Por Francisco Diaz, Fotografia Joel Buravand

La tarde perfecta. La tarde concebida con un único fin: ensalzar al Juli, rubricar crónicas en la que se apele a su valía, hasta catapulcarlo hacia lo más alto de la historia del toreo. Para ello, todo a su favor: público, cuadrillas, toros y escenario. Se colgó el “no hay billete”. Por la mañana, se había encerrado una corrida de distintas ganaderías, cuatro habituales en su repertorio. Los animales lucieron distinta presentación, alternando entre lo serio, lo guapo y lo impresentable. Salieron dos sobreros de El Pilar, sin excesos y que ofrecieron cierto juego. Como así tres de los demás toros titulares.

El festejo también se programó con un único fin: consagrar la corrida posmoderna. Esa lidia en la que los primeros tercios se ignoran por completo. Los toros acudían al caballo, en algunas ocasiones, al relance, sin que hubiera el mínimo esfuerzo en evitarlo. O sin colocarse. Todos fueron picados bochornosamente: cayendo la puya trasera, caída, contraria, en la paletilla o todo a la vez. En cuatro toros fue un mero trámite, solo destacaron dos: el del Puerto de San Lorenzo y el segundo sobrero de El Pilar, que cerró la tarde. Por lo que se refiere a las cuadrillas, destacó la tercera, que saludó en sus dos toros: Raúl Cervantes, Ángel Gómez Escorial y Jesús Arruga, este dos veces. Mención especial mereció la del matador (Álvaro Montes, José María Soler y Fernando Pérez), que no se llegó a entender con el “atanasio-lisardo” corrido en cuarto lugar. En algunas capeas se aprecia más capacidad.

El ganado tuvo opciones de triunfo. El primero, de Garcigrande, se devolvió por partirse un pitón y el sexto, de Parladé, por si tetraplejia. En su lugar se lidiaron dos buenos sobreros de El Pilar: el primero de gran clase y humillación por ambos pitones, aunque justo de casta; y el segundo, bravo en el caballo, al que hicieron un quite ambos sobresalientes y con el que no se entendió El Juli. El novillo (perdón, toro) de Núñez del Cuvillo tuvo tanta nobleza y bondad como carencia de fuerzas. Repitió y humilló por el derecho, y se rebrincó algo más por el izquierdo. El de los Maños, una pintura, fue bravo en el caballo, aunque no se picó por su poca fuerza, y en la muleta humilló en el embroque, pero desparramaba la vista al final. Medía y transmitía. Buen toro el de El Puerto de San Lorenzo, otro “Cuba” que reseñar. Clase, profundidad, casta y transmisión fueron sus principales virtudes. Mal Julián. Y el quinto de Garcigrande, muy manso y rajado que humilló y obedeció en la muleta.

El Juli estuvo, toda la tarde, vulgar y ventajista. Citó con el pico, descargó la suerte y desplazó la embestida del toro. El toreo al revés: de dentro a fuera. Siempre al hilo del pitón, cuando no, se quedó en el cuello de los animales. Dudó en el “santa-coloma”, fue incapaz de ligarle los pases. La falta de costumbre. Desaprovechó al gran toro de El Puerto, queriendo engañar a la parroquia acerca de su condición. Lo poco que lidió al de Garcigrande con la zurda, estuvo repleto de enganchones, con el toro a favor de querencia y sin dar con la distancia. Al final, recurrió a los populistas circulares. Con el segundo de El Pilar, no acertó con tiempos ni con distancias. Y en todo lo demás, se limitó a templar, algo natural en quien ha matado cientos de toros. A su favor, mantuvo una gran variedad de quites durante toda la tarde: verónicas, verónicas a píes juntos, lopecinas, escobinas, faroles, chicuelinas, cordobinas y largas cambiadas.

Mención aparte se merece la horripilante ejecución de la suerte de matar, el ya bautizado “julipié”. Todas las espadas viajaron traseras, lo cual provocó que los toros tardaran en doblar, que se aprovechó ventajistamente como que el toro vendía cara su muerte. Especialmente mal estuvo con los toros de Los Maños y de Garcigrande en la maltratada suerte suprema.

Tarde para el olvido del todopoderoso Julián. Tarde totalmente prescindible en su temporada y en la de los aficionados.