Parece mentira que la democracia no haya entrado todavía en el mundo de los toros cuando, como se sabe, dadas las tecnologías reinantes en la sociedad en que vivimos,  puesto que si la fiesta se organizara de forma democrática eso sería la salvación de la misma, al tiempo que se impartiría justicia que, en primer lugar, es de lo que adolece la fiesta de los toros.

Los empresarios siguen anclados en los viejos tiempos y no se han dado cuenta que los tiempos han cambiado; lo que hace algunos años era válido, ahora ha quedado totalmente obsoleto. ¿Qué hacer? Adaptarnos a los nuevos tiempos y, de forma muy concreta, darle protagonismo al aficionado, al cliente que es el que paga. Eso de rotular un autobús con los carteles de una feria no es suficiente para que sea el reclamo de la misma.

Como digo, es absolutamente prioritario que el aficionado sea arte y parte de esa fiesta puesto que, como pagano, tiene derecho a decidir y si lo decide el aficionado, seguro que todos salimos ganando. Y la única forma que tiene para decidir no es otra que su participación mediante una votación para pedirle al aficionado qué toros quiere y con qué toreros hay que contar para montar una feria.

Se ha comprobado en los últimos años que, la forma en que se montan las ferias no es la adecuada, y esto no lo digo yo, lo dice el cemento que vemos todas las tardes en las distintas ferias de España que, una plaza no la llena ni Dios. Es cierto que, como millones de veces repetí, se siguen haciendo las cosas muy mal y, lo que es peor, para satisfacer el capricho de las figuras con esos toros basura que se traen bajo el brazo para no arriesgar nada y llevarse todo el dinero que puedan que, en definitiva, eso no es otra cosa que pan para hoy y hambre para mañana.

Con la de medios que tenemos en la actualidad, las empresas, de su parte, ya deberían de haber instalado en sus oficinas el voto por teléfono para que el aficionado se pronunciase y, si se equivoca, que se equivoque el aficionado, como les ha pasado a miles de personas que, por votar a Pedro Sánchez, pagarán el error de forma dramática. Pero debemos de hacer partícipes a los aficionados, dejarles que opinen, mostrarles luz y claridad a la hora de confeccionar las ferias y, si dichos aficionados reclaman a El Juli, Ponce y demás figuras del toreo, les seguiremos soportando, pero no es de recibo que nos los impongan mediante la dictadura del taurinismo.

Lo que digo es lo más sencillo del mundo, es más, el primero que lo hiciera ese sí sería un innovador que, para su dicha, más tarde obtendría el gran resultado de ver que su plaza se ha llenado porque ha contado con sus clientes, es decir, los aficionados que, si hasta ahora no hemos pintado nada, razón por la desertización de las plazas de toros, con dicha fórmula, dándole a la gente aquello que ha pedido, el éxito está más que asegurado.

Convengamos que, si votara la gente, ante todo, habría menos injusticias porque siempre habría un sector de aficionados que se decantaría por el toro de verdad, por el toreo auténtico y, nadie sabe si aplicando la fórmula que digo, hasta es posible que se impartirá esa justicia que todos anhelamos y que no encontramos por ningún lado. Si se votara como vengo diciendo, igual hombres como Antonio Linares, un auténtico desconocido que ayer salió en hombros en Tomelloso junto a Morante y Cayetano, hasta es posible que dichos toreros nóveles tuvieran las oportunidades que merecen. Siempre se dijo que la democracia es la forma menos mala para gobernar; no es que sea perfecta, pero se le da al pueblo la oportunidad de pronunciarse que, para desdicha de todos, no es que sea garantía de éxito pero, como decía, si se equivoca el pueblo, éste se perdona a sí mismo mediante la purga de su error.

Lo que sigue siendo horrible es que la fiesta siga viviendo en los mismos parámetros de hace doscientos años cuando, como es notorio, todo ha cambiado a velocidad de vértigo. El taurinismo, con sus excepciones, no tiene vergüenza alguna y monta los carteles que cree oportunos pero, craso error, porque en las taquillas se demuestra que están equivocados; algo muy distinto sería que las figuras pusieran el no hay billetes todas las tardes, entonces sobraría toda crítica, pero como eso no ocurre, hay que cambiar y, lo que es peor, a velocidad de vértigo antes de que sea demasiado tarde que, en honor a la verdad, hasta creo que ya es demasiado tarde.