El mismo cerrojazo que determina el inicio del paseíllo (y hoy, de la temporada) en la Real Maestranza de Caballería supone el cierre de la Semana Santa hispalense, al llegar el Domingo de Resurrección. Las plegarias y las saetas desgarradas dejan su lugar a los olés emocionados y rotos; el olor a incienso, al de puro, que arde lentamente y con solemnidad; el brillo de las velas que iluminan el camino de las Divinas imágenes, por el brillo del oro y la plata sobre la seda… Los mismos fieles que acompañaban hacen escasas horas a sus divinidades por las estrechas calles del corazón de Sevilla, dejan paso a locos, envenenados, amantes, de la última tragicomedia mediterránea. Sí, hoy dio comienzo la temporada sevillana. Para ello, un cartel de clavel, se anunciaban los espadas Don Antonio Ferrera, José María Manzanares y Roca Rey, para dar lidia y muerte a seis toros, seis, del madrileño hierro de Victoriano del Río Cortés, con uno del segundo, Toros de Cortés. En ambos casos, la sangre que nutre la casa ganadera, pues son, en definitiva, lo mismo (o eso reza en los papeles), es de Domecq, vía Don Luis Algarra.

Abrió la tarde, tras el paseíllo que finalizó en un sentido y respetuoso minuto de silencio por los últimos fallecidos del mundillo, Enojado, cuyos datos solo tendrán trascendencia histórica por ser el toro que rompió la temporada y el primero en devolverse. Fue tan manifiesta su invalidez, que el público clamó de inmediato su devolución. La integridad del toro es esencial en este noble y milenario arte: sin toro no hay nada. El sobrero fue un feo ejemplar, basto y de corto cuello, de Toros de Cortés, cuyas hechuras recordaban a los del gran Atanasio… Lo recibió el pacense con bellos genuflexos, con un sabor añejo inigualable, que en todo caso tenían por propósito alargar las cortas embestidas del animal. El tercio de varas fue un mero trámite, como acostumbra a ser habitual en los desdichados tiempos que nos ha tocado vivir. En el tercio de los garapullos apuntó lo que sería su comportamiento durante toda la lidia: pronta arrancada, con mejor principio que final, pues salía muy desentendido. Lo intentó Ferrera, dándole distancia para que tomara inercia, y así ligó algunos pases de poca transcendencia, por el derecho. En cambio, con la zocata buscó darlos de uno en uno, primando la colocación sobre la ligazón. Estocada, de la que casi resulta prendido, y recoge la ovación.

Tuvo movilidad el segundo toro de la tarde, que acabó deparando en un punto interesante de casta. Ya desde el capote, apuntó la tendencia a vencerse por ambos pitones, lo que le sirvió para desarrollar un notable sentido. Destacada fue la labor de Paco María, por su demostración de monta y por lo campero de su quehacer. En banderillas, siguió moviéndose el cornúpeta con poca fijeza. Manzanares demostró en la muleta que su toreo, bonito, solo está hecho para el toro que quiere ser acompañado, cuando hay que parar, templar, mandar y cargar la suerte… El animal exigía un toque fijador, para así meterlo en la muleta, no se podía retirar la pañosa de la cara, para evitar ser visto. Nada de eso recibió el de Victoriano, y si mucha periferia, pico y postura perfilera de su matador. Fue prendido el alicantino de muy fea forma y, a partir de ahí naufragó. En su quinto, poca historia más hubo, le correspondió en suerte un inválido animal, noble casi bobo. Embistió a saltas, dada su debilidad, y buscó defenderse en todo momento. Lo opuesto a lo que por toro bravo debe entenderse. Manzanares, en su línea.

En los actos intermedios llegó lo más granado de la tarde. Tercer y cuarto toro destacaron por su entrega y su clase, de distintas formas. El castaño tercero correspondió en suerte al peruano, que le permitió estirarse de forma notable a la verónica. No fue destacada su pelea en varas, como tónica general del toro moderno. Sí destacó Juan José Domínguez sacando al toro de la suerte, corriéndolo a una mano, para evitar capotazos de más. Lidia destacada de Viruta, que puso de manifiesto las condiciones del animal: humillación y buen tranco. Inició Roca Rey de manera explosiva su faena, como es norma habitual en él: en el centro del platillo recibió al toro con dos estatuarios, dos naturales y un pase de pecho. El de Victoriano siguió embistiendo con clase y calidad, con un gran recorrido, pero fue el pitón izquierdo el de mayor enjundia del animal. Andrés Roca demostró poder llegar a ser Rey: por momento alcanzó cotas de toreo de quilates por la zocata, dejando la muleta en el hocico del animal, para arrastrarla por el albero, hasta el fin de la cadera y vaciar la embestida por debajo de la pala del pitón. Dejó, por tanto, en el hotel ese toreo accesorio y de complemento, propio de fiestas pueblerinas. Eso momentos de tanta calidad se intercalaron con pasajes por la diestra con un compás excesivamente abierto, de perfil, llevando al toro en línea recta y situándose en el cuello del mismo. Estocada sincera y comprometida en la suerte de recibir, que dejó la faena en una oreja (justa).

Interesante resultó el cuarto toro, de pelo burraco, como tantos se han visto en lo de Don Luis Algarra. Desde su salida, demostró cuál iba a ser la clave en su lidia: poderlo y llevarlo por abajo, dada su condición humilladora. Cumplió de forma poco usual en su primer puyazo, empujando con gran fijeza y con los riñones, exactamente cómo hacen los toros bravos. Tardeó en el segundo, cuyo castigo fue simulado, lo que impidió apreciar la verdadera condición del animal. En el capote de Montoliú siguió manifestando esa condición de humillar y seguir los vuelos. Al inicio de la faena, Ferrera pareció no cogerle el aire al animal, pues la intentó orquestar en los terrenos de dentro, tal vez incomodado por el viento. Lo intentó por el pitón derecho, pero no fue hasta un cambio de mano, donde descubrió la superior condición del toro por ese lado. Por la zocata llegaron momento de interés, realizando el toreo verdadero, llevándose al animal hacia final de cadera, por abajo. Tuvo el error de mantener la faena una tónica tendente a los terrenos próximos a tablas, cuando el animal demandaba lo opuesto. Sentidos fueron los últimos naturales a media altura, embarcando la embestida con el vuelo de la muleta. La plaza loca ante tanta enjundia. La oreja la tenía cortada, quién sabe si las dos, pero la larga faena hizo que el toro lo incomodara a la hora de matar, que ya estaba más pendiente de rajarse que de otra cosa. Casi media estocada atravesada, caída y tendida, precedió a un certero golpe de verduguillo. Todo quedó en una sentida vuelta al ruedo, que llenó de satisfacción al aficionado.

 

El sexto toro no tuvo historia alguna, pues se rajó al inicio de faena y dio lugar al Roca Rey más tremendista…

Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 1 de abril de 2018. Toros de Victoriano del Río y de Cortes (1º bis y 5º), para Antonio Ferrera: ovación y vuelta al ruedo tras petición y aviso; José María Manzanares: ovación y silencio; y Andrés Roca Rey: oreja tras aviso y palmas tras aviso. Entrada: lleno de no hay billetes.

 

Por Francisco Diaz

Fotografia Arjona