Por Francisco Díaz.

Una vez acabada la primera nuevaFeria de Otoño, puede concluirse que ha sido la gran, primera y necesaria revolución de los marginados por el tan injusto, podrido y corrompido sistema. Ya el propio planteamiento de la Feria suponía un desafío al sistema mismo: un bombo, el azar, sería quien compusiera los carteles, en el apartado ganadero y en el torero, aislado de toda mafia posible. Fue también innovador la presencia de una teórica figura del toreo en el ciclo otoñal. Ese mismo matador de toros se vio anunciado con otros coletas que en ningún otro sitio hubiera sido imaginable. Y, ¿por qué no?, con una ganadería inhabitual en la corta alternancia en el apartado ganadero de los que mandan en el escalafón.

 

Varios han sido los aspectos positivos de esta ganadería, pero deben destacarse, principalmente, los tres máximos triunfadores, para mí: Diego Urdiales, Emilio de Justo y Octavio Chacón. Su triunfo no ha sido solo en cuanto a número de trofeos o sensaciones dejadas sobre el ruedo, sino que han encarnado el resurgimiento de aspectos esenciales de la tauromaquia hoy, por desgracia, marginados. Con el riojano, Urdiales, resucitó la torería, concepto que nadie sabe definir, pero que todos reconocemos cuando lo disfrutamos. Las sensaciones que en la tarde del domingo son indescriptibles. El toreo eterno, precisamente porque no perece nunca, rindió Madrid a sus pies, a los pies de Don Diego Urdiales. Las dos faenas estuvieron presididas por el buen gusto, la torería, la elegancia, la verdad y la pureza. Ese toreo de vuelos, de yemas y de alma. Todo ello contrapuesto a la mentira, la ventaja, la antinaturalidad y el manierismo de las actuales “figuras”.

 

Con Emilio de Justo, sin entrar en polémicas del merecimiento de la que debería ser sagrada puerta grande de Madrid, reapareció la suerte suprema. ¡Y de qué forma la hizo resucitar! En dos faenas pobres en lo torero, y muy condicionadas por el lastre físico de la reciente cornada, dejó dos estoconazos de manual. En un tiempo en el que basta con enterrar el estoque “en lo negro”, las dos lapas del cacereño demostraron el valor de la que es la suerte suprema en la lidia de un toro. Una revalorización de la suerte. Por fin se le dio la importancia que verdaderamente merece. Y, por último, Octavio Chacón: ese gaditano que nos retrotrae a otro tiempo, al de la verdadera “corrida total”. Su triunfo fue el de la lidia, desde que sale el toro hasta que se arrastra. Siempre presente en todo aquello que aconteciera en el ruedo, en quites, con el caballo de picar y un largo etcétera. Sin olvidar el pundonor que demostró con el lote más complicado del serial, haciéndolo todo a favor de sus antagonistas, en una demostración de honradez y de vergüenza torera.

 

Por último, me gustaría destacar el último triunfador de esta Feria: el cartel del viernes cinco de octubre. Ese respondía al que muchos aficionados exigen desde su modesta posición: una ganadería no perteneciente al circuito comercial, una “figura” del toreo y dos jóvenes. La expectación que generó sobre el papel se tradujo en la mejor entrada del ciclo, aunque el resultado no fuera el deseado. Sin embargo, se apreció la ilusión en el público, ante la variedad, ante la novedad. Dio la razón a quienes los exigen, y demostró su interés.

 

Y no me quisiera olvidar de Fuente Ymbro…