Comenzaba la segunda semana natural de la Feria del Toro 2017, suponiendo un cambio de composición de los carteles previstos para los cuatro primeros días, tanto en las ternas como en el encaste de las ganaderías anunciadas. Para la cuarta corrida del ciclo continuado de San Fermín, se trajo Don Ricardo Gallardo, desde San José del Valle, siete toros con la divisa de Fuente Ymbro, que, a la postre, saltaron todos al ruedo. Desde el primero (bis) hasta el último fueron la antítesis de lo que siempre clama, y ruega, este humilde “juntaletras”: el toro bravo, encastado, fiero y con poder. La corrida ha sido el más representativo y extenso homenaje al toro comercial: sí, al artista.  Toros descastados, flojos de remos, mansos, nobleza paleta e, incluso, desclasados. Único tanto anotado en su haber: la correcta presentación.

Abrió la tarde el ídolo por antonomasia de la afición que, durante diez días, se congrega de forma masiva en el Coso del Paseo Hemingway, ganado a base de sangre, dolor, esfuerzo y superación: el jerezano Juan José Padilla. Sin embargo, la tarde de ayer se situó en las antípodas de su personalidad, no es ahora el momento de juzgar sus cualidades toreras y artísticas. El primero de su lote fue devuelto a los corrales tras un brutal golpe en el primer remate contra el burladero: partiéndose el pitón izquierdo y provocándose una aparente lesión vertebral. Salió en su sustitución un cinqueño del mismo hierro, castaño de capa. Desde un primer momento puso de manifiesto su clamorosa mansedumbre, desplazándose con la cara alta, con una leve tendencia a humillar por el izquierdo. Vergonzoso fue el tercio de varas, donde se pinchó (que no picó) trasero y caído, con diversos intentos de rectificación, intentos. Compartió Padilla el tercio de garapullos con sus compañeros de cartel, más voluntarioso que lucido y puro. Al llegar el último tercio, el descaste del toro era más que evidente, sin entrega, sin raza, andarín; en definitiva defendiéndose. Sin embargo, la actitud del coleta no fue mucho mejor, optando por abreviar sin tan siquiera mostrarlo. La rubrica fue corregida por el estoque de cruceta. Otro manso de solemnidad, descastado y bobo fue el “jandilla” (dado el origen de la vacada) cuarto. El tercio de varas digno de cárcel taurina, ni PACMA lo hubiera organizado mejor: primera vara trasera y caída, mientras se masacraba a un manso de libro, igualmente en el segundo encuentro. No mejoró el tercio de banderillas, en el que declinó participar el jerezano. Propio de capea: bregador incapaz de sostenerlo y con los banderilleros pasando mientras practicaban una suerte parecida al tiro de jabalina. Toro asquerosamente descastado, que Padilla se empeñó en alargar demasiado.

Tuvo en su salida, el segundo toro, cuya lidia perteneció a El Fandi, recorrido y humillación por el pitón izquierdo, peor condición por el derecho pues se vencía. Tras el horrendo primer puyazo se simuló el segundo. Nuevamente se compartió el segundo tercio por los tres espadas, y volvió a tener el mismo resultado que el del primer toro: especialmente fueron los pares puestos a primero, segundo y tercero por el granadino, cosa rara en él. Tras el brindis a la parroquia, el toro endureció y devino más brusco en su comportamiento: escaso recorrido, soltaba la cara, por el derecho se venía por dentro constantemente, violento; en definitiva, un toro con más genio que casta, si es que tenía esta última. Por el izquierdo quedó inédito, pues el diestro declinó mostrarlo por dicho pitón: optó por abreviar. Son varias ya las tardes donde se ha desestimado la opción de torear sobre las piernas, de machetear, de quebrantar a los toros que ofrecen comportamiento no idóneos para componer figuritas a su paso… Similar condición a los demás toros, que no hermanos, tuvo el quinto de la tarde, que vino a este mundo a negar aquello de “no hay quinto malo”. Lo recibió Fandila, de rodillas en el tercio, con una larga cambiada, como a su primero. Intentó sacárselo para fuera, mostrando sus mansas y descastadas embestidas. Nueva simulación del tercio de varas, en cuyo quite se rozó la tragedia, tras vencerse el toro en un quite por “zapopinas”. Segundo tercio con un gran despliegue de facultades de El Fandi. Voluntarioso en el tercio de muerte, ganando un paso y provocando con voz y zapatillas las mortecinas embestidas del astado, muy parecido a un mulo. Todo ello, acompasado con su toreo característico. Su balance se resolvió con una ovación.

El tercero en anunciarse fue el sevillano Manuel Escribano. Digamos que le correspondió en su lote, un primer toro de aquellos que nacen para hacer el mejor toreo de la historia (nótese la ironía). Lo recibió a porta gayola, como al sexto, para enjaretar solventes verónicas, de la que destaco una por el izquierdo, seguidas de chicuelinas. Desde un primer momento, el cinqueño mostró su temple, calidad, clase y nobleza, pero también su falta de fuerzas y, presumiblemente, escaso fondo. Tercio de varas simulado, en el que el diestro condujo el toro por tapatías. Irreprochable la actitud del sevillano. Mismo formato del tercio de banderillas, con mismo resultado. Manifestada con toda solemnidad la falta de fuerzas del toro, en el tercio de muerte. Destacaría la apertura de la faena con pases del péndulo y los de pechos, por su verticalidad e inamovilidad, y algunos naturales largos y templados, con los que se dio lugar a un toreo de distancias cortas. Dos pinchazos, para nueva vergüenza taurina: se echó el toro. Otro mulo descastado y manso fue el que puso fin a más de dos horas de sopor insoportable. Lo único destacable de su lidia y muerte: cómo empujó en la primera vara, metiendo los riñones y romaneando. Para albergar un resto de lidia (faena y muleta) donde la disposición de Escribano se sobrepuso al descaste del burel, cuyas embestidas fueron sosas y saliendo con la cara por encima del estaquillador.

 

Plaza de Toros de Pamplona, toros de Fuente Ymbro, para: Juan José Padilla: silencio en ambos; El Fandi: silencio y ovación tras aviso; Manuel Escribano: ovación tras avisos y silencio. Entrada: lleno.

 

Por Franciso Diaz