Pasada la Venta El Cruce con dirección hacía Isla Mínima, la antigua placita de tientas de Pérez de la Concha se encuentra en ruinas.
Construido en 1790, el cortijo ha sido invalidado por hierbas encrespadas.
De la casa sólo sobreviven las paredes desconchadas adornadas con azulejos rotos. En un cuarto todo polvoriento con una puerta de hierro que chirría, una cabeza de toro roída por las ratas yace enterrada bajo un montón de escombros.
Allí tentaron Rafael » El Gallo «, Joselito y Belmonte.
Hace algunos años los herederos edificaron dentro una placita redonda más pequeña que jamás terminaron.
De la vieja placita sólo subsiste una pared longilínea agujereada de aspilleras.
De todas las ganaderías que se instalaron en la marisma Pérez de la Concha fue la única que sobrevivió – hasta no hace mucho – en manos de una misma familia y en la misma finca, la famosa Vuelta del Cojo, actualmente rodeada de arrozales y medio en ruinas.
Con una compleja mezcla al principio – donde se encontraban sangres desconocidas – , pero probablemente vazqueñas y algo de Lesaca antes de que fuera Saltillo, a la ganadería de Pérez de la Concha se le añadió más tarde algún semental de Ybarra, y posteriormente se introdujo un lote de vacas de Joaquín Buendia. Nunca se quitó lo anterior, en los años 1970 la ganadería contaba con 700 vacas.
Una barbaridad. Los de Pérez de la Concha disponían de un capital inmenso legado por Fernando Sierra a sus descendientes, y durante los muchos años en los que la ganadería funcionó, sacaron de ella una confortable renta. Los problemas llegaron cuando desapareció Enrique Pérez de la Concha, el último de la saga, dejando sus bienes a su segunda esposa, Carmen Martínez, muy alejada del mundo del toro. Esta, a su vez, nombró como heredero a su sobrino, Enrique Martínez, quien tampoco estana muy interesado por los toros. De hecho, vendió a Ignacio Huelva la ganadería e hizo lo mismo con la Vuelta del Cojo, trozo a trozo, antes de fallecer hace unos años.
Durante esta penosa decadencia, los Péres de la Concha conservaron la calidad de la ganadería gracias a los conocedores y administradores que se ocuparon de ellos : como Manuel Salas Díaz, conocedor primero y administrador después.
» Esto era lo mejor del mundo «. Lo mejor de Santa Coloma. Tenían un toque de Ybarra y Veragua…. y salían unos jaboneros de Veragua maravillosos. Hablo del año catapum. Lo tenían todo mezclado, las tres ramas y unos salían más a una rama y otros, a otra. Toda vaca mulata que había entrepelada en cárdena era Ybarra. Pero al final, esto se eliminó, era muy bronco. Lo peor era lo que tiraba a Saltillo. Salían muy broncos. Pero lo mataban las figuras del toreo.
A partír de 1961, don Enrique empezó a dajarlo abandonado, y al morir don Enrique, su viuda, se quedó con esto y no sabía nada de nada.. Lo único que le interesaba era vender y cobrar.  En el año 1971, teníamos 600 vacas y 300 estaban sin tentar. Echaban dos sementales nada más a las 600 vacas y claro esta. No podían con todas.Cuando entró Manuel Salas Herrera, se encontró con 34 machos sin herrar y 36 hembras. Me quería ir, porque esto era una pena. Pero se quedó y le dijo a la dueña que se quedaba si al año siguiente todo cambiaba,
Escogió 20 machos y los echó a las vacas.
Lo tenían muy definido y se veía perfectamente el que embestía y el que no. Los bajitos con pitón blanco no fallaba ni uno.
Al año siguiente herraron 150 machos y 160 hembras. ¡ La dueña no cabía de alegría !
Los toros los vendía la dueña a 100.000 pesetas y los novillos a 50.000. Una miseria. Me fuí a Sevilla, vi al Vito, y le pedí 500.000 pesetas por toro y 300.000 por novillo. Vino a verlos en la Vuelta del Cojo y se quedó con todo.. La dueña alucinaba. En el cortijo había en las paredes diez cabezas de toros, cuatro eran jaboneros, uno castaño y los demás cárdenos.
Pero al final, lo único que quedaba allí era Santa Coloma puro, lo de Veragua, lo de Ybarra y Saltillo lo quitaron.
Lo de Santa Coloma lo había adquirido don Enrique a Joaquín Buendía. Cuando murió su mujer Carmen, yo me fuí de la Vuelta del Cojo, lo ví venir. Fue un desastre, una pena. Si esta ganadería hubiera aguantado trinta años más, estaría hoy en todas las ferias importantes por la calidad que tenía.
Esto embestía a rabiar y con el hocico por los suelos.
Que no exista ya, me da ganas de llorar. Yo, en doce años, la levanté y la puse en dinero.
Me da mucha pena. Es que no paso por ahí para no ver cómo está aquello. Lo vendieron todo por trozos. Paco Camino quiso comprar el ganado.
Las vacas de pitón blanco embestían todas. Las de pitón negro no. Era saltillo. Al final el sobrino de doña Carmen lo vendió todo y muy barato y con el hierro regalado. ¡ Uno de los más antiguos ! Con lo que ha sido la marisma no queda nada
¡ Fíjese ! En la Vuelta del Cojo vi a Rafael » El Gallo » siendo yo un chiquillo. Sus botas, su chaqueta y su sombrero perfectos. Tenía una clase, una calidad.
Se llevó a la vaca a los medios andando y ahí le pegó cinco o seis derechazos y otros tantos naturales.
¡ Qué grandeza, qué categoría ! Estaba tieso como una regla, el pobre. Lo mantenían Belmonte y don Enrique , mi jefe, administrándole el dinero de un festival que se había organizado para él en la Maestranza.
A Morante, ya trabajando yo en la Vuelta del Cojo, le eche su primera añoja un día de herradero.
Tendría seis añitos. Y de todo aquello no queda ná. Haber conocido la marisma en esa época y verla ahora. Sólo se hablaba de toros. A los chavales les afecta menos. Pero nosotros lo sentimos mucho.
Bueno a mí me dan ganas de llorar.
En la Venta del Cruce, antaño punto de encuentro entre vaqueros, jinetes, ganaderos, toreros, ahora acoge a los ciclistas ecologistas que vienen a fotografiar a los patos.
Manuel Salas, fue novillero, hijo del administrador de don Enrique Pérez de la Concha, su bisabuelo y su tío Antonio trabajaron con los Miuras cuando estos estaban en la marisma, y ambos murieron en la tarea uno cayendo del caballo encerrando una corrida y el otro de una cornada de un Miura.
( Continuará )
Por Mariano Cifuentes