Tarde exigente para Emilio de Justo en la que pudo cortar 7 orejas

Llegó al fin la tarde. En la recta final de la que debía de ser la temporada de su eclosión. Las lesiones, cornadas y la mala suerte en los sorteos lo pusieron, cada vez, más complicado. Pese a ello, ha dejado magnificas sensaciones en los tres grandes puertos de montaña, término muy acorde a la época muy ciclista de septiembre: Sevilla, Madrid y Bilbao. Muy sensaciones en otros cosos de menos fuste. En la tarde de ayer, quiso agradecer a quien le dio la oportunidad y apostó por él: Francia y Victorino Martín. Eligió Dax para matar seis toros de Victorino Martín.

Todo fue escogido con esmero y dedicación, con suma delicadeza mueve sus trastos. Seis toros de distintas hechuras. La incógnita de cómo iban a ser. Todo expectación. Lució un bello terno, por clásico y sobrio, de tabaco y oro, con mucho oro y grandes alamares. También fue único y perfectamente escogido el estrafalario cartel anunciador del festejo. Sinceramente, no nos ha gustado a la mayoría de los aficionados clásicos. Sin embargo, ha logrado lo que se busca en todo elemento publicitario: llegar a todo el mundo y ser objeto de conversación.

A las cinco y media de la tarde, cruzó el anillo de Dax dispuesto a escribir una nueva página en la historia de la tauromaquia. Gesto comprometido y responsabilizado, acompañado de sus portentosas cuadrillas, también esmeradamente escogidas. Justo a las cinco y media de la tarde, ya había logrado algo importante: dar un golpe de atención y enfrentarse a lo que muchos otros rehúyen. La dimensión de Emilio de Justo fue inigualable. Insuperable. No dejó a nadie inadvertido. Aplicó y moduló los cánones del toreo, los legítimos, a cada uno de sus toros, tan distintos los seis en juego. No se alivió con el fiero cuarto, ni se gustó con el noble y enclasado tercero. Sí, señores, un torero. Me hubiera gustado decir un matador de toros, pero la tizona fue, precisamente, su talón de Aquiles. Esa que le abrió de par en par la Puerta Grande de Madrid el otoño anterior.

“Garbancito”, de justo trapío y remate, abrió la tarde. Lo recibió de Justo con templadas verónicas, siempre con la pata por delante y ganando terreno. Si las embestidas del animal eran humilladas, no eran menos ayunas de poder. Tras recibir dos puyazos traseros, se cambió el tercio, sin que brillara excesivamente este trámite de la lidia. Complicado fue el segundo tercio, brilló el compromiso de “Mambrú” en los pares que colocó. La poca fuerza apuntada y la baja casta condicionó su comportamiento en el tercio de muerte. A medida que avanzó la faena, el toro acortó sus embestidas y se defendió cada vez más. Emilio de Justo le planteó una lidia sincera en cuanto su colocación y la forma de presentar la muleta. Poco a poco extrajo muletazos cadenciosos. El mal uso de la espada le privó de trofeo.

Una oreja protestada, por el mal uso del estoque, cortó a “Plazajero”, un encastado y bonito ejemplar. El recibo capotero fue por verónicas con la rodilla genuflexa. Poderoso y ganándole terreno al animal. Se dejó pegar, sin más, en el caballo. No destacó en este tercio, como ninguno de sus hermanos de camada. El poderoso, además de bello, inicio de faena marcó la tónica de toda la faena. El animal, menos humillador que el anterior, mantuvo la expectación en cada una de sus acometidas, esa casta que tantas tardes se añora. Con la muleta siempre por delante y sabiendo esperar el momento justo que tirar, extrajo formidables muletazos. Po el pitón izquierdo del toro, el a prioripeor, el cacereño arrancó muletazos largos y templados a base de perder pasos y consentirlo. Pincho, clavó trasero y tendido y descabelló. Cortó una protestada oreja.

El tercero, “Hechicero”, no tuvo que saltar al ruedo. O, al menos, haber vuelto a corrales, una vez en él, por su manifiesta invalidez. Aun a riesgo de perdernos la faena más artística de la tarde. Volvió a mecer el capote con categoría. Esta vez, no recibió castigo alguno de parte de su mayoral, algo más entonado que en otras tardes. Durante el segundo tercio, el animalillo tomó tierra en varias ocasiones. Pese a ello, la buena labor del matador hizo que el animal se sostuviera. En los primeros compases, se centró en alargar las embestidas, con un toreo más lineal. En esta ocasión, justificado. El pitón derecho tuvo más ritmo y repetición. Por ahí, llegaron los momentos más reunidos y armónicos, llevándose el toro al final de la cadera. Arrancó largos y templados naturales por el izquierdo, dándole una pausa entre muletazo y muletazo, elemento fundamental para que tomaran vuelo los pasajes. Sin embargo, el momento más destacado, y esencial para que corriera el runrún de las dos orejas, llegó al final. Se encajó sobre los riñones y se hundió sobre las zapatillas. Y de esa guisa enjaretó soberbios naturales con la mano derecha. Volvió a fallar con las espadas.

“Jaquetillo” fue el toro más fiero más fiero del envío. El único que de Justo no pudo torear con el capote. El animal embestía con las manos, a saltos y pegando violentos derrotes. No peleó de bravo en el caballo, pero tampoco fue suficiente el castigo que recibió. Esa ausencia de puyazos, tónica que se seguiría en los dos otros toros restantes, dificultó aún más la faena. Sin embargo, la emoción recorrió los tendidos, sin dejarse una sola localidad. La lidia consistió en un toma y daca. Cada arrancada hacía estremecer los corazones. Emilio de Justo, con sincera colocación, exponía las femorales. Lo templó por el derecho, y lo intentó por el izquierdo, pitón extremadamente complicado. A base de pundonor, y de ganar el pitón contrario, extrajo muletazos que costaban sangre, en sentido figurado. Solo la espada emborronó tan portentosa labora.

Por el palo de verónicas, volvió a recibir al quinto, “Mojarrillo”, el toro de más bella expresión de la tarde. Quizás la ansiedad del mal uso de las espadas, hizo precipitar la decisión de cambiar el tercio, y otro toro que no fue lo suficientemente picado. El animal, ciertamente, no dejó de moverse en el tercio de muleta, muy andarín y pegajoso. Tampoco acabó de humillar y desparramaba la vista en cada uno de los muletazos. La faena de muleta fue largo y quizás algo pesada, con series interminables. El toro, como sus hermanos, no quiso nada por arriba. De Justo se empeñó en los pases de pecho. Además, el toro se vencía a partir del cuarto muletazo, a medida que avanzó la faena. Esta vez sí viajó la espada certeramente y cortó una oreja.

Dos trofeos cortó en el “cierraplaza”, de nombre “Bohique”. Seguramente, la concesión del doble trofeo fue un reconocimiento a la entonada labor de toda la tarde. El recibo de capote fue arrebatado, y poco le importó al cacereño que el toro se venciera por el izquierdo y que se rebrincara por el derecho. No humilló ni descolgó en ningún momento de la faena. Tampoco recibió el castigo que merecía. La faena fue ligada y templada, con esa pureza y verdad que tanto ha caracterizado la tarde de Emilio de Justo. El buen uso de la espada no puso objeción a las dos orejas.

Despojos aparte, la tarde de Emilio de Justo ha sido para recordar: una dimensión de torero en mayúsculas. Corrida difícil de Victorino, que no calificarse de buena ni de mala. Distintos comportamientos, con el común denominador de la dureza. Solamente me ha faltado mayor lucimiento del tercio de varas, y más estando en Francia… Pese a las espadas, la tarde de Emilio de Justo es para colocarse en figura en todas las ferias, pero así es el sistema…

 

Por Francisco Díaz

Fotografía Rebeca Hernando

Emilio de Justo corta dos orejas al sexto toro de la tarde