La frase suena muy tópica, tenemos lo que nos merecemos, pero es una verdad que aplasta; pero en todos los órdenes. Si no tenemos bastante en los toros, miremos hacia el mundo de la política y entenderemos nuestra desdicha. Hace pocas fechas leía la crónica de un crítico en Manizales y el hombre se hacía cruces, razón por la que en el enunciado de su crónica decía lo antes expuesto. Sinceramente, taurinamente dicho, en honor a la verdad merecemos muy poco, pero es lo que siempre defendemos, no precisamente nosotros a nivel particular, pero sí en gran medida en tantos foros que, la mentira, contada mil veces, al final parece una verdad.

Y de tal modo, desde hace muchos años, así se sigue sustentando el mundo de los toros puesto que, la mentira, contada a diario, al final a ver quién es el valiente que la rebate. Y el que lo haga, como pudiera ser nuestro caso, rápidamente nos tildan de locos. ¿Acaso no tiene cuatro patas y dos pitones los toros que lidian las figuras? Me preguntó un día un aficionado de nueva ola. Y le respondí, vaya si le contesté. Tiene usted razón, le dije. Pero la cuestión no estriba en los dos pitones y las cuatro patas que, aparentemente, podría dar la sensación de ser lo mismo. El quid de la cuestión estriba no en lo aparente que todo el mundo puede ver, pero sí en aquello que no se percibe y que solo aparece cuando el toro está en el ruedo.

No es lo mismo, por el amor de Dios, contemplar a un animalito indefenso, sin picar, sin fuerzas, con toda la bondad santificada dentro de su cuerpo que, por ejemplo, ver a un toro de verdad lleno de casta, de bravura, con esa acometividad tremenda capaz hasta de resistir tres duras varas en el caballo. Cierto es que, si nos decantamos por la vía cómoda, no hay nada más apropiado que un ejemplar que lleve la sangre Domecq en sus venas puesto que, al respecto de este encaste, salvo Álvaro Domecq con sus toros de Torrestrella y Ricardo Gallardo con sus Fuente Ymbro, lo demás solo es patrimonio de las figuras que no quieren exponer nada puesto que, con la técnica acaudalada son capaces de haberles diabluras a dichos animalitos que, una vez en el ruedo, a los pocos minutos solo piden la muerte.

Por cierto, la felonía protagonizada por El Juli en Manizales dará mucho que hablar. Fijémonos que, si en España no tienen recato en hacer las diabluras que hagan falta con tal de que la farsa siga viva, imaginemos cuando llegan a América; aquello ya no tiene nombre. Como decía aquel señor, cuatro patas y dos cuernos tenían, nada es más cierto. Pero resultó vergonzante ver cómo un tipo como El Juli se anuncia en una plaza para matar seis becerros desmochados. Hay que tener la cara muy dura para humillar a los “indios” honrados que acudieron a verle en la plaza manizalita puesto que, el torero, ante todo, sabía a qué clase de toros iba a enfrentarse. Vamos que, eso lo hace en cualquier plaza de España y lo sacan a pedradas.

Tenemos lo que nos merecemos porque no aspiramos a más, porque no conformamos con la paja a sabiendas de que existe el grano; nos contentan con lisonjas baratas y encimas las creemos. Publican la de cantidad de toreros heridos en una temporada y quieren que nos horroricemos. Eran toreros, sí señor, todos los heridos pero, ¿de qué nivel? Las figuras como sabemos nadie resultó herido lo que viene a demostrar la santidad de los toros que lidian. ¿Quién cayó herido? Los toreros de segundo nivel, novilleros, becerristas, subalternos; pero todos, casualmente, lo que se enfrentan al toro encastado.

Ya es casualidad que los toros de Domecq no hieran a nadie. ¿Será que Juan Pedro y sus huestes tienen un pacto con Dios para que no ocurra desgracia alguna? Tampoco llegan a tanto. La realidad nos viene a demostrar que se ha criado un toro a medida, que se le ha quitado la posible dosis de casta que pudiera tener y, de tal modo, las figuras se lo pasan en grande a sabiendas de que su vida no corre peligro. ¿No habíamos quedado, siglos atrás, que el torero y el toro tienen que producir una catarsis de emoción una vez estén todos en la arena? Así debería de ser pero, si pretendemos emocionarnos con los toreros, eso no lo esperemos de figura alguna. Busquemos el derrotero de la verdad que, como siempre sucede, pasa por la sangre Albaserrada, Miura, Santa Coloma y ganaderías afines, la mayoría de ellas consideradas como encaste minoritarios pero que son las únicas que le proporcionan grandeza a la fiesta.

Mientras las  figuras lidien toros como el que mostramos en la imagen, nadie podrá creer en esa fiesta que, en su otro extremo, en el de la verdad, resulta apasionante.