No sé para qué diablos se inventaron las leyes, en el caso del mundo de los toros, su ley no es otra que el Reglamento Taurino que define al espectáculo con toda su grandeza pero, ¿qué pasa? Lo explico. Los triunfadores del mundo de los toros, es decir, los que encandilan a las masas con la mentira del toro adormilado y santificado, éstos detestan el citado reglamento porque les iría mejor si hicieran los que les pasaran por los cojones sin rendirle cuentas a nadie.

Es dantesco lo que dijo Justo Hernández cuando se pronunció acerca del reglamento que, para este señor, el mismo, no es otra cosa que un puro estorbo que molesta la grandeza del espectáculo. Y dentro de todo los males, tiene razón Justo Hernández, claro que les corroe el reglamento porque, pese a todo, aunque no lo quieran, tienen que acatarlo, al margen de las marañas que hacen para eludirlo. Este hombre, como sus correligionarios de camadas, lo que quiere es que le sigan indultando toros para alcanzar la gloria que les concede el populacho.

Vamos que, los taurinos de élite son como los separatistas; los unos no quieren el reglamento y los otros aborrecen la Constitución. Lo triste de la cuestión es que, al paso que vamos los taurinos lograrán derogar el reglamento y, los separatistas, socialistas y demás fuerzas radicales de izquierdas, se cargarán la Constitución y, tras ello, ya podrán mandar al Rey al exilio que es lo que están tramando, aunque el Monarca no quiera darse cuenta. Si se me permite el símil, El Rey al exilio y el toro bravo y encastado al matadero sin tener que pasar por una plaza de toros.

El triunfo del populacho viene de la mano de los taurinos de alto nivel, tan alto que el día que se caigan no quedará ni las astillas de ninguno de ellos. Sin duda alguna que, los que engañan, mienten, delinquen, roban, estafan, por aquello de lidiar el toro amorfo y sin peligro, están convencidos todos que, la parte de gloria que nosotros les negamos en la tierra, la tienen asegurada en el cielo. Es terrible que, tras tantos años de historia como dejamos atrás, los que hemos conocido la grandeza del espectáculo y sus protagonistas, es infame que ahora nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino como dice uno de nuestros sabios refranes.

A ver, ¿qué es un toro bravo? Según la opinión de todo aquel que tenga dos dedos frente, un toro bravo no es otra cosa que un animal con cuatro o cinco años, con sus pitones íntegros, con su trapío acorde con sus kilos y pitones que, dará mejor o peor juego, pero que no defraudará a nadie acorde con su presencia y hechos. Obvio resulta decir las ganaderías que se ajustan a los cánones debidamente establecidos que configuran la grandeza del toro como tal.

Otra cosa muy distinta es el toro que se ha “fabricado” a medida de sus lidiadores, los llamados artistas que, como se sabe, les hacen diabluras con el beneplácito de sus acólitos que, con tal de ver torear bonito, todo lo demás les sale sobrando; es decir, ni si enteran de lo que en verdad es un toro bravo. Y, los ganaderos susodichos, más contentos que unas castañuelas en pleno repique, para que todo les salga redondo hasta pretender aniquilar el Reglamento Taurino. Si somos sinceros, tampoco les hace falta porque se lo pasan por el forro de la entrepierna y todos tan contentos.

¿Es bonito ver torear a semejantes animalitos? Rotundamente, sí. Pero igual de bello resulta cuando esos diestros lo hacen con el carretón y, encima gratis. La desvergüenza ha llegado a un nivel que, hasta un vulgar pegador de pases como Ginés Marín tiene el trato de figura. ¡Cómo está el toreo, Dios mío!

Para explicar la dura realidad en que vivimos siempre tenemos que echar mano de las hemerotecas que registran lo que ha sido la verdad en el toreo. Por ejemplo, cuando al maestro César Girón, sus compañeros le deseaban suerte en el patio de caballos, el venezolano respondía: ¡Y cornadas! Y lo decía porque en aquella época los toros daban muchas cornadas a las figuras del toreo.

Ahora, amigos, ha cambiado todo tanto que, como es notorio, las cornadas se llevan por montones, los desgraciados del escalafón. ¿Qué quiere eso decir? Está clarísimo. Los hechos vienen a demostrar que solo hieren los toros de verdad, puesto que los domesticados para las figuras se comportan como si fueran santos que, en realidad, aunque vestido de negro y con pitones, lo son. Que me diga alguien, en los últimos diez años, cuántas cornadas han repartido los toros del encaste mono, es decir, el de Domecq.

Otro dato importantísimo al respecto de la grandeza del toro al más alto nivel. En aquellos años setenta y ochenta, toreros de mucho relieve se quedaban fuera de la feria de San Isidro porque, como la feria era más corta, en ocasiones había que sacrificar a unos cuantos toreros que, a su vez, reclamaba la afición de Madrid. A los ausentes, el empresario siempre les decía lo mismo: “No te preocupes que estás puesto en la primera sustitución que haya” Y las había; las había y, al final, acababan toreando todos. Y había sustituciones porque los toros daban muchas cornadas, algo que los toreros lo tenían asumido.

Privilegios los ha habido toda la vida, eso no es ninguna novedad pero a su vez, había toreros honrados, valientes, artistas que, como todo mortal, sabían que no lo estaban haciendo bien y rectificaban. Aquí viene la anécdota de Juan Belmonte y Joselito. Corría el año 1914 y, en las primeras corridas que ambos diestros torearon, sabedores del toro que lidiaban, por consiguiente del fracaso que asumían al ver que la gente que se les echaban encima, una vez en el hotel intercambian pareceres dichos diestros y, Belmonte le dice a Joselito:

“José, somos nosotros los culpables de que el público se nos eche encima, los toros que venimos lidiando no son los que esperaba el aficionado. ¿Qué te parece si hablamos con don Eduardo –Miura- para que nos reserve una corrida suya en Madrid?

Y Joselito le respondió:

“Ya que estamos, Juan, dile a don Eduardo que nos guarde las seis primeras corridas que tenga previstas y las matamos juntos en Sevilla, Madrid, Pamplona….en las plazas que creamos convenientes”

¡Y las mataron! Pero además de Miura, sabedores de la responsabilidad que tenían, en aquel año se apuntaron a varias divisas durísimas para satisfacer a los públicos que, lógicamente les exigían como las primeras figuras que eran. Ahora no, aquí nadie exige nada, salvo cuatro locos que quedamos sueltos los que pensamos que el espectáculo podría ser bellísimo y justo a su vez. Miren cómo ha cambiado todo que, en la actualidad, con tal de que el toro no se caiga, ni puyas hacen falta, pero es que nadie lo exige. Los taurinos han adormilado de una manera tan brutal a los aficionados, mejor dicho, al populacho que, éste se conforma con poco, es decir, apenas nada.

Lo dicho, que se anule el reglamento para siempre, que se sacrifiquen todas las ganaderías encastadas, que solo quede sangre Domecq y que solo acudan a los toros los triunfalistas de siempre y, veréis en qué queda todo. Hasta se les podrían quitar los petos a los caballos. Total, para lo que se pica ni falta que hacen.

En la foto, la imagen grotesca del torero cosechando el fracaso.