No seré yo el que juzgue a los tres muchachos que ayer se jugaban su carrera en Madrid frente a los toros de La Quinta que, como se pudo ver dieron un juego muy complicado; tuvieron toda la casta del mundo, nada es más cierto. Pero tras ver la corrida ya comprendemos los motivos por los cuales allí no figuraba como cartel ninguna figura del toreo. Y, cuidado, no eran toros ilidiables, ni criminales; eran toros encastados que, lógicamente presentaron las dificultades de la casta.

Yo creo que no hace falta ser muy listo para comprender que, dicha corrida, con cien kilos menos en sus lomos todo hubiera cambiado. Ahí se equivocó  Álvaro Martínez Conradi que, confundió el trapío con traer a Madrid auténticos tranvías para que nadie pudiera subirse al tren del éxito. Y el ganadero sabe lo que digo porque el pasado año, lidiando en provincias, los toros de La Quinta propiciaron muchos triunfos a sus lidiadores, entre ellos a Rubén Pinar que, por ejemplo en Albacete, ha salido varias veces a hombros con estos toros.

Como fuere, creo que la corrida era para ver la belleza de sus toros sin esperar mucho más que, tampoco venía al caso. Eso sí, ver ese tipo de toros siempre es reconfortante, algo que supo ver el público de Madrid que se comportó de una manera ejemplar con los chavales. ¿Juzgarles? Como digo, eso sería una tarea muy cruel que nadie hará. Ya tenían bastante con aquellas arrancadas que parecían de dulce y, un segundo más tarde, el toro se revolvía y lo tenían en los tobillos. Es más, eran tres chavales ilusionados que como todo el mundo pudo ver se jugaron la vida de verdad y, para colmo, lo hicieron por un triste jornal, macabro sino de los que quieren ser mientras que los que son disfrutan de todas las prebendas del mundo.

Javier Cortés estaba ilusionado y, en honor a la verdad, nada dejó por hacer; otra cosa muy distinta fueron los logros que, había mucho que torear y el chico dio todo lo que tenía y mucho más. ¿Se pudo hacer más? Eso nunca lo sabremos. Puso voluntad, decisión, ganas, deseos de lucha pero, allí quedó todo porque los toros no le permitieron lo que él soñaba. Su primero tuvo veinte arrancadas que, a priori, nos sonaban de categoría pero, no pudo más el chico; así como en el segundo que se ilusionó hasta el brindis. Aquel tren pasaba por su lado, él le ofrecía la muleta, pero no hubo conjunción alguna.

Como decía, Rubén Pinar sabe lo que es triunfar con los toros de La Quinta puesto que, lo ha logrado varias veces, pero no es lo mismo lidiar en Madrid que en Albacete; la sangre es la misma, pero la morfología es otra puesto que, mientras que en provincias Álvaro Martínez Conradi lleva todos digamos normales, la exageración de Madrid es la que le abocó a no poder lograr nada positivo; repito que, les sobraban cien kilos y el trapío hubiera sido el mismo. Pinar en su segundo tuvo el alarde voluntad y valor inmenso pero, amigo cuajar un toro de esas características no es nada sencillo.

Tomás Duffau retornaba a Madrid tras su triunfo de septiembre del pasado año puesto que había cortado una oreja el muchacho en aquella ocasión. En este día su voluntad, valor y decisión no sirvieron para que el chico lograra su cometido. Nada dejó por hacer pero, los toros no eran precisamente hermanitas de la caridad puesto que, en su primero, tras la estocada, el toro, herido de muerte, le pegó un arreón que, si le coge le hubiera partido en dos. Voluntad, deseos, ilusiones, anhelos…… pero ahí quedó todo. Hasta el mismo Álvaro Martínez Conradi supo confesar que se habían pasado de peso en la corrida puesto que, nada que ver la casta con la barbarie de los kilos innecesarios.

Pla Ventura