Desde todos los confines de la información nos ha llegado la noticia de la corrida triunfal celebrada en Arévalo, por tierras abulenses. Recordemos que el éxito siempre es bueno porque favorece la entidad de la propia fiesta de los toros y, sin duda, lo celebramos con gozo. Ahora bien, ¿qué pasó en Arévalo? Repito que, si nos quedamos con el triunfalismo del final del festejo, cualquier podría deducir que allí pasó algo grande y, no es cierto.

Es verdad que entrar en detalles en determinados festejos eso no lo hace ni Dios. Nos quedamos siempre con la reseña final y, todos contentos. En este caso salieron el hombros tres máximas figuras del toreo como son Morante, Manzanares y Ureña que, para colmo, hasta indultó un animalito de Gargipequeño. El problema de estos festejos es que nos lo sabemos todo de memoria y nada podrá sorprendernos.

Ahora, como pasó en Arévalo –y en tres mil plazas más- se indulta un animalito porque ha embestido con nobleza treinta veces a la muleta de su matador; con eso es más que suficiente para que se le perdone la vida a un animalito; desde luego, si es por bondad, deberían de perdonarles la vida a todos los animalitos de Juan Pedro y Garcígrande como se lidiaron en Arévalo.

Antaño, para indultar un toro hacían falta requisitos digamos lógicos para que eso ocurriera. Tenía que entrar tres veces al caballo, ser bravo, tener casta, fiereza, autenticidad y todos los elementos básicos de un toro de lidia para que resultara indultado. Han cambiado los tiempos de forma brutal y, con ellos las gentes que, de forma inocente piden indultos que no proceden, que engañan a todo el mundo, incluido a ese Paco Ureña que el hombre ni se lo creía lo del indulto. Una pena ver a este hombre ser comparsa de la parodia, la burla, el engaño y todo lo que conlleva ser figura; y digo que produce pena porque como todos sabemos, Ureña se hizo torero por el camino de la verdad pero, como se comprueba, por el de la mentira y el fraude se camina mucho mejor. Fijémonos en la foto que publicamos de Ureña y lo entenderemos todo muy pronto. Vamos que, si todas estas gentecillas vieran cómo se indultó a Belador, de Victorino Martín en Madrid, se caían de culo.

Claro que, como he dicho tantas veces, el problema de las figuras no es el triunfalismo que desatan que, a priori, podría valer; pero si vemos el trasfondo de la cuestión es cuando nos ponemos a llorar de forma amarga. ¿Qué le queda de tiempo a la fiesta de los toros mientras sus protagonistas la exterminan? Barrunto que muy poco tiempo y, lo triste de la cuestión es que ellos, los que están asesinándola, no lo quieren reconocer.

Analicemos con rigor. Arévalo, una plaza de cuatro mil quinientos espectadores, día grande de sus fiestas en honor a San Victorino. Por cierto, podían haber lidiado una corrida de Victorino Martín para honorar a su patrón. En el cartel, Morante, Manzanares y Paco Ureña con los animalitos de Juan Pedro y Garcígrande que se trajeron en la misma furgoneta. Para tal festejo, el cartel soñado para cualquier feria de primera categoría, los grandes monstruos del toreo congregaron a tres mil personas. ¿Lo puede entender alguien?

Como ha pasado en tantos sitios, creo que la explicación está clarísima. La gente, en un gran porcentaje de aficionados sabe la clase de toros que se van a lidiar y, como ha ocurrido en todas las ferias de junio, llenar una plaza de toros es un heroicidad que a duras penas de produce. Cuidado que, lo que digo es muy serio. Que las máximas figuras del toreo congreguen en un pueblo en su día grande de las fiestas a TRES MIL PERSONAS, eso es muy preocupante. Algo está pasando, pero algo muy grave. No es una casualidad, más bien, una causalidad porque la gente empieza a estar harta de que se burle, se le estafe con guante blanco por muchos indultos que nos quieran mostrar; todo es mentira. Y esta es la razón por la que hemos visto medias plazas en Badajoz, Algeciras, Alicante y tantos sitios más.

Sinceramente, me pongo en el lugar de Morante y estaría muy preocupado por aquello de no concitar el interés de “nadie”. Es como si Alejandro Sanz actuara en un campo de fútbol, el lugar idóneo para este artista y, comprobara que solo hubiera ocho mil personas. Eso sería gravísimo. Pues esa es la cuestión ante los artistas que citamos que, para su desdicha, por sus malas praxis en lo que a los toros se refiere, la gente se ha cansado de la burla a la que son sometidos con esos animalitos indefensos, sin apenas pitones, sin peligro alguno, sin el menor riesgo para sus lidiadores y, de ahí la desertización de las plazas de toros cuando aparecen las figuras de rigor.