Por Paco Cañamero 

Emilio Muñoz, desde que la han quitado el bozal –y sobre todo desde que no está Antoñete- tiene su particular barra libre con el micrófono, se ha convertido en otro personaje funesto para la Fiesta. En verlo del color de su interés, siempre bajo una inquina total al aficionado, en quien ve todos los males del toreo, además de una tremenda falta de objetividad y engañar, incluso, ante algo que está viendo todo el mundo. Emilio Muñoz, desde ese puesto –sobre todo en os últimos años- aprovecha para echar agua al vino de la Fiesta, al insultar al aficionado, defender el monoencaste, el afeitado, busca el triunfalismo e incluso trata de confundir cuando dice que mató en todo lo alto y ha sido una estocada baja, en una actitud impropia de alguien como él, que ha sido gente en el toro.

Respeto –y mucho- el paso por la Fiesta de quien fue un niño prodigio con su interpretación barroca, la huella belmontina que bebió en las fuentes de su barrio de Triana y que le supo inspirar su progenitor –Leonardo Muñoz ‘El Nazareno’, al igual que sus grandes tardes en la etapa que llegaron tras la reaparición, aunque siempre quedó pendiente el lunar de Madrid. Madrid nunca casó con Emilio Muñoz y él pasaba un quinario cuando se veía anunciado en Las Ventas. De hecho sus casi cuarenta tardes las saldó con una exigua vuelta al ruedo en unas arenas que tanto sueño le quitaron y donde siempre tuvo sus más y menos con los aficionados serios de esa plaza.

Sin embargo ahora se ha desquitado, especialmente desde que no está Antoñete,porque esas burradas jamás las diría delante del viejo maestro del mechón. Hoy, desde su privilegiado puesto ataca continuamente al 7, engaña a la gente, desprecia a la autoridad y busca una Fiesta ‘clavelera’ y triunfalista que trata de imponer el sistema, la del toro vale, quitándole la grandeza que siempre tuvo la Tauromaquia. Y donde el triunfo era algo legítimo. Cuando una estocada era la suerte suprema, en la antípodas de la actual palabrería de Emilio Muñoz, con ese atentado a la pureza del toreo de intentar dar por buenos los bajonazos, las traseras o pescueceras. O justificar los avisos diciendo que no valen para nada, cuando lo cierto es que el aviso antes era la mayor vergüenza para un torero. Y que se den orejas por faenas mediocres.

Ahora ese Emilio Muñoz de la tele, el de la particular barra libre, sobre todo tras la marcha de Antoñete, quien jamás le hubiera permitido que insultase al público de Madrid. Pero una cosa debe quedar clara, el problema no es su eterno estado de cabreo, no. El problema es que engaña a la gente en su búsqueda de la Fiesta ‘ligt’, con el triunfalismo y el torito afeitado, esa que está echando a tanta gente de las plazas.