Cada año, cuando se marchan los Reyes Magos, se vuelve a plantear la encrucijada en la que se encuentra la fiesta de los toros. ¿Será capaz de recuperar el prestigio de antaño? ¿Volverán los aficionados que han huido en estampida? ¿Podrá alguien desempolvar el cartel de ‘no hay billetes’? ¿Servirán esta temporada los triunfos de la pasada? ¿Reaparecerá la emoción? ¿Algún empresario tendrá la feliz idea de innovar en la confección de los carteles? En fin, ¿tendrán las empresas alguna sorpresa guardada en la recámara para ilusionar a quienes aún sueñan con una tarde de verdadero triunfo?

La fiesta de los toros está necesitada de sorpresas, noticias inesperadas que despierten las conciencias cansadas, necesitada de innovación; y cansada, muy cansada de clichés del pasado, de tantas tradiciones, y de tantas malas prácticas como han arruinado un espectáculo que ha perdido su esencia.

¿Habrá bombo para la feria de San Isidro? ¿Estará pensando Ramón Valencia, empresario de la Maestranza, en alguna novedad para las fiestas de la primavera sevillana? ¿Cuántos ofrecimientos recibirá Diego Urdiales, autor de la mejor faena de la temporada? ¿Y Octavio Chacón? ¿Y Emilio de Justo? ¿Tendrán protagonismo los toreros jóvenes en las ferias trascendentes? ¿Se optará de una vez por la diversidad de encastes?

Lo poco que se conoce hasta ahora no es nada esperanzador. Ciudad Real, por ejemplo, ya ha anunciado para el 16 de agosto su ‘cartel estrella’ de la feria de la Virgen del Prado: El Juli, Manzanares y Roca Rey, con toros de Daniel Ruiz. ¿Y si para entonces las ‘estrellas’ son otros toreros y otros toros?

Morante de la Puebla, por ejemplo, ha adelantado que su problema sigue siendo la televisión, pero no tanto que sus corridas sean televisadas, sino que no le gusta la locución, lo que cuentan los comentaristas… Y parece que este planteamiento puede alterar los carteles de Sevilla.

Planteamientos como este -a los que cada cual tiene derecho, faltaría más- solo suceden en sectores como el taurino, donde la inteligencia no encuentra aposento y la genialidad es un salvoconducto para mantener un prestigio que no se cimenta en el ruedo.

Pues, qué bien… Pero a estas alturas, lo que tiene que hacer Morante es cortar cuatro orejas en Sevilla y otras cuatro en Madrid y dejarse de pamplinas. Cuando tal milagro suceda será momento, quizá, de discutir los caprichos; mientras tanto, aplíquese el torero en demostrar las cualidades de las que la naturaleza le ha dotado.

En fin, que todo está en silencio, que la impresión reinante es de que pocos cambios se atisban en el horizonte, y que un año más no habrá sorpresa.

Si es así, mala cosa. Otro año más con los mismos planteamientos de siempre, los mismos toreros, las mismas ganaderías, los mismos carteles, los mismos precios y las mismas decepciones es el síntoma de que la fiesta de los toros está perdida en un laberinto de difícil salida.

Ojalá alguien -algún empresario, algún torero- se atreva a dar un paso al frente y sorprenda a todos. De lo contario, la fiesta seguirá, pero languidecerá poco a poco, en una sangría tan lenta como determinante para su futuro.

Lo dicho: una sorpresa, -una alegría, una esperanza-, por favor…