casta, con bobaliconería y sin vibración de ningún tipo. Así de cruel es la vida y los personajes que la conforman puesto que, Paco Ureña, al que defendimos por convicción cuando mataba las corridas épicas que matan los héroes, eso sí, muertos de hambre, claro. Ahora, en su condición de figura, a los medios humiles que les parta un rayo que para eso es figura.

Paco Ureña tuvo el feo gesto de brindarle un toro ante los micrófonos de la televisión al diestro Javier Cortés y, acto seguido, al público de Madrid. Siendo así, ¿a quién brindó Ureña el toro? Vaya despropósito, pero como se trababa de una figura todo está bien visto; si eso lo hace un torero humilde, la rechifla de Madrid hubiera sido de época. ¡Qué grande es ser figura del toreo!

Ureña es la reencarnación de Padilla puesto que, para su fortuna perdió un ojo y a partir de ahí nunca más mató un toro encastado y, muy sencillo debe ser que con un solo ojo puedas lidiar, torear y triunfar. Pero esta es la tauromaquia de las figuras que, ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Si es preocupante que, el público de Madrid ayer se enardeciera mientras se lidiaban toros sin el menor atisbo de peligro, caso del toro que le tocó a Perera que, más que un toro era Dios vestido de negro y con ganas de colaborar con el pacense. Y menos mal que lo apuñaló puesto que, de haberlo matado bien le hubieran regalado dos orejas.

Por el contrario, el destino es así de cruel y caprichoso, no hay forma humana de que le embista un toro a Juan Ortega en Madrid que, de haber estado ayer en el ruedo de Las Ventas todo el mundo estaría ahora hablando del diestro de Sevilla, pero no está hecha la miel para la boca del asno; Ortega es pobre y no tiene derecho a los bombones de las figuras. Confiemos, recemos para que un día un toro se equivoque, le meta la cara y será entonces cuando veremos torear de verdad, no lo que hace Perera y sus huestes.

La diferencia entre un burro con cuernos y un toro no es otra que la casta, la que llevaban dentro de sí los toros de Ricardo Gallardo; he dicho toros porque eran más grandes que los que mató ayer Morante y El Juli, como antes de ayer Enrique Ponce y Manzanares en Sevilla que, vaya estafa la que dichos toreros mostraron con los animalitos que se traen en las furgonetas que, para desdicha de ellos, los toritos no quisieron ser comparsas del fraude  y no embistieron. Como digo, Gallardo, una vez más ha estado gallardo en Madrid para que, un torero como Dios manda, Tomás Rufo, triunfara por la grande por la vía de la verdad y la torería. Savia nueva para una fiesta vieja.

Claro que, según nos ha contado nuestro corresponsal, mientras en Sevilla, su feria de San Miguel ha sido un fracaso ganadero en todos los órdenes, paradojas del destino, se celebró ayer una corrida llamada desafío ganadero porque lidiaban toros de Albaserrada y Santa Coloma, todo ello en Corella, en la provincia de Navarra y, los tres «desdichados» salieron por la puerta grande, eso sí, a sabiendas de que se jugaban la vida, la que expusieron con su verdad y torería Paulita, Morenito de Aranda y Rubén Pinar, tres «máximas figuras» de la torería que, como digo, dieron una tarde apoteósica mientras le rendían culto al toro.

La lectura será siempre la misma, si queremos ver el toro de verdad tenemos que huir de las figuras, salvo que nos contentemos, como ayer en Madrid, con el sucedáneo de lo que sabemos que es un toro auténtico. Lo triste de la cuestión es que, mientras Sergio Serrano se jugó la vida frente a un toro de Saltillo en Madrid y nadie le hace el puñetero caso -confiemos que cambie su sino- los dos toreros de ayer, Ureña y Perera, resultaran aclamados. Por cierto, menudos personajes que, entre los dos, no le permitieron a Álvaro de la Calle, el sobresaliente, que diera un par de lances. Ambos tipos no se acuerdan cuando eran pobres. Que Dios les conserve la fortuna que mucha falta les hará.

Como decía, casi que le dan las dos orejas a Perera de haber matado aquel becerrote al que querían devolver por inválido. Menos mal que, como dije, lo acuchilló y ahí se acabó la historia. A Paco Ureña le dieron una oreja que, sin duda, supo a poco; no porque él no toreara bien, que sí lo hizo; pero la calidad del toro, su blandenguería no era para oreja ni nada por el estilo. Lo que si está claro es que ayer, todos los claveleros del mundo se dieron cita en Madrid, no pudo ser de otra manera.