Me contaba mi padre que aquel 5 de febrero de 1946 cuando él iba llegando a la plaza sin boleto, pues era muy difícil conseguir uno, por cierto, siempre de traje, pues ir a los toros era un evento de alcurnia y todo mundo vestía sus mejores galas, se le acercó una pareja, molesta por el desorden y conflicto que significaba llegar hasta la entrada del coso. En esos tiempos no había pavimento en las calles, y se tenía que caminar desde lejos ya que no existía ninguna vía directa para llegar a la plaza, el transporte los dejaba lejos y a menos que tuvieras auto, acababas empolvado. El hombre le dijo que le obsequiaba sus entradas ya que su mujer no podía estar en esos tumultos y que preferían retirarse.
Así pues un chico de 11 años y mucha afición con un boleto de segundo tendido se fue colando entre la multitud acercándose hacia la entrada. Efectivamente era un desorden, se topó en el camino con el vehículo que transportaba a Manolete. La gente se arremolinaba alrededor para poder ver al Monstruo de Córdoba y no dejaban que avanzara hacia el recinto.
Poco a poco fue acercándose a la puerta del túnel 7. No se imaginaba de ninguna manera la magnitud del lugar, esas dimensiones que jamás se habían visto en una plaza de toros.
La gente peleaba por entrar y por encontrar su sitio, ya que no había acomodadores suficientes para poder indicar los lugares y nunca antes se había hablado de un segundo tendido así que el público no sabía si era abajo o arriba. Se fue escabullendo como un ladronzuelo hasta que llegó a las barreras. Eran sillas de madera que habían puesto emergentemente pues no alcanzaron a terminar las butacas. Se sentó en una de ellas en primera fila y debido a su atuendo, nadie le movió a lo largo del evento, así que sin tener un boleto, tuvo la oportunidad de ver en barrera de primera fila de sol la inauguración de la plaza más grande del mundo.
Fue un evento magnífico aún con sus asegunes, debido a la mala logística, ya que la corrida inició tarde, cosa que pocas veces ha pasado en los toros, pues parches y metales son más puntuales que la llamada a misa. Y ese sería en nacimiento de la Monumental de Insurgentes, acartelando a tres ídolos de la época. Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez”Manolete” y el carismático Luis Procuna “El Berrendito” de San Juan con 6 de San Mateo.
Quienes tuvieron la fortuna de acudir a semejante espectáculo lo han contado de innumerables maneras, pero siempre con una emoción a flor de piel.

Se extrañan aquellas tardes donde el cumpleaños de la Monumental era todo un evento, al que acudían los más grandes personajes de la política y de los distintos medios sociales y artísticos, donde conseguir un boleto era casi imposible. Donde parecían las mujeres con sus vestidos en un desfile de modas y usar sombrero era una cualidad, el lugar donde se fundían las pasiones y la fiesta parecía interminable.
¡Qué tiempos aquellos!

Media plaza registró el coso máximo en su 74 aniversario. Sin flores, confeti o serpentinas, sin más, como un simple festejo extra solo que entre semana.

Esperábamos mucho de la ganadería, Jaral de Peñas, que este mismo año envió un toro extraordinario que cayó en manos de Joselito Adame y con el cuál tuvo un triunfo rotundo.
Pero no hubo la anhelada presencia, siendo devuelto el sexto por ello, aunque he de destacar que he visto peores hechuras en anteriores festejos. No sirvieron ni en juego, ni fueron al caballo, ni nada. Se salvó el que cerró plaza.

Uriel Moreno “El Zapata” estuvo valiente en su primero, sin lograr fundirse pero con la convicción que lo trajo hasta esta tarde.
Hubo de emocionar a la gente desde el principio adornándose como un “fouetté” perfecto en que el capote hacía una estela de colores y de una manera eufórica, cuando clavó tres pares de banderillas que ni mandados a hacer y como resortes brincaron de sus asientos los espectadores que le ovacionaron una merecida vuelta al ruedo. El monumental, un quiebro al relance y un cuarteo por los adentros. Aunque la tarde tuvo momentos importantes cabe destacar que lo que en este particular instante aconteció fue los más emotivo.
Con la muleta el toro se rajó, más por la falta de bravura que por la notoria lesión que obligó al de Tlaxcala a aprovechar cada embestida descompuesta y realizar una faena obcecada que lamentablemente no culminó con la espada quedando todo en el agradecimiento de los tendidos y una salida al tercio.

Antonio Ferrera con mimos y capacidad, empecinado por convencer a todos de su talento hubo de insistir ante dos que no colaboraban, en su afán de caer en el ánimo de la gente y volverse el español consentido de los mexicanos.
En el cine las transiciones son importantísimas. El ritmo de una escena y el momento de la Metamorfosis es vital para mantener la atención del espectador. Cada segundo es valioso, gastar el material en vano podría ser caótico. Todo es tiempo, el tiempo no perdona, es el oro molido que pisamos a cada paso, es el eje de la vida, el que marca la respiración y que nos dice cuando se termina todo. Ferrera conoce esos tiempos y los aprovecha al máximo y así fue como se hizo del primer trofeo. En su segundo, en que anduvo en el mismo tenor, siempre yendo para adelante y retándose asi mismo más que al marrajo que no lo dejaba avanzar en su cometido, logró que la parroquia le dispensara su aplauso. Nuevamente mal el juez que tras media y descabello, abarató el premio con el que dio una vuelta entre división de opiniones.

Morante de la Puebla nos hizo un bello regalo. La estética de su proeza se apareció desde que pisó el ruedo. Los duendes le acompañaron abanicando las telas de sus avíos y entretejieron las entrañas de una faena de esas que no se olvidan. La maneras antiguas desde su andar y hasta en su firma convocaron los coros que afinaban en La mayor, como si un diapasón les estuviera dirigiendo. Perlas de río fue dejando en el ruedo que los presentes recibían con regocijo. Y una estocada no tan perfecta, le regaló un oreja por parte del biombo que andaba de oferta.
En su segundo el gozo se fue al pozo. Ya le habían devuelto el de turno por falta de presencia cuando salió un sobrero manso que huía del caballo para evitar el encuentro y así fue desluciendo la tarde. Morante decidió deshacerse de él apenas cambiaron el tercio cosa que molestó a una parte del tendido que arremetió contra él.

Octavio García “El Payo” estuvo en su primero como un fantasma. No se le vió. Tiene todas las cualidades del mundo y las ha mostrado en repetidas ocasiones, pero no sucede nada. No acaba por romper y ayer ante lo menos malo lo dejó claro. Algo falta. En su primero pasó de noche y ya en el que cerraba plaza trató de justificarse, de ponerse en el sitio y de mostrar su calidad. Y por momentos lo consiguió con tersura, pero ya era una larga y fría noche que hizo que la gente se retirara. Así es que sus intentos y su naturaleza dejaron solo en algunos ese sabor dulce de mieles de azahar. Lamentablemente fallas con el acero le hicieron perder la tarde.

 

Por Alexa Castillo