Si la corrida del sábado 28 fue mala por los toros y destacó el destoreo de Juan Leal la del domingo no ha sido menos.
Los toros eran de ganaderías de las que no cabe esperar mucho por parte del aficionado: Juan Pedro, Cuvillo y Victoriano. De presentación mala rozando la desvergüenza a excepción del sexto de Victoriano y de juego similar, estando el promedio de la casta (en caso de que se pudiera medir) en torno al 0,5 o 1 sobre 10 puntos, es decir: bobos, repetidores y totalmente aborregados (si se me permite la expresión).
El mano a mano atrajo el «no hay billetes» a Madrid, estando anunciados Perera (de Chenel y oro) y Ureña (de salmón y oro). Hizo las veces de sobresaliente Álvaro de la Calle (de blanco y oro) al que no dejaron hacer ni un quite, con lo poco que costaba…
Perera vino con todo en contra, y con razón, por los regalos que le hace la presidencia y su poca torería. Con su primero ni fu ni fa, que se dice coloquialmente, ni estuvo ni no estuvo. Quedó en esa masa gris de las faenas sosas (tanto toro como toreeo) pero con demasiados pases que no van a más: silencio para él y pitos para el toro. Su segundo tuvo algo más de peligro, sin ser tampoco un toro bravo como mandan los cánones. Se puso y parecía cargar la suerte y adelantar la pierna exponiendo la femoral, pero debió ser un espejismo ya que no lo volvió a hacer en toda la tarde. Silencio y pitos, de nuevo. Para colmo, el inválido de Cuvillo que hizo las veces de quinto, fue una de esas babosas nobles, tontas y bobas que solo repiten y galopan, pero en las que la casta ha desaparecido. No se puso ni un momento, saliéndose de la suerte Perera, con el pico y francamente mal. Pinchó y dio un bajonazo mete-saca que hizo doblar al toro. Con cara de tontos nos quedamos, quienes no nos emborrachamos con los engaños de un toreo antiestético, cuando el público general le obligó a dar la vuelta al ruedo…
De otro cantar fue Ureña que, aunque con dos graves defectos: esconder la pierna y torear con el pico, pegó pases de cartel a sus tres toros. Puso a Madrid de pie con su primer animal, al que remató con trincherillas de cadencia y gusto exquisitos. Mató bien y cayó el toro, lo que le ganó una oreja. Su segundo, el jabonero, fue el más encastado de la tarde, pero todo lo que tenía de encastado lo tenía de bronco y brusco. Lo probó Ureña por ambos pitones sin suerte y decidió matar ante la imposibilidad de sacar ningún pase limpio. Silencio. El sexto fue devuelto y salió un sobrero de José Vázquez manso y huido desde un primer momento. Ureña se puso con él en tablas y lo empezó recogiendo muy bien, aunque se seguía yendo. Al final, tras mucho trabajo lo metió en vereda frente al tendido 6 y le sacó muletazos excelentes, tanto es así que tras cambiar la espada el toro ya quedó quieto y sin intención de irse. Pegó una buena estocada, pero el toro era muy hondo y además manso y se fue a morir al lado contrario de la plaza. Podría haberle cortado otra oreja. Saludos desde el tercio. Sus tres animales fueron pitados.
El público, visto está, no aprende. No evoluciona y se estanca en el «pseudotoro» bobalicón, buenazo, noble y tonto… Así nos luce el pelo en Madrid, donde se niega la vuelta al ruedo a los animales bravos y se le pide a los mansos… Tarde para olvidar en todos los sentidos, el desastre ha sido monumental.
Por Quesillo