No sé si la empresa de México quiso que se despidiera Juan José Padilla de dicha plaza o, visto desde otra perspectiva, quisieron echarlo para siempre; sin duda que, de no ser la corrida de su adiós, todos los indicios que tenemos nos hacen sospechar que le contrataron para echarlo. No sé quien eligió los toros de su despedida pero, peores era imposible encontrarlos en todas las dehesas mexicanas. No sé si eran de Boquilla de Carmen o boca de cocodrilo puesto que, el juego que dieron resultó totalmente nulo y, lo que es peor, con un peligro sordo capaz de acojonar a cualquiera.

La trayectoria de Padilla nadie la puede mancillar puesto que es intachable; a unos gustó más que a otros pero, por encima de gustos, está la capacidad como individuo de este hombre que asustaba al miedo, razón del respeto que todo el mundo le entregó. Gustos al margen, como explico, la carrera heroica de este hombre no la puede cuestionar nadie porque como sabemos, las circunstancias de su vida profesional le abocaron hacia un sufrimiento terrible y, lo que es mejor, hacia una resurrección personal que nos cautivó a todos.

Al margen de la “traición” de la empresa de México porque para dicha despedida se le hubiera debido incluir en un cartel de más fuste; digamos que, esa plaza llena para despedir a Juan José Padilla hubiera sido lo lógico pero, le dieron las migajas que no quería nadie, precisamente en la tarde más emotiva de su vida. Una pena, pero es la realidad de lo que allí aconteció.

Dentro de todo, de lo mal que se hicieron las cosas para despedir al torero español, me cautivó la reacción de público allí congregado. Un sobresaliente para dichos aficionados que, aunque en menor número del deseado, aclamaron a Padilla de una forma unánime que, en España, dada la mala calidad de los toros, difícilmente le hubieran reconocido todos los valores que en México le mostraron. Todos suspiraban para que le embistiera un toro y, aquello no fue posible; le dieron una oreja de regalo como prueba de gratitud pero, artísticamente, repito, los toros no le permitieron mostrar su más mínima categoría como torero. Artísticamente, una tarde amarga la del diestro de Jerez que, su única alegría en dicha tarde no fue otra que el comportamiento maravilloso de unos aficionados que le vitorearon con más pasión que nunca.

Sonaron Las Golondrinas como en las tardes más emotivas que en México se han dado; es decir, gozaba Padilla de un ambiente maravilloso que, repito, en España no lo hubiera encontrado; pero todo se truncó por culpa de un ganado asqueroso que el diestro no merecía. ¿Qué quiero decir con todo esto? Sencillamente, felicitar a los aficionados que, pese a ser un diestro extranjero el que se despedía, lo trataron como si fuera un mexicano más rindiéndole todos los honores habidos y por haber.

La organización de su despedida resultó caótica, pero lo que se dice la reacción de los aficionados, ahí encontró Padilla toda la gloria que no podía sospechar puesto que, tras dos actuaciones en sus respectivos toros tratando de salvaguardar su vida por la mala condición de sus oponentes, el eco que tuvo no pudo ser más bello. Felicitemos a dichos aficionados que, por arte de magia hicieron que Padilla se sintiera, por un momento, un mexicano más que se despedía para siempre de los ruedos.

Se ha ido Padilla y, ¿qué dirá la historia cuando se construya su leyenda? Creo que la definición será muy sencilla. Se ha marchado un hombre cabal que fue capaz de darlo todo por la fiesta, incluso su propia vida la que siempre pendió de un hilo; incluso perdiendo un ojo, durante varios años ha sido capaz de volver a ser el que siempre fue; es decir, con un solo ojo ha tenido muchos más logros que cuando tenía visión completa. Se ha marchado un hombre honrado del toreo que, pasados los años todo el mundo recordará como un auténtico gladiador que del ese juego entre la vida y la muerte hizo su pasión por vivir y sentir.

Pla Ventura