La corrida de Adolfo Martín no aburrió a nadie, es más,emocionó de lo lindo en los tres últimos toros que tenían casta para dar y vender. Tras presenciar estos días lo que ha sido la sangre de Albaserrada, uno no tiene duda alguna que de proliferar este encaste, primero que todo no habría tantos toreros y, los que quedaran serían como los que hemos visto estos días en Madrid.

Adolfo Martín estaba satisfecho, no podía ser de otro modo. En su conjunto, la corrida lidiada ha tenido de todo, pero como dominador común esa casta y fiereza que hacen del espectáculo algo bello e inolvidable; los logros de los toreros serán mejores o peores, pero la verdad más absoluta aparece junto a este tipo de toros. Si para colmo, embistieran de forma tontorrona no serían de Albaserrada, serían de Juan Pedro y entonces no habría emoción alguna.

Abría cartel ese hombre valeroso y admirable llamado Manolo Escribano que, además de contra la circunstancias tiene que luchar contra la mala suerte. En su primero, el de menos empuje del festejo, Escribano se lució en banderillas exponiendo su vida frente a su antagonista. No hubo conjunción por culpa del toro y Escribano lo mató con agallas, como había toreado. En su segundo, un toro más potable por su bravura y casta, el de Gerena se jugó la vida en banderillas puesto que, el par contra el estribo que le salió mal, no fue obstáculo para que su vida pendiera de un hilo Muy pronto se dio cuenta el diestro que el toro podía ayudarle y la cara del torero lo decía todo porque entendía que podía haber éxito puesto que, para mayor desdicha, era su único festejo en la feria y había que aprovecharlo. El toro metía bien la cara en sus primeros compases, pero era encastadísimo a más no poder; valor y poder fueron las armas de Escribano para llevar a cabo una faena emocionante. En cada acción se palpaba el riesgo, nada que ver con lo que habitualmente nos hacen comulgar con otro tipo de toros. Ya, casi al final de la emocionante faena, Escribano resultó prendido llevándose una fuerte cornada en el muslo, lo que le impidió saborear el éxito que lo tenía en la mano. Una pena que el destino confabule siempre contra este diestro que, cosido a cornadas merece mejor suerte.

Román luchó con denuedo frente a las oleadas de su primer enemigo del que no pudo extraer nada brillante, algo natural y lógico frente a un toro tan deslucido. Pero sí, en su segundo, un toro encastadísimo que repetía con buen son, sabiendo, eso sí, lo que se dejaba atrás, Román le planteó una faena vibrante. con enorme valor, con una exposición fantástica, algo que caló muy pronto en los tendidos porque cuando la gente palpa que en la arena hay un toro de verdad, el éxito es lo más sencillo del mundo. No es Román torero de exquisiteces, pero ni falta que le hacen puesto que mientras ese corazón le resista frente a este tipo de toros, el triunfo lo tiene asegurado. Cortó una oreja de ley tras una estocada hasta la bola. Román se marchó gozoso de Madrid mientras le gente le despedía con ovaciones.

El cartel, digamos su base, no era otro que Roca Rey que, por supuesto, mató la corrida sin despeinarse. ¿Dudaba alguien de la capacidad de este hombre? Era un pecado pensarlo puesto que, con la técnica que tiene, con su valor, con sus arrestos, con esa  disposición frente a sus enemigos, para él no existe barrera insalvable. En primero mostró su técnica ante un enemigo deslucido y si alguien esperaba un milagro de su parte se equivocó porque Roca Rey, que es un gran torero, no hace milagros. Si el  toro no quiere, y su primero no quiso, todo quedó en una gran declaración de intenciones de su parte. El  último de la tarde,  el que hizo tan feliz al ganadero, le tocó en suerte Roca Rey para certificar aquello de la suerte del campeón  y, era cierto. Viene la gran figura y le cae en suerte el mejor toro de la tarde en que, Roca Rey, hizo la faena de turno, la que sabe, la que tiene estudiada sin saber qué clase de toro tienen enfrente; mucho mérito el del diestro que, por momentos, toreó con mucha armonía  y verdad. El problema que tiene es que no sorprende a nadie porque en sus manos, la faena siempre es idéntica. Como digo, ni se despeinó. Estuvo muy a gusto con el toro o al menos esa impresión nos dio. Al final, eso sí, su labor no caló para nada en el aficionado puesto que tras la muy vibrante faena, tras un pinchazo sin soltar recetó una estocada perfecta y, apenas tres docenas de aficionados pidieron la oreja. Muy pobre balance para un hombre que se había entregado por completo. Que nadie se preocupe que, como medida preventiva no se apuntará a otra de Albaserrada porque en su primero pudo comprobar como es el encaste.

Pla Ventura