Una vez más, como ayer sucediera en Pamplona, la sangre Domecq de los toros de Victoriano del Rio mostraron una bravura tontorrona que no convenció a nadie y que no guardaremos recuerdo alguno de tan insulsa tarde, aunque el ganadero se marchara contento con el juego de sus toros.

La corrida tuvo una presentación correcta pero, lo que se dice el juego, para mi resultó nulo por completo. Una corrida sin casta, sin fiereza, sin peligro, es como una procesión sin cirios. Y eso es lo que mostraron dichos animales que, criados exclusivamente para el deleite de sus lidiadores, éstos quedaron contentos con lo que les cayó que, según ellos, eran toros de escándalo.

Algunos toros tuvieron nobleza, mucha si cabe, pero ¿palpó alguien el riesgo del torero frente al toro? No creo que nadie se le erizara la piel con aquellos animales tontorrones que iban, venían, pasaban, volvían a venir; en definitiva lo que sueñan las figuras del toreo. Ni un mal gañafón, ni una mala embestida; como digo, sin el menor atisbo de peligro para nadie. Siendo así, es muy difícil emocionar a los aficionados que, menos mal que estaba en Pamplona, de haber lidiado esa corrida en Madrid era de broncas por doquier.

¿Habrá algo más anodino que una corrida como la de ayer en Pamplona? La suerte de Victorino del Río, como explico, era que estaba en Pamplona, una plaza que les da lo mismo que se lidian toros de Domecq o del “tío picardías”. Los aficionados van a su bola y nada les preocupa. Es su fiesta, la que todos debemos de respetar, pero jamás compartir.

Allí vimos a Antonio Ferrera en plena escenificación de su tauromaquia que, dicho sea de paso, no convence a nadie porque da la sensación de que sale a la plaza con el guión aprendido y, para él, le sale bien; el problema es nuestro, de los aficionados que le recordamos cuando era un tío auténtico y matada corridas de toros de verdad, por ende, cuando se jugaba la vida. La pregunta es obligada: ¿Cuántas cornadas ha sufrido Ferrera desde que mata el toro de las figuras? Ninguna. Por tanto, el riesgo que asume es mínimo; es decir, nulo, porque los toros de la estirpe comentada ya salen santificados de la ganadería. Recordemos que, Ferrera, cuando era auténtico, recibía muchas cornadas. Eso sí, fue capaz de cambiar de actitud, para mal, claro está, y dejó de sufrir cornadas. Íntimamente, para él, miel sobre hojuelas como decían los revisteros de antaño.

Ver a El Juli es siempre es siempre un suplicio pero, ya vemos cómo está la tauromaquia actual que, un tipo como el aludido se ha hecho multimillonario con el medio toro adormilado. La oreja que le regalaron en el día de ayer fue paupérrima, pueblerina, digna de una plaza de talanqueras, pero él estaba feliz, no podía ser de otro modo. Para juicio del diestro, los que estamos equivocados somos los que no compartimos la parodia. Así está montada la fiesta y, gracias a la teatralidad antes aludida respecto a Ferrera, esta tarde sustituye a Roca Rey.

No terminó de convencer a nadie Pablo Aguado que, en realidad, endilgó pases hermosos a sus toros pero, daba la sensación de que tenía muchas precauciones; vamos que, no se desmayó en ningún momento y si de Aguado no fluye la naturalidad con la que interpreta su toreo es uno más del montón, algo que debe evitar a toda costa puesto que, si fue capaz de cautivar en Sevilla y de emocionar en Madrid, puede seguir haciéndolo. Es cierto que, los toros de Victorino del Río no desprendían la más mínima emoción pero, Aguado, como otras veces hiciera, debería de haberse entregado mucho más; y digo entregarse en el sentido de desmayarse frente a unos animales que pitones tenían, pero peligro ninguno. No estuvo mal el diestro pero, amigos, recordemos que estamos hablando de un artista del que lo esperamos todo. Si bien ese artista se le ocurre, como ayer, pegar pases al estilo de El Juli, ganará mucho dinero, pero será uno más. Miles de aficionados hemos puesto nuestras esperanzas en dicho diestro, algo que él debe saber y por tanto, asumir.

Con toros como los de ayer no veremos jamás una imagen como la que ahora mostramos de Pablo Aguado.