El verano es peligroso. Peligro de incendio, peligro de sufrir una insolación, peligro de ahogarse en piscinas y playas, y peligro de ser estafado. En los pueblos de España, donde en verano se celebran las fiestas patronales, los empresarios se frotan las manos al tener en bandeja la posibilidad de engañar a la gente. En un ambiente festivo y de jolgorio, a la gente que acude congregada con su peña lo mismo la ha 10 que 100. Vale todo y se permite todo.

Y en esas estaba ayer Arévalo y su gente. Siendo engañados a la cara sin darse cuenta (el vino impediría ver a unos cuantos). La mafia de los toros tiene su arraigo en los pueblos, donde todo lo que se hace tiene menos repercusión y donde la gente, a priori, entiende menos. Y el pufo de ayer fue de bastante magnitud. Y claro está que con el cartel que había no daba lugar a pensar que la integridad del espectáculo no iba a ser vulnerada. Morante, Manzanares y Paco Ureña fueron a Arevalo como si Iniesta va a jugar una pachanga con sus colegas de Fuentealbilla. Un paseo por el municipio abulense y recibir una lluvia de orejas huecas y de nula necesidad y exigencia. Parecía que en el contrato firmaron también los trofeos y pactaron la tarde triunfalista.

Se anunciaron 6 toros de Garcigrande/Domingo Hernández, y saltaron exclusivamente 3, remendando la corrida 3 muflones de Juan Pedro Domecq. Este cambio no fue anunciado con antelación, y si tenemos el reglamento en mano, la empresa podía haber sido denunciada y obligada a devolver el dinero a quienes pagaron por una localidad. La primera en la frente. Y luego, las puntas de los animales brillaban por su ausencia. Desde la fila 9 se podía ver sin esfuerzo que las astas en vez de acabar en un cono puntiagudo acababan en una bola brillante, o en cono en algunos casos. Esto por desgracia no E noticia y lo más triste es que antes de pagar sabemos lo que vamos a ver y nadie dice nada.

Y para cerrar plaza, salió un utrero pasado de Garcigrande que pasó por el capote de Paco Ureña, hay que ver qué pena da verle con estos animalejos, sin decir nada y que se puso de costado amorcillado en el descomunal caballo. En la muleta, el de Garcigrande mostró nobleza, mansedumbre y fondo, dejándose hacer de todo. Siendo un mero colaborador. La antítesis de un toro bravo. Y en un ambiente de alegría y fanatismo se le pidió el indulto, siendo concedido por el presidente tras negarse y ordenar a Ureña que lo estoquease. Tras conceder el innecesario premio, nadie pidió las orejas y se le dió un rabo simbólico sin que el presidente otorgara los trofeos pertinentes a la faena.

Y saliendo de la plaza de toros pensaba en no volver a los toros a una plaza de tercera, aunque las de segunda no se quedan muy lejos ni se libran de la crítica. La exigencia y el rigor nunca se debe de perder, aunque estemos en un pueblo y el día invite a ello.

Por Quique Giménez