Se cerró ayer la feria de Sevilla con la clásica corrida de Miura que, poco nuevo aportó a la legendaria dehesa de Zahariche. Sin duda que, en los tendidos de la plaza no había famosos, ni claveleros, ni abrazafarolas de los muchos que solemos ver cuando aparecen las figuras. Estaban los aficionados cabales que, por supuesto, sabían que eran de Miura y que se presagiaba lo que podía ocurrir. Para ver a los Miura se necesitan ojos de aficionado puesto que, tratar de ver esta corrida con aires de triunfalismo es un error en toda regla. Los Miura no aportaron nada nuevo, pero sí emocionaron con sus criminales embestidas que, por encima de todo pudimos palpar que unos hombres se jugaban la vida.

Que Castella se presentara ante dicha corrida no sé si fue un gesto o una manera de quitarle un puesto de trabajo a Rafaelillo o a Javier Castaño que, por regla natural eran los que deberían de haber ocupado dicho puesto. Allí estuvo Sebastián que, con solvencia mató sus dos toros sin más logros que haberlos matado. Si alguien pensaba que Castella podía ir aperreado ante dichos enemigos se equivocó por completo porque un hombre que lleva muertos a estoque más de tres mil toros, matar dos de Miura era la cosa más sencilla del mundo porque, ante la nula calidad de sus toros solo cabía hacer lo que hizo, matarlos. Ya los ha probado y no repetirá jamás, algo que le agradecerán los compañeros especialistas en dicha ganadería.

La solvencia de Octavio  Chacón, así como su torería, dieron como resultado lo mejor de la tarde que, tanto con el capote como con la muleta, el diestro gaditano dio una dimensión enorme en sus dos enemigos, hasta el punto de llevarse sendas ovaciones con clamor. Se le ve al muchacho con un sitio brillante, con una torería arrebatadora y, en honor a la verdad, les dio a los toros mucho más de lo que éstos le ofrecieron; pero esa es la grandeza del que quiere, mucho más que la del que puede. Octavio hizo un gran esfuerzo, nada es más cierto; como palpó, por momentos, los hachazos que dichos toros le tiraban que, de no haber sido por la suerte podía haberle partido en dos. Pudimos ver, durante toda la corrida, la diferencia entre los animalitos pastueños de las figuras, toritos diseñados para ponerse bellos y, los Miura, toros que venden caras sus vidas y, lo que es peor, las defienden con uñas y dientes; dicho en cristianos, mientras los toritos de Domecq son fieles colaboradores de los toreros, los Miura son antagonistas por derecho propio con la ilusión de matar a algún torero, algo que se palpa en cada instante de la lidia.

No tuvo su tarde Pepe Moral que, pese a que tuvo algunos pasajes bellos en su primer toro, si somos sinceros, apenas podía sacar agua de aquel pozo casi seco que eran sus toros. Una pena que ningún toro quisiera ayer colaborar y, mucho más en la muleta de Pepe Moral que, el hombre tanto lo necesita; no es mal torero, todo lo contrario, pero no ha sido su feria, algo que nos duele a todos los aficionados puesto que, un torero cabal como Pepe Moral necesita de más y mejor suerte.

Una pena la corrida pero, tampoco podemos pedirle más a los Miura que, aunque en alguna que otra ocasión algún toro haya metido la cabeza en la muleta, eso siempre son excepciones que, en honor a la verdad nos gustaría verlas más seguido pero, repito, los toros de don Eduardo son como son y nadie los cambiará. El que espera más de dichos toros no es un buen aficionado. Ver cómo unos hombres se juegan la vida de verdad, aunque artísticamente no digan nada, comprobar que sus vidas penden de un hilo, eso también tiene su mérito.

Pla Ventura