Los dichos de nuestra sabiduría popular son el más fiel retrato de la vida cotidiana en todos los órdenes y, por ejemplo, aquel dicho que dice que la ignorancia es la madre de la felicidad, dicha frase acuña el sentir de cualquier ser mortal que se precie y, en mi caso, no cabía la excepción como voy a confesar seguidamente.

Taurinamente dicho, recuerdo mi juventud al respecto y lo confieso, era el más feliz del mundo acudiendo a ese espectáculo maravilloso como son las corridas de toros. Todo me parecía fascinante porque, en esencia, lo sigue siendo. Yo veía que un hombre se jugaba la vida frente a un toro y me estremecía, como no puedo dejar de confesar que, en ocasiones, hasta lloraba de la emoción que sentía. En verdad, aquello que veían mis ojos tenía su fundamento, razón de la emoción que dicho espectáculo me producía. Para mis adentros, lo confieso, no había un reto mayor que un hombre se jugara la vida frente a un toro.

Fueron pasando los años y, un día cometí un error que no me perdonaré jamás porque, sencillamente, es el que me llevó a la desdicha; es decir, de la noche a la mañana pasé de la más absoluta felicidad a la peor de las desdichas. Dicho en cristiano me pasó como aquel desventurado que amaba con locura a su esposa y un día descubrió que le engañaba con otro.

Dicho error no fue otro que, quise saber lo que pasaba por allí dentro de ese mundillo al que tanto admiraba. ¿Y qué me importaba a mí lo que allí sucediera si yo era feliz? Pero las criaturas humanas, en ocasiones por aquello de escudriñar o ser curiosos, me adentré en los recovecos del montaje de las corridas de toros y, de la noche a la mañana todo se me vino abajo.

Fijémonos que, ahora, como el mundo sabe, queremos que existan buenos aficionados y, si se me apura, lo único que lograremos es que la gente sea tan desdichada como yo. Y ser buen aficionado no es otra cosa que darle a la gente información pero, ¿para qué? Sencillamente, para que sean infelices. En realidad, ¿merece la pena cambiar la ignorancia por la sabiduría si en el camino pierdes la felicidad con la que vivías?

Yo creo que es algo contagioso; es decir, los desdichados no queremos ser solos, razón por la que promulgamos aquello que entendemos como nuestra verdad por haber descubierto miles de recovecos que dejan al descubierto las falsedades de los taurinos y, de tal modo, como explico, la desdicha la tenemos servida. ¡Sí señor, ya sabemos la verdad de la verdad! Nada es más cierto pero, ¿qué toca ahora? Es decir, ¿qué hemos adelantado en el fondo de nuestra alma al descubrir la mentira y el engaño de los taurinos?

Me contaron la verdad, me la creí, la defiendo a capa y espada pero, ¿qué precio he pagado? El más caro del mundo. Abandoné la ignorancia pero, en el camino se me perdió la felicidad que tantos años disfruté. Ahora soy sabedor de la verdad, pero dicha lección me ha costado un precio tremendo, dejar de ser feliz. ¿Merece la pena la metamorfosis que se ha producido en mi vida al respecto? Esa es la pregunta que me hago millones de veces y no hallo una respuesta que me convenza.

Si en los toros la verdad sirviera para resolver una causa justa como pudiera ser el esclarecimiento de un crimen, mercería la pena todo esfuerzo; hasta sería válido haber dejado de ser feliz para reconquistar un mundo al que creemos perdido pero, así estamos, perdimos en la vorágine del poder en que hacen los que les viene en gana y, mientras todo pasa, nosotros, los aficionados, cargados como nuestra verdad que no deja de ser una grandísima cruz, ¿qué hacemos con ella?

Yo quise saber, pero lo que no sospechaba era que tanto “saber” me llevaría al precipicio de mis ilusiones derrumbadas ante tanto desalmado como existe dentro del mundo de los toros. ¿Para qué quise yo saber que los toreros apenas ganan dinero, que los novilleros tienen que pagar por torear, que apenas quedan apoderados porque son oportunistas, que las grandes exclusivas de los toreros con las grandes casas es todo una estafa monumental, que torean los que los demás quieren, que los méritos de cada diestro no valen para nada si los demás no te permiten torear, que los toros se afeitan sin piedad para los que tienen el poder, que los toros auténticos y válidos son para los diestros sin fortuna……..? Así, una letanía interminable que, vaya usted a saber para qué diablos aprendí yo tantos maleficios como reinan dentro del mundo de los toros.

Nos queda la dicha, como diría nuestro director y amigo Juan Jesús Herrero, de enseñarles a las gentes el camino de la verdad para que decidan en qué bando posicionarse, es decir, para que sean libres para elegir lo que cada cual mejor que le convenga. O, aferrándonos a la metáfora del gran crítico Pepe Mata, dígase la verdad aunque sea motivo de escándalo, que, ciertamente, siempre lo es, porque la verdad es una medicina que no curará jamás a los taurinos, pero sí siempre a los aficionados. Pese a todo, aferrémonos a la verdad que, aunque infelices, nos hará libres.

En la imagen, la pureza del toreo en sus inicios, lo triste es cuando se llega a la adultez que es sinónimo de corrupción y desdicha en todos los órdenes.